Chiara Romano Bosch, es antigua alumna de la Universidad Nebrija del Grado en Relaciones Internacionales de la promoción de 2014. Actualmente está trabajando para el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la agencia de las Naciones Unidas que lucha para erradicar el hambre, sobre todo en emergencias y en este artículo comparte con nosotros cómo es su trabajo y la pasión que siente por él.
Cuando mis amigos me escriben para saber de mí, lo primero que me preguntan es “dónde estoy”. Después ya viene el “cómo estás” y el resto de preguntas rutinarias. En casa siempre tengo efectivo en dos tipos de monedas -y suficiente para poder sobrevivir donde sea durante, al menos, un mes- y nunca viajo sin pasaporte, ni siquiera para irme un fin de semana a algún sitio en Europa. Y eso es porque nunca sé cuándo saldré pitando de casa, con la orden de estar en el lugar X en 48, 36 o 72 horas.
La llamada puede llegar cualquier día y a cualquier hora. Una vez me pilló un domingo en un tren yendo a Nápoles a ver a mi abuela y me preguntaron cuánto tiempo necesitaba para presentarme en el aeropuerto de Roma. Entre volver a Roma, hacer la maleta y encontrar mis botas de goma -parece que las cosas suelen esconderse cuando de verdad las necesitas y encima tienes prisa-, calculé que necesitaba 8 horas. Ese fin de semana había empezado el éxodo masivo de refugiados Rohingya en Bangladesh, Cox’s Bazar. Al final nunca llegué a Bangladesh porque mis jefes decidieron que, al ser francófona, iba a ser más útil apoyando nuestras oficinas en el Sahel por la sequía de ese año.
Los días en la sede central de Roma pueden ser completamente normales. También hay otros en los que entras a la oficina y te informan de que tu nombre está en la lista de los que tienen que estar ‘listos’ para ir a la República Democrática del Congo para la respuesta del Ébola y que te tienes que poner las vacunas necesarias por si acaso.
Mi familia y mis amigos saben que trabajo para la ONU, pero lo que hago exactamente no siempre queda claro, a veces, ni a mí: trabajo para el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la agencia de las Naciones Unidas que lucha para erradicar el hambre, sobre todo en emergencias.
Rebobino seis años y me estaba graduando en la Universidad Nebrija en el Grado de Relaciones Internacionales. Mi curso había sido el primero en graduarse en Relaciones Internacionales y mis compañeros se podían contar con los dedos de una mano. Éramos muy pocos los que hacíamos Relaciones Internacionales ‘puras y duras’ –sin Derecho, ADE o Periodismo, como muchos de nuestros compañeros–. Pero, aun así, era bonito, porque nos conocíamos todos. Infinitas las mañanas en la cafetería, y los cafés de Luis hechos con mucho amor, los últimos momentos repasando la geografía de mapas para el examen de la clase de Adela Alija -quien iba a decir que la parte que me costaba más memorizar, el oeste de África, se convertiría en mi casa temporal unos años después- y las horas pasadas entre clases en la biblioteca.
Siempre fui una nerd, por qué engañaros. Desde pequeña siempre me había gustado ir al colegio y aprender, y lo mismo me pasaba en la Nebrija. Me gustaban las mañanas de tranquilidad en el Campus de la Berzosa, que aunque era una paliza llegar hasta allí, era un pequeño oasis fuera de la ciudad. Los profes –sobre todo Adela Alija, que casi nos hacía de madre– nos apoyaban en nuestras iniciativas como podían, tanto dentro de clase como fuera en proyectos, clubs, escribiéndonos cartas de referencia para los que íbamos a másteres…
También sentía que tenía la posibilidad de hacer cosas nuevas y tener iniciativa, quizá eso se debe a que éramos pocos y un curso nuevo. En esa época fundamos un Club de Amnistía Internacional con una compañera y también empezamos los MUNs –simulaciones de Naciones Unidas– a los que yo llevaba tiempo yendo ‘sola’ con el apoyo de Sonia Andolz.
Desde los MUNs, que nos enseñaron mucho, sobre todo a ponernos en los lugares e intereses de países -a mí me gustaba elegir los países con las posiciones más polémicas-, acabe en la ONU, en la de verdad, aunque en un foro algo distinto.
Lo irónico es que, a pesar de lo mucho que me interesaba la ONU durante la universidad, cuando uno la estudia, con lo que más se queda es con sus ‘grandes fracasos’: el genocidio de Rwanda, las guerras de los Balcanes… Sin embargo, el PMA es extremadamente operacional como agencia y, aunque he cumplido más de cuatro años trabajando en el PMA, no he visto ni Ginebra ni Nueva York ni de lejos. Empecé por Oriente Medio, pasé una época en el Sahel y el año pasado acabé en Venezuela y en el Caribe durante la temporada de huracanes.
Salí de mis estudios –grado en Relaciones Internacionales y un máster en Conflicto, Seguridad y Desarrollo en el King’s College de Londres justo después– con una visión muy escéptica sobre la ONU. Pero siempre me dije que, si algún día tuviera la posibilidad de poder vivirlo yo misma, lo haría. Y así lo hice y el tiempo se ha pasado volando.
El primer día que entré a trabajar en el PMA tuve la misma sensación que sentí cuando iba a los MUNs. No sabría cómo llamarlo, quizá una sensación de unión es lo más próximo. La sensación de estar en un lugar rodeado de gente tan parecida y tan diferente a la vez, de todas las edades, culturas y países, con conocimientos y experiencias distintas, pero todos unidos por un interés común: intentar, cada uno a su manera, entender mejor los desafíos del mundo y, si se puede, ayudar a convertirlo en un lugar mejor.