La resolución pacífica de conflictos y de diferentes controversias es un empeño de múltiples organismos y profesionales del derecho internacional público. Este ejército de paz confronta sus convicciones, propaga la escucha activa y media entre las partes. Para avivar aún más estas soluciones que luchan por imponerse en una maraña de relaciones humanas, el Máster en Gestión de Riesgos en Conflictos, que dirige Susana de Sousa Ferreira, propició un coloquio entre Aitor Martínez Jiménez, profesor de la Universidad Nebrija, abogado de causas internacionales e investigador de la Catedra Unesco de la Universidad Carlos III, y María Jesús Fernández Cortés, profesora de la Universidad Nebrija y directora del Instituto ProMediación.
Antes del intercambio de ideas, Adela Alija, directora del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Nebrija, alabó la importancia de estos espacios de reflexión ante una “compleja sociedad internacional plagada de conflictos abiertos, larvados o multidimensionales”. La construcción de una cultura de paz “corresponde a los Estados, pero también a la sociedad civil, las universidades, las empresas… todos somos responsables”.
Aun considerando el conflicto como “una actividad inherente al ser humano a lo largo de toda la historia”, Aitor Martínez Jiménez expuso cómo el gran reto es canalizar el conflicto hacia soluciones internacionales. En su discurso, explicó el conato de una conciencia colectiva pro-paz que nace tras la Primera Guerra Mundial y que se acrecienta tras la Segunda Guerra Mundial, que impacta todavía más por el Holocausto y el gran número de muertos entre la población civil. “En este marco surgen los movimientos en favor de la paz y nace el derecho internacional contemporáneo”, afirmó.
Martínez Jiménez marcó tres puntos de inflexión históricos en la construcción de una cultura de la paz: la Carta de San Francisco del 26 de junio de 1945 -que prohíbe el uso de la fuerza o la amenaza del uso de la fuerza, por primera vez en la historia, refleja la obligación de la resolución pacífica de controversias, y crea las condiciones para el surgimiento del Consejo de Seguridad de la ONU, que plasma el sistema de seguridad de los Estados-; la descolonización, que genera más Estados y nuevos conflictos al añadir más actores al tablero internacional, y la globalización y la creación de una “aldea global”.
Eclosión de mecanismos
Desde 1945, se produce una “eclosión de mecanismos de resolución de controversias”, que el investigador de la Catedra Unesco de la Universidad Carlos III resumió en nueve: la Comisión Internacional sobre Intervención y Soberanía de los Estados, que muestra una nueva seguridad colectiva que va de una seguridad estatocéntrica a una seguridad humana asediada por los grandes conflictos internos; los mecanismos diplomáticos, como la mediación y la investigación; la Corte Internacional de Justicia, que resuelve controversias entre Estados a través de opiniones consultivas o litigios; el arbitraje comercial, que dirime controversias entre Estados y empresas o entre empresas; tribunales regionales de organización económica, como el Tribunal de Justicia de la Unión Europea o el Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur; tribunales regionales de derechos humanos, como el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), que recoge las controversias judiciales entre los individuos y los Estados; los mecanismos convencionales de la ONU, los nueve comités de derechos humanos, uno para cada tratado internacional de derechos humanos; los mecanismos extraconvencionales de la ONU (procedimientos del Consejo de Derechos Humanos como el Relator de Naciones Unidas contra la tortura), y los tribunales penales internacionales, “que empiezan con un tímido ensayo” con los tribunales de Núremberg y Tokio y derivan con el paso del tiempo en la Corte Penal Internacional, establecida en 1998, ante el vacío para perseguir crímenes internacionales, intervención de la que fue pionera la Audiencia Nacional.
Estas nueve áreas de resolución de conflictos llevan emparejadas, de acuerdo con Aitor Martínez Jiménez, la necesidad académica y profesional para manejar en el siglo XXI todas estas herramientas judiciales.
Por su parte, María Jesús Fernández Cortés consideró clave educar en el diálogo a las nuevas generaciones para afianzar una cultura de la paz. “Los cambios culturales no son fáciles ni rápidos, pero son posibles”, sentenció. Frente a la doctrina de “ganar o perder”, la profesora de Nebrija consideró que hay “una escala de grises que posibilitan que ambas partes salgan victoriosas, que se dejen de ver no como enemigos sino como personas con un problema común”. Aquí, la comunicación, la empatía, la capacidad de escucha, la búsqueda de soluciones consensuadas y la transmisión de la responsabilidad en la asunción de esas soluciones, complementan, según ella, el trabajo del mediador profesional. “Para abordar un conflicto, se requiere conocimientos, estudios específicos, habilidades sociales, capacidad para generar confianza, formación integral y sistémica, gestión emocional propia y ajena… con la mediación los problemas se resuelven; de las mediaciones que realizo, un 85% de las que vienen del escenario judicial tiene éxito, y, en las privadas, ese porcentaje alcanza un 98% porque las partes vienen voluntariamente y el conflicto todavía no ha escalado”.
Para Fernández Cortés, el procedimiento de la medición en todos los ámbitos transita por varias etapas: se informa en qué consiste la mediación, luego aparece la escucha activa de las partes y se muestran los diferentes puntos de vista después de los cuales “los reproches pueden transformarse en deseos”.
Texto: Javier Picos. Foto: J.P.