“Ahí me tenéis, vuestro protagonista, el yo del título soy yo, soy un payaso, toca pelotas histriónico, arrogante, bocazas, frívolo. ¿Por dónde inicia uno el relato de su propia vida? Crecí creyendo que era diferente y defectuoso, pero nunca lo dije. Qué sencillo me resultó esconderme a la vista de todo el mundo”. El inicio de la serie Yo, adicto impacta; el resto, sacude. Su creador, director y guionista Javier Giner muestra su giro vital, desde los infiernos a la redención, en la serie estrenada recientemente por Disney+. Todo, desde la “honestidad” de un relato de “claroscuros y heridas abiertas”.
El torbellino de autodestrucción de cocaína y alcohol, el ingreso el 2 de enero de 2009 por voluntad propia en una clínica de desintoxicación y la recuperación de su vida forjan una vorágine de una primera persona convulsa.
La Facultad de Comunicación y Artes de la Universidad Nebrija acoge la proyección del primer capítulo de la serie y el coloquio que apadrinan Javier Giner, Beatriz Martín Padura, directora general de Fad Juventud, y Nicolás Grijalba, director del Departamento de Comunicación. Los tres otean una sala llena de alumnos ávidos por preguntar.
“Realidad mucho más cruda”
Giner suelta alguna advertencia antes de los primeros 48 minutos de una serie “cruda, aunque la realidad sea mucho más cruda”. Dice al público que van a ver “algo que no ocurre en la ficción española”, una introducción a la historia, el prolegómeno que da pie a un segundo capítulo donde realmente comienza el relato. “Es arriesgado tener dos primeros capítulos. Vais a conocer el momento en el que toco fondo y pido ayuda para salir de la adicción”, comenta.
Elipsis.
Se encienden las luces de la sala. “Llevo dieciséis años sobrio, si he sido capaz de contar esta historia es porque la herida en carne viva ahora ya es solo una cicatriz; yo no hubiera podido hacer esto sin estar recuperado”, confiesa Giner, que admite que nada de lo que ocurre en la serie es ficticio, “pero eso no implica que haya ocurrido así”.
En esa multiplicidad de almas y de “javieres”, el director vasco no quiere ser ejemplo de nada. “Yo no quiero decir a nadie que descubra su vida, aunque que se abra esa luz en alguna cabeza. No quiero sonar ingrato, hay una motivación de ayudar a otras personas, pero intentar ayudar no te convierte en el salvador de nadie, ojalá tuviera ese poder”.
Adicción y consumo
Beatriz Martín Padura comparte protagonismo con Javier Giner en el coloquio. El problema de consumo “público” de alcohol y otras sustancias afectan a un porcentaje más amplio de personas que la adicción, pero condiciona también sus trayectorias vitales. “La adicción es el final de un proceso continuo en el que el consumo va afectando a las etapas de tu vida”, señala.
Después de recalcar la importancia de que la gente no llegue a tocar fondo, la directora general de Fad Juventud alude a cómo España, que “lo hizo mejor que otros países” al tratar la drogadicción como un problema de salud pública, aprendió a no criminalizar a las personas consumidoras, poner foco en la prevención y trabajar en la reducción del daño. Ahora, a su juicio, los expertos trabajan el balance entre riesgos y beneficios y llaman la atención sobre la patología dual: adicción más enfermedad mental.
Más allá de lo visible
Entre las dos marcas en el tratamiento de las drogas, la del realismo de Eloy de la Iglesia y sus películas como El pico, y la aspiracional (“lo guay” de consumirlas cuando uno es joven), Javier Giner intenta buscar su propio camino: “Para mí era muy importante plasmar este universo, no criminalizar al usuario y contar la realidad de las cosas. Honestidad total en una serie que habla de seres humanos, no de personas enfermas. La droga y el alcohol son la cúspide de la pirámide, me interesaba hablar de todo lo que hay por debajo del iceberg. La droga es un síntoma de que todos tenemos inseguridades, complejos y miedo a vivir con quienes somos”.
En una serie que refleja la erosión física y psicológica “que provoca la pérdida de la identidad, del qué soy y del cómo me relaciono con el mundo”, Giner quiso llevar las riendas de la serie desde el primer momento que surgió la oportunidad de convertir en “artefacto audiovisual” el libro que escribió en 2021 con la editorial Paidós. No tiene miedo a qué piense el público de sus decisiones creativas sobre su propia experiencia.
Anais López y su destreza con las cebollas
Su terapeuta Anais López, con trasunto en la serie, describe el proceso de desintoxicación como la forma de llegar al corazón de una cebolla quitando capas, empezando por la de fuera, que está “podrida”. El primer capítulo es la cebolla entera y la putrefacción de las primeras capas y cada capítulo quita una capa “y al final queda el Javier real, queda la persona no el enfermo”.
Hay tiempo para el recuerdo de su infancia en Barakaldo… haciendo los deberes, tocando el piano y descubriendo películas como Arrebato, de Iván Zulueta, “que me abrió el mundo” y las cintas de Pedro Almodóvar “fundacional en mi vida”. Por cierto, del director manchego, con el que guarda un estrecho contacto personal y profesional, su serie tiene influencias en cosas “no tan explícitas” como la entrega, la pasión, la valentía de ser un kamikaze e ir más allá, o el trabajo minucioso y cariñoso con el trabajo de actores.
De su experiencia con los actores habla largo y tendido. Tuvo la sensación de formar una compañía teatral porque ensayó mucho tiempo con ellos. Convocó a todos a una terapia de grupo con Anais López e incluso les prohibió tener a mano sus móviles durante el rodaje.
Oriol Pla, su cómplice de barranco
Con Oriol Pla, su alter ego en la pantalla, trabajó casi un año para conocerse “como hermanos”. Tuvo acceso a terrenos de su vida que nadie conocía y a los diarios que escribió en la clínica. “Sin barreras, nos encontramos dos locos que nos tiramos por el barranco”, dice.
De Oriol Pla reconoce su capacidad de juego y sus réplicas a otros diciendo algo, pero transmitiendo otra cosa distinta, lo vio como “plastilina” que podía moldear en aras de la historia. El actor protagonista le espetó que “para acercarte a un lugar oscuro necesitas mucha luz” y el set de rodaje se convirtió en algo “muy humano y seguro, porque trabajábamos con material sensible y delicado… se tenía que rodar desde el abrazo, hemos reído y llorado mucho”.
Javier Giner recuerda el momento más difícil cuando el Javier de la pantalla llama a la terapeuta y pide ayuda por segunda vez: “Me rompí, inesperadamente me eché a llorar, la última secuencia de ese capítulo la dirigí llorando, pero Oriol me dijo: “Estoy aquí, Javi, tranquilo, lo vamos a hacer juntos´”.
Texto: Javier Picos / Fotos: Zaida del Río