Expectación total para recibir al arquitecto portugués Eduardo Souto de Moura. A la antigua usanza, los estudiantes ocupan cualquier espacio libre de la capilla, una de las salas más codiciadas de Nebrija, para escuchar las ideas del Premio Pritzker 2011, que desde el principio rompe la cuarta pared y los invita a una “conversación de café” alejada del rigor académico. En un portuñol perfecto, habla de las contradicciones de su oficio, de lo “poco” que le gustan las explicaciones de sus colegas. Aunque deja el protagonismo a sus obras e intervenciones, alguna observación se escapa de su pensamiento. “No soy pretencioso, me confronto con la historia” es uno de sus titulares.
Espoleado por los alumnos de la Politécnica Nebrija, Souto de Moura revela la “transmutación” del arquitecto entre dos mundos: el falso o interno y el verdadero o externo. En este juego de dentro-fuera “se confronta la realidad”. La arquitectura, “no solo es construcción, hay que darle algo de carácter”, opina. Defensor de una arquitectura social que contemple “no solo el problema de los retos sino también las oportunidades para mejorar”, el arquitecto portuense es partidario del concepto de “adecuación” como una manera “inteligente” de trabajar el patrimonio.
Racionalidad y afectividad
Acompañado de Juan Carlos Arroyo, director de la Politécnica Nebrija, y de Fernando Moral, director de la Escuela de Arquitectura y Construcción, Souto de Moura acepta los halagos de ambos en la presentación de su charla. Algo azorado escucha que “su obra ya está por derecho propio en la historia de la arquitectura”, que él sobresale por su trabajo de la geometría y su forma de entender los materiales y la vida. Fernando Moral sigue glosando su figura, que viene muy bien para dar contexto y relevancia: “La racionalidad y la afectividad están en él como Fernando Pessoa. Es una suerte de halo atlántico entre lo sereno y lo sublime; que ese halo siga bañando muestras calles, nuestras ciudades y nuestra vida”.
Suspira el hombre de trayectoria dilatada, colaborador de Álvaro Siza de 1975 a 1979, y profesor de universidades como Paris-Belleville, Harvard, Dublín, Zurich o Lausana. Honoris causa de Sapienza–Università di Roma y miembro de la Academia Francesa de Arquitectos, recientemente ha recibido la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid y la distinción de Comendador de las Artes y las Letras por la República Francesa.
Vuelve a lo suyo: “Hay que ser útil, no solo hay que cultivar una mirada estética. Tener este criterio me costó mucho”. Aliado de la cultura como motor personal, mira a los aprendices arquitectos y les recomienda lecturas como el discurso de ingreso a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de su colega Rafael Moneo con el sugerente título Sobre el concepto de arbitrariedad en arquitectura.
Lago, monasterio, torre…
Pasador en mano, diapositivas en sucesión, comenta su obra más reciente. Resulta conmovedor su Memorial de Homenaje a las Víctimas de los Incendios Forestales, en Pedrógão Grande, con los nombres de las 66 víctimas mortales esculpidas en un muro y un lago que incita a la “reflexión sobre la vida y la muerte”.
Para el nuevo edificio del Museo Internacional de Escultura Contemporánea (MIEC), y la renovación del Monasterio de São Bento, que alberga el Museo Municipal Abade Pedrosa, en Santo Tirso, contó con la opinión de canteros y dejó que el granito dialogara con el mármol y la madera. La dificultad de iluminar correctamente los pasillos fue uno de los obstáculos que superó en un espacio en el que las vitrinas de las piezas sobresalen por su funcionalidad.
La espectacular Torre de São Bento en el Time Out Market de Oporto, con sus maravillosas vistas; el Centro de convenciones en Brujas (Bélgica), con fachada de columnas de ladrillo en marrón rojizo; y las 17 casas con patio de Quinta Paço do Lumiar aparecen en la pantalla de la capilla donde los estudiantes no paran de tomar notas y dibujar.
El respeto por la arquitectura industrial
Con el Convento de las Bernardas, en Tavira, se detiene. Su intención al modificar lo que fuera un monasterio de clausura y luego una fábrica de harina consistió en integrarlo en la ciudad y transformarlo en 78 viviendas que miran a las salinas. “Me gusta mucho la arquitectura industrial porque no tiene narrativa, representa una actividad que solo quiere materia, que no significa nada”, comenta.
En el Convento se encontró con un problema: si conservaba los vanos del monasterio o de la fábrica. Souto de Moura utiliza este nuevo reto superado para advertir a los universitarios: “Resolver un hueco en el muro es de las cosas más difíciles, es enfrentarte a una página en blanco”.
Una torre en Albania y sus obras míticas del estadio de Braga y del metro de Oporto aparecen con timidez, pero la mañana avanza y los estudiantes ya se remueven inquietos en su mínima porción de terreno conquistada para escuchar a uno de los referentes de la arquitectura actual.
Texto: Javier Picos / Fotos: Oliver Heras y Mónica Gómez Peña