José María Merino airea la ficción, “con la que descubre la realidad”, en el Rincón de Lectura Nebrija

Con la curiosidad en la línea de flotación de su mirada, el escritor José María Merino recorre el Campus de Madrid-Princesa de la Universidad Nebrija. Acompañado de Mari Carmen, su mujer, “un amor de larga duración”, descifra otros usos de los objetos que ve, guarda en su colección de atmósferas los despachos de los académicos y saluda cortés a todos los que le salen al paso.

En una semana intensa en la que ha acompañado a su amigo Luis Mateo Díez en la recepción del Premio Cervantes, el académico de la Lengua participa en la reunión tradicional del Rincón de Lectura Nebrija. Al estilo de sus queridos filandones leoneses, charla con Diego Aduriz y Rocío Santamaría -personajes esenciales de la trama lectora en la Universidad- y con los que han devorado su novela La orilla oscura (1985), objeto de parte de un debate que ha contado con el impulso de la Asociación Colegial de Escritores.

“No puedo hacer otra cosa que escribir”, dice ya asentado en su silla con pala de escritura –no podía ser de otra forma–. La ficción, “con la que desde niño he descubierto la realidad”, sale a relucir en sus primeras palabras: “Está en nuestra sustancia. Uno de mis personajes, el doctor Eduardo Souto, dice que no fue el ser humano quien inventó la ficción, fue la ficción lo que inventó al ser humano. Nosotros estamos construidos por la ficción”.

Sin “desdeñar las formas de ficción que no son realistas”, los seres humanos “estamos cargados de arquetipos”. La riqueza del léxico, la multiplicidad de palabras y el nivel de inteligencia corren peligro, según su tesis, si perdemos la ficción.

Merino lectura

El tesoro de la biblioteca familiar

Merino, galardonado con el Premio de la Crítica, el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Nacional de Narrativa y el Nacional de las Letras Españolas, empieza de pequeño a leer los volúmenes de la biblioteca de su padre. Ya de aquella “pensaba que el tesoro de una familia son los libros”. Ahí se le quedan los posos de una riqueza literaria que luego alimentan sus novelas y relatos de escritor consolidado de las letras españolas.

La otra vía para dedicarse a su oficio llega por las redacciones del colegio. Recuerda con especial cariño una visita a la central térmica de Ponferrada. En un día “delicioso de primavera” y con una “estupenda” vega del río, él y otros compinches de aventura se escaquean. Cuando el “implacable” hermano Gumersindo les obliga a escribir un texto sobre la jornada, José María Merino no tiene más remedio que utilizar su capacidad de fabulación de la realidad. Cuando termina de leerla en clase, el hermano Gumersindo se queda sorprendido: “Vean ustedes la capacidad de observación”. Y él pensó: “Pero bueno, esto es lo mío”.

Redacciones y lecturas, lecturas y redacciones, entretejen su infancia y juventud. Heidi, “el arquetipo del paraíso perdido” o las poesías de Bécquer -que envía a las chicas que le gustan- contribuyen a que la cabeza se le asiente en una perplejidad de ficción.

Rincón Lectura Nebrija Merino

“No perdamos la riqueza, no ya la literatura, sino la complejidad de expresión, la complejidad literaria”, advierte a los lectores del Rincón. “Ahora los niños empiezan a aprender a leer con mayúsculas, luego pasan a las minúsculas con bastante torpeza, caray. Escribir a mano es una manera también de dibujar lo que piensas, lo que sientes. Cuando os pase algo complicado, ponerlo por escrito, a lo mejor lo entendéis mejor”.

Dos jóvenes, móvil en ristre, no se miran

El wasap, “un medio de comunicación sintético”, es objeto de su reflexión en voz alta. Un día va en el autobús y delante de él dos chavales escriben en su móvil y ni se miran. Les pregunta si están enviando wasaps y asienten. “Pero ya que vais juntos, podéis ir hablando”, les espeta. Ellos mascullan algo como “viejo estúpido”.

En una sociedad “un poco extraña”, Merino apuesta por no perder palabras ni acoger un galicismo o un anglicismo cuando ya en español hay una palabra que define un concepto.

Lectura José María Merino

En un nuevo viraje en el diálogo con los lectores, opina que escribir “es una manera de entrar en la realidad, entenderla mejor, de desahogarme también”. Se mesa la barba y da un consejo a los principiantes: “Algunos empiezan a escribir e inmediatamente quieren un editor. Primero escribe, el editor ya llegará. Si escribes simplemente para editar, no escribas porque vaya un rollo, no olvidéis que aprender a escribir da trabajo”.

Aunque hace años que ya no abraza esa práctica, Merino, cuando empezaba una novela, hacía “una especie de sacrificio a los dioses” y se quedaba escribiendo mientras Mari Carmen se iba con sus hijas a disfrutar del fin de semana. El ritual merecía la pena porque la novela arrancaba con garantías.

Yo y yo en breve

Su cabeza siempre está en ebullición. Su nuevo libro de cuentos, próximamente en las librerías, se titula Yo y yo en breve y contiene dibujos y fotos, además de pequeños afluentes de palabras. En sus páginas, aparece el desdoble, otra de sus obsesiones literarias. “¿Cuántos somos? El doble a mí me fascina, es un arquetipo que llevo puesto. Hay cuentos de todo tipo: largos, cortos, cortísimos, fantásticos, realistas y además todos van acompañados de un comentario. A lo mejor es mi último libro de cuentos”, confiesa, aunque recuerda que “en el barullo que hay en casa” duerme una ristra de cuentos escritos con catorce o quince años que “nunca llevé a ningún editor”.

El cuento ha aparecido en la conversación y concede otra lección de estilo: “A veces el relato pide que vayas despacio y que vayas creando la atmósfera, que es importantísima en la ficción, y a veces el relato te pide que acabes ya. De esa necesidad expresiva, me ajusto al párrafo corto”.

Merino Nebrija

La vida es sueño

El arquetipo de la vida es sueño compone otra de sus prendas literarias. Además de Calderón de la Barca, menciona a Chuang-tse –“no sé si soñaba que era una mariposa o si soy una mariposa que sueña”- Agustín de Rojas Villandrando y su relato Soñar despierto en el libro El viaje entretenido, a Cervantes y su Quijote, el Panchatantra –una colección de fábulas en idioma sánscrito–, y Kafka y su Metamorfosis. Esa tradición la recoge Merino en La orilla oscura: “Me gustó jugar con este arquetipo que me fascina y darle una vuelta cuando surge una extraña experiencia y el personaje se convierte en otro personaje. Los personajes están soñando o despiertos. No lo sabemos nunca. Quise llevar eso al límite, al extremo total”.

El tiempo transcurre en el filandón de Nebrija, pero nadie parece darse cuenta. Siguen apareciendo lecturas y autores como Mark Twain, Charles Dickens, León Tolstoi, Emilia Pardo Bazán, Clarín y Benito Pérez Galdós, cuya Fortunata y Jacinta “me deslumbra y me hace comprender que en la vida puedes conocer gente muy interesante, pero seguramente hay personas que en la vida no vas a conocer y los conoces en los libros, en la literatura”.

El autor de La novela posible, El río del Edén o Los invisibles elogia el libro como “uno de los aparatos culturales más importante de la historia de la humanidad”. Ahí sigue, “cuando lo abres, todo está en continuidad”.

Lectura Nebrija Merino

“Mi identidad es mi lengua”

Sus labores en la Real Academia Española no le quitan tiempo para estar ojo avizor a lo que se cuece en la calle. Le gusta escuchar los acentos de las personas con las que se cruza, esa “música del español” que tanto lo encandila. En ese sentido, desde sus primeros viajes a América, constata que “mi identidad es mi lengua y mi identidad estaba también en el español que hablaban allá”. En el manejo preciso de la lengua por parte de las personas que allí conoce se convierte en un reactor para activar novelas como La orilla oscura, sin olvidar tampoco el concepto amplio de viaje: “La gente viaja interiormente, viajamos física, pero también emocionalmente. Dentro de nosotros también vamos de aquí para allá”.

La ficción y sus ropajes de extrañeza en la vida real no abandonan su discurso. “Con la realidad simplificamos todo y no hay ninguna lógica. La realidad no necesita ser verosímil porque pueden pasar las cosas más estúpidas y más siniestras en muy poco tiempo”.

Lo fantástico, “que está dentro de nosotros, ahí bullendo”, también puede convertirse en un episodio terrorífico o maravilloso. Ahí aterriza otro recuerdo. Luis Mateo, Juan Pedro Aparicio y José María Merino, para escribir un libro sobre el río Esla, duermen en el monte en una tienda de campaña. Cerca del arroyo escuchan a unas mujeres cantando en un tono dulce. “Pero, ¡qué diablos! Noche cerrada. Salimos. Allí no hay ninguna mujer, pero pensamos que puede ser las janas, las hadas del agua”. Desde el presente, mira a los lectores: “Os aseguro que fue una de las experiencias más sorprendentes de mi vida. Yo registré el sonido en una grabadora, pero era tan fino que no se escuchaba luego. Eran las janas, ahí estaban, claro”.

Rincón Lectura Nebrija José María Merino

Firmas y dibujos para terminar

El círculo lector de Nebrija agradece a Merino su cercanía y las dos horas de tertulia. En los últimos minutos del encuentro dice que corremos el riesgo de “embrutecernos” porque “cada vez contamos menos cuentos en casa”. Antes de levantarse de su silla y estirar las piernas admira cómo Pablo Sánchez Capuchino de Castro ha elaborado un audiolibro de La orilla oscura para su compañero de pupitre Irai Bosque Sarabia, con discapacidad visual.

La firma de libros queda enriquecida con dibujos de río, sol, peces, flores y pájaros. Los asistentes, saboreando aún sus palabras en el paladar, no saben, cuando llegan a sus casas, si todo ha sido un ejercicio de ficción o una representación de los dobles que integran el personaje de José María Merino. No importa. Quedan los recuerdos de esos momentos que, como escribe el académico en La orilla oscura, “se revuelven uno a otro, vivaces como los cachorros de una camada”.

Texto: Javier Picos. Fotos: Zaida del Río.

Comentario

  1. Un lujo haber conocido a José María Merino gracias a Nebrija y a la gran labor de l@s impulsor@s del Rincón de Lectura Nebrija.
    Fue una tarde fantástica con mucho aprendizaje.
    Entre muchas otras cosas, me quedo con la idea de que cuando utilizamos un anglicismo para un término que existe en nuestro idioma no solo dañamos la dicha palabra sino todos sus sinónimos.