08.12.2015 –
Durante un coloquio entre destacados especialistas europeos sobre arte, ciencia y tecnología organizado recientemente en LABoral (Gijón) con motivo de la inauguración de la exposición “Materia prima” comisariada por él mismo, Gerfried Stocker -director de Ars Electronica– comentó que los artistas new media podían convertirse de alguna manera en los nuevos “McKinsey boys” del siglo XXI para las grandes empresas.
Con tan sorprendente idea -al menos para un debate sobre creación artística- Stocker intentaba simplemente reflejar la realidad que en su organización -una de las instituciones de más prestigio en el mundo en el campo del arte y la tecnologia- está viviendo en los últimos años: la constatación de que en el ámbito de las grandes corporaciones existe una demanda creciente de nuevas formas creativas de pensar, abordar proyectos y solucionar problemas para adaptarse al exigente escenario de la economía y la sociedad de la era digital.
Una demanda que puede ser satisfecha mucho mejor por los artistas familiarizados con los nuevos medios digitales que por los tradicionales consultores de estrategia empresarial con sus hojas de cálculo y sus matrices. No era, por lo demás, un brindis al sol al calor del debate, sino una realidad confirmada: Ars Electronica, a través de su centro de experimentación Futurelab, trabaja en estos momentos para algunas de las más importantes firmas de la poderosa industria alemana.
Es un terreno ciertamente resbaladizo. Si hablamos de arte, su misión esencial no puede ser otra que la de crear nuevo conocimiento y experiencias sobre el mundo que nos rodea desde una sensibilidad que no es evidente para el conjunto de la sociedad. El artista se hace preguntas distintas a las de los técnicos; y da respuestas radicalmente diferentes. Siempre desde la independencia de su inspiración creativa y su capacidad para detectar anticipadamente las vibraciones ocultas que inquietan al ser humano y anuncian el cambio social.
Esa capacidad exploratoria del arte se ha demostrado de una utilidad especial a partir de la revolución tecnológica iniciada en el siglo anterior. Ya hace varias décadas desde que lo señalara Marshall McLuhan: “El artista capta el mensaje del desafío cultural y tecnológico varias décadas antes de que llegue su impacto transformador”. En un mundo abrumado por el poder omnímodo de la ciencia y la tecnología, el arte se reivindica como un mecanismo de autodefensa social para entender, discutir y contraprogramar (hackear) ese poder. Al menos para ayudarnos a que nos hagamos a tiempo como sociedad las preguntas oportunas.
En principio, eso no debería ser obstáculo -como de hecho no lo ha sido- para que numerosos artistas hayan demostrado un inspirador interés por el conocimiento y la apropiación de las nuevas tecnologías. Esa atención se ha convertido en muchos casos en una fructífera labor de investigación y desarrollo sobre las tecnologías empleadas para sus creaciones. Hace pocos días, durante la presentación en el Centro de Arte y Tecnología Etopia de su obra “Pop Connection” -desarrollada durante una residencia conjunta con la coreógrafa francesa Sylvie Balestra-, el artista e ingeniero donostiarra Jaime de los Ríos afirmaba con rotundidad que la tecnología empleada por los artistas del new media -del que él es un referente en España- es, gracias al trabajo de I+D de los creadores, mucho más avanzada que la que posteriormente se comercializa por las empresas.
En el caso de la ciencia, se produce igualmente una enorme atracción de los artistas hacia las nuevas fronteras de la investigación científica, desde la astrofísica hasta la biología. Y en un momento en que la ciencia avanza de forma imparable a través de la genética, la neurociencia y otras disciplinas hacia una capacidad nunca antes obtenida para cambiar las características del ser humano como lo hemos conocido hasta ahora, parecería especialmente adecuado apoyar que los artistas estén al tanto de lo que ocurre en esos laboratorios antes de que sea tarde.
Por otro lado, la separación entre ciencia y arte como formas distintas de obtención de conocimiento no dejar de ser históricamente reciente. Quizás sea el momento de pensar en una nueva convergencia, llamémosla tercera cultura o de cualquier otra forma. Porque está claro que los desafíos que afronta hoy el mundo respecto a los cambios que la ciencia y la tecnología están produciendo en nuestras vidas (naturaleza, economía, vida social, identidad personal) no parece que puedan ser abordados debidamente por un único grupo de expertos.
Arte como nueva forma de conocimiento; arte como un nuevo stakeholder ciudadano del I+D; arte como fuente inagotable de inspiración para formas diferentes de pensar. Y arte también como un sustrato imprescindible para crear ecosistemas culturales de innovación que pudieran ayudar a desarrollar economías capaces de generar riqueza y oportunidades para el conjunto de la sociedad.
Incluso se podría hablar de un verdadero nuevo sector productivo en la confluencia de la tecnología, la innovación, la creatividad y el diseño, tal como lo describió ya hace más de una década William J. Mitchell en el informe que realizó para la Academia de Ciencias de Estados Unidos y cuyo título hablaba por sí solo: “Beyond productivity” (Más allá de la productividad)
En todo caso, no son pocos los ejemplos en la historia donde la expansión cultural y artística precede a la potencia económica. El comisario y periodista cultural José Luis de Vicente lo explica de forma documentada y convincente a propósito del hilo conductor entre la revolución contracultural de los cincuenta y sesenta del siglo XX en Estados Unidos y el posterior desarrollo de Silicon Valley como epicentro hegemónico mundial de la nueva industria tecnológica. La creatividad abre el camino a la innovación.
Por tentador que resulte, no hay que hacerse ilusiones: nadie nos hablará en estos tiempos electorales del papel potencial de la cultura y del arte como el catalizador que España lleva buscando tanto tiempo para convertirse en una economía innovadora y poder escapar así a ese destino al parecer inevitable de ser para siempre un país de camareros y de universitarios expatriados.
Entre tanto, quizás sería conveniente continuar la discusión. Porque, como el propio Gerfried Stocker se plantea, si hoy es imprescindible entender de manera diferente el papel del artista y las instituciones culturales, así como su relación con el público, en este tiempo de convergencia de arte, ciencia y tecnología, “¿cómo se puede cambiar esto sin poner en riesgo la independencia y la integridad del proceso artístico?”.
Para prolongar y extender la conversación, un grupo de instituciones culturales y de promoción de la cultura de la ciencia y la tecnología -entre las que se encuentran la Fundación Zaragoza Ciudad del Conocimiento y el Centro de Arte y Tecnología Etopia- han creado la Red Europea de Arte Digital y Ciencia, con el apoyo del programa Europa Creativa de la UE y la colaboración de instituciones científicas tan relevantes como el CERN y el European Southern Observatory.