Dr. Luis Miguel Pedrero Esteban. Revista “Nuestra Nebrija”, abril 2020
La popularización del smartphone como dispositivo de acceso preferente a Internet ha propiciado un cambio irreversible en las pautas de consumo audiovisual, en las que ya se impone la iniciativa de cada individuo como criterio básico al elegir qué, cuándo, cómo y a través de qué soporte satisfacer sus gustos e intereses. Por efecto de este hábito se han redefinido las lógicas de producción, distribución y comercialización de las industrias de la comunicación, que hoy responden a las exigencias de lectores, oyentes y espectadores con creaciones y soluciones desligadas de las programaciones lineales y orientadas a la selección a la carta.
Así es como ya se han normalizado a escala global las plataformas de vídeo bajo demanda –Netflix, HBO, Prime Video, Disney+…– y se han convertido en cotidianas las opciones para escuchar servicios de música en streaming como Spotify o de contenidos de audio como Apple Podcast o Google Podcast. De ahí la incorporación de nuevos actores a esta industria (en muchos casos ajenos a las tradicionales empresas del sector) y el interés de las grandes compañías tecnológicas –Google, Amazon, Facebook, Apple– por la cada vez más intensa convergencia entre sus equipos, sus sistemas operativos, los productos distribuidos en ellos y las técnicas para medir cómo los disfruta cada usuario.
En este contexto, los sistemas de recomendación han ganado terreno como una cómoda y efectiva solución para tomar decisiones frente a la exponencial oferta de información y entretenimiento: a partir de técnicas de filtrado diseñadas mediante Inteligencia Artificial (IA), seleccionan los contenidos que pueden interesar más a cada sujeto según el interés, la novedad o la relevancia asociada a su perfil y a su rastro de consumo en la Red. Esta tecnología se impone como un nuevo paradigma de búsqueda: son los productos los que encuentran al usuario interesado en ellos en lugar de que el usuario los busque de modo explícito; semejante ‘delegación’ tiende a diluir la capacidad crítica del individuo en la conformación de su propio menú y a que acepte sin cuestionarse las propuestas que los algoritmos deciden en su nombre.
Hace años que la aplicación de la Inteligencia Artificial al Periodismo sirve para crear de forma automatizada noticias cuya elaboración se sustenta en la combinación de bases de datos estructuradas; así es como ya se publican reportes sobre resultados financieros, deportivos, previsión meteorológica y hasta desastres naturales. En la madrugada del 17 de marzo de 2014 se produjo un temblor en el Estado de California (EEUU), y pese a que la red de sismógrafos envió una alerta a todos los medios, las redacciones estaban vacías a esa hora y nadie se hizo eco… salvo el diario Los Ángeles Times: un robot se encargó allí de transformar aquella alerta en una breve nota de la que de inmediato se hicieron eco en sus webs las demás cabeceras y estaciones de radio y TV.
Las tecnologías de IA pueden generar nuevos contenidos mediante la búsqueda y análisis de datos, pero también personalizarlos y adaptarlos a las inquietudes e intereses de los diversos públicos. Una de las herramientas que mejor materializan ese potencial es la voz (en realidad, las técnicas de procesamiento del lenguaje natural o NPL), sobre la cual se articula nuestra interacción con los dispositivos comúnmente denominados inteligentes. Entre ellos destacan los altavoces (smart speakers), receptores conectados a Internet y provistos de un asistente virtual con capacidad para el aprendizaje (Deep Learning) que permite reconocer y atender las solicitudes habladas y, progresivamente, identificar un patrón de conocimiento sobre el que responder con creciente adecuación a cada perfil.
La rapidez con la que estos equipos se están incorporando a la vida digital supera a la que en su día consiguieron los smartphones: se calcula que a nivel mundial ya están instalados 224 millones (el doble que al finalizar 2018), y en 2023 sus ventas se situarán en 12.000 millones de dólares (cuatro veces las de 2018). Avanzamos hacia un futuro en el que la voz se convertirá en el cauce habitual de interacción tecnológica, y a medida que estas interfaces se normalicen en el hogar, se asentará una nueva relación entre las personas y el ecosistema de medios y servicios online.
Las consultas informativas constituyen una de las principales demandas a estos altavoces. En España, como constató la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC) en 2019, un 42% de los usuarios los emplea para escuchar noticias, solo por detrás de oír música (76%), formular preguntas en general (62%) y consultar la predicción del tiempo (59%). ¿Qué horizonte plantea este escenario? Mediante la orden Hey Google, play me the news (‘Google, dame las noticias’), el asistente virtual Google Assistant enumera los titulares y eventos más destacados en cada momento tomando como base el historial de búsqueda, la ubicación y los intereses del usuario, pero no la veracidad de las fuentes o la presencia de los atributos sobre los que se construyen profesionalmente las noticias.
Bajo la eficiente apariencia de esta satisfacción personalizada de nuestra curiosidad por la actualidad se esconde el riesgo de una configuración sesgada o malintencionada si no se garantiza que los contenidos seleccionados por los interfaces de voz cumplen con los principios deontológicos del Periodismo. Investigadores y profesionales debemos, por tanto, acometer juntos el reto de diseñar y estandarizar códigos de verificación que avalen la precisión, neutralidad, equidad y contexto de las piezas informativas que suministran los altavoces inteligentes: sólo así se podrán prevenir y combatir las crecientes prácticas de tergiversación y manipulación, esencia de las fake news y causa de los ya probados fenómenos de persuasión masiva en beneficio de quienes instrumentalizan la innovación tecnológica al servicio de la transparencia para modelar las opiniones y, sobre todo, las decisiones de los ciudadanos.