Dra. Laura Martínez Otón, Nebrija Innomedia
Imaginar un escenario dentro de unos años en el que toque hablar de la post-desinformación significaría revertir la actual era de la postverdad. No hay que explicar demasiado a juzgar por la revolución que sufre una red social como Twitter en las últimas semanas donde subyacen muchos motivos de análisis. Uno de ellos es el fracaso del debate democrático (Martínez Otón, 2022). El dinamismo que ha impulsado la comunicación con la digitalización ha situado al ciudadano con un dispositivo en su bolsillo que le permite a golpe de clic acceder al conocimiento humano generado a lo largo de la historia de la humanidad, al conocimiento de todos los tiempos con velocidad 5G . Sin embargo, la masa crítica que recibe estos datos no ha sido preparada para su discernimiento. Cuando no existía Internet, en 1995 Chomsky citaba al teólogo Reinhold Niebuhr, próximo a intelectuales en la época de Kennedy, que afirmaba que “la racionalidad es una técnica, una habilidad, al alcance de muy pocos: solo algunos la poseen, mientras que la mayoría de la gente se guía por las emociones y los impulsos”.
La desinformación es definida por la Comisión Europea como “información falsa creada y difundida deliberadamente para influir en la opinión pública u ocultar la verdad”. Sin embargo, no existe voluntad colectiva ni tiempo individual para verificar la información que recibimos y a la que nos abrazamos, como vemos, incentivados por los enviones sentimentales que en nosotros provoca una mentira cada vez mejor construida como si fuera verdad.
La tecnología está al servicio de la mentira en la construcción de informaciones falsas, pero también está al servicio de la verdad para poder desenmascararla gracias a las diferentes herramientas de verificación de imágenes o vídeos, así como la comprobación de la fuente o autoría que descarte cualquier manipulación.
La generación Z, jóvenes de entre 18 y 24 años, están de forma masiva en las redes sociales, según un estudio (Perez-Escoda, Pedrero-Esteban, Rubio-Romero y Jiménez Narros, 2021). Saben que estas carecen de credibilidad pero se sienten atraídos por su inmediatez. La mayoría de los jóvenes que hacen este consumo de información desconocen la verificación, el fact checking. Esto unido al llamado “efecto halo”, el sesgo cognitivo que hace que nuestro cerebro confíe en aquellas personas en las que volcamos toda la confianza por admiración o veneración. Ahora les llamamos influencers. Por cierto, un cerebro, dicen los expertos, cómodo que prefiere no esforzarse en pensar y que recibe sin hacerse preguntas las ideas que coinciden con nuestras creencias, con ideas preconcebidas a lo largo de la experiencia vital. Si nos llega una información que va en la misma línea de nuestros esquemas mentales, es fácilmente integrada sea verdad o no. Esto demostraría la importancia de establecer en cada individuo, un espíritu crítico y reflexivo desde la más tierna infancia. Que sea capaz de hacerse preguntas y encontrar respuestas a lo largo de todos los ciclos formativos. Casi el 95% de los niños tienen un móvil a los 11 años, datos que recientemente revela un informe de UNICEF que insta a los padres a través de una guía a hacer un buen uso de un smarthphone por el que no hablan, sino que chatean y consumen lo bueno y lo malo sin apenas control dirigidos por un algoritmo.
La escuela tiene un papel importante a la hora de construir por un lado ese espíritu crítico y por otro, crear las bases de una correcta alfabetización digital. Las tecnologías de la información digital aplicadas a la docencia permiten competir con la atención de los alumnos incorporando todo este escenario de la desinformación a las clases. Para ello los docentes necesitan mejorar su formación digital de manera global, conociendo los conceptos que engloban la desinformación, la gran crisis de la infodemia, la diferenciación entre fake news y bulos. Algo que tiene que ir unido al conocimiento de los medios de comunicación, a cómo se crea una noticia, cómo se trabaja la información en los medios tradicionales, pero también en los medios digitales más innovadores. Es necesario tener una idea general de las diferentes redes sociales que existen y cómo debemos comportarnos en ellas para sacarles el máximo partido de divulgación y aprendizaje. Las redes sociales como forma de comunicación para varias generaciones, pueden ser grandes aliadas de la docencia.
Los planes de formación docente suelen ir por detrás de la sociedad de la comunicación. Todo cambia muy rápido en entornos empresariales digitales vulnerables. No hay certeza de que en unos meses el escenario sea el mismo, por eso conviene estar formado en los albores de la socialización conociendo las reglas de esta nueva sociedad digital donde pueden desaparecer redes sociales, pero llegarán otras en las que se convierte en necesario que no fracase el debate social desde la verdad. Esto permitirá sociedades menos polarizadas ideológica y políticamente, donde tenga cabida el respeto y la tolerancia sin imposiciones. La lucha contra la desinformación está en la formación en comunicación.
Artículo publicado en: https://theconversation.com/el-papel-de-la-escuela-en-la-alfabetizacion-digital-empieza-por-la-formacion-docente-194849