La escuela es una institución esencial en cualquier sociedad democrática, fundamento de la misma y promotora de la elevación cultural y el desarrollo integral de las personas que la conforman. Sin embargo, este logro histórico debe re-construirse y adaptarse a las nuevas realidades y requerimientos que las sociedades presentan. No contemplar esta necesidad de renovación constante puede generar el distanciamiento, e incluso el no cumplimiento de las altas expectativas que la sociedad deposita en ella.
La velocidad de los procesos que configuran nuestras sociedades demanda con urgencia la creación de una escuela diferente. Una nueva cultura y contexto escolar que promueva la posibilidad en los estudiantes de ejercer de forma dinámica, crítica e integral el desarrollo de todas sus capacidades y potencialidades, no la mera respuesta mecánica a problemas desconectados de la realidad.
El modelo de escuela tradicional alberga evidentes dificultades para responder con acierto los retos actuales. Es un modelo estancado en los requerimientos propios de la Revolución industrial que no promueve el desarrollo integral de las capacidades de los alumnos. Por ello, debe ser superado a través de una fundamentación teórica sólida y el ejemplo de prácticas metodológicas de reconocida calidad. La dinámica educativa necesita modificar en profundidad las categorías problemáticas desde la que es interpretada y entendida, es decir, volver a preguntarnos como sociedad, en el caso que algún día se haya planteado: ¿qué función socio-educativa cumple la escuela?, ¿para qué educar?, ¿qué objetivos se debe plantear?, ¿qué retos enfrenta?…
Esta nueva escuela requiere la conformación de profesionales con una mirada pedagógica plural y una gran amplitud metodológica. Educadores que, de forma coherente, reflexiva, factible, coordinada y sinérgica, impulsen una respuesta socio-educativa sólida y adaptada. Por consiguiente, estoy hablando de formación permanente, de asumir nuestro papel de eternos aprendices, de construir un profesor-investigador conocedor de los últimos avances en pedagogía, de integridad y ética profesional, de actitud y predisposición, de ilusión, de trabajo, de revisión metodológica, y por último, de absoluta conciencia por parte del profesor sobre la envergadura de la labor que desempeña. Asimismo, estoy poniendo de manifiesto la necesidad de generar las condiciones políticas, administrativas y económicas adecuadas que permitan al educador desarrollar lo anterior de forma creativa y reflexiva, sin temor a ir en contra de la inercia.
Deben darse los requisitos para que los educadores experimenten y mejoren en su tarea profesional, es decir, el centro entendido como un lugar donde: yo como educador aprendo, ya que se crean las condiciones organizativas para que pueda seguir investigando, reflexionando, innovando y enriqueciendo mi labor. Hace tiempo que sabemos que los educadores mejoran su práctica cuando reflexionan sobre la misma, cuando someten a discusión sus postulados y contrastan con otros las importantes y variadas funciones que cotidianamente deben realizar: dinamizar contextos, organizar y secuenciar contenidos, seleccionar tareas, adecuar tiempos y espacios, identificar y transformar situaciones de desventaja, reflexionar sobre la consecución de objetivos, etc.
Para terminar, conviene recordar que no se está sugiriendo tener más pizarras digitales en el aula o disponer de mejores computadoras (pese a que bien venido son). Si los nuevos medios tecnológicos se utilizan desde un acentuado tradicionalismo pedagógico, acientífico y carente de reflexión metodológica, no estaremos cambiando nada. Se habla de re-apasionar lo elemental, aunque parezca modesto. Reivindicar uno de los trabajos más difíciles, importantes y apasionantes. Una labor, la del profesor, que debe ser realizada lentamente, con tacto e ilusión, compartida, creativa, reflexiva, cómplice, mantenida en el tiempo… Tal como señala el Informe McKinsey: “La calidad de un sistema educativo tiene como techo la calidad de sus docentes”. Ninguna institución educativa será mejor que la calidad y la ilusión de sus docentes.
Francisco Javier Pericacho Gómez
Universidad Antonio de Nebrija
Dpto. Educación
Creo que el Doctor Pericacho, como siempre, pone el dedo en la llaga del problema y de su solución: no son los alumnos ni los políticos, somos los profesores los que debemos estar en el centro del debate educativo. De nosotros depende la transformación de nuestra labor mediante la reflexión teórica y metodológica, y con ella también la transformación de la Escuela (entendida en una perspectiva amplia) para poder dar satisfacción a esas preguntas que plantea el autor: «¿Qué función socio-educativa cumple la escuela?, ¿para qué educar?, ¿Qué objetivos se debe plantear?, ¿Qué retos enfrenta?…»
Desgraciadamente (o no), cada opción ideológica da una respuesta diferente a dichas preguntas. Y ahí entran los políticos, los padres, los alumnos, los profesores, los sindicatos. Como consuelo, debo decir que en la Historia ninguna sociedad, NINGUNA, ha sido unánime en dar respuesta a estas preguntas. Y por supuesto, la española no va a ser la excepción.