Autor: Guillermo Martín
Mi padre es un visionario. Le recuerdo paseándome de la mano cuando yo era niño y diciéndome: “Tus hijos llevarán móvil al colegio. Y cuando lleguen a la universidad podrán ir a clase desde casa”. No le faltaba razón aunque su previsión de plazos fue absolutamente desastrosa. Fui yo y no mis hijos quien llevó móvil al colegio en los últimos años y aunque yo sí me desplacé a la universidad para asistir a clases, mi primera experiencia como docente ha sido a través de un campus virtual.
“Un campus virtual… ¿Cómo es eso?” Me preguntaban mis amigos cuando les contaba mis nuevos proyectos. Y yo mismo sentía que al contarlo, la gente me compadecía. ¿Y si no se conecta nadie? ¿Y si los alumnos no participan? ¿Cómo sabes si te están atendiendo? ¿Y si no te entienden? Desarrollé una gran capacidad para cambiar de asunto en las conversaciones, porque ni yo tenía respuesta a todas aquellas dudas. La visión de mí mismo hablándole a una cámara en una sala vacía durante hora y media me daba escalofríos. “No te preocupes”, me decía amablemente Begoña, la coordinadora del Máster en Planificación Estratégica de Medios Publicitarios de Nebrija y Carat. “Ya verás cómo es mucho más agradable de lo que parece en un principio”. Ahora, Begoña, puedo reconocer que no me fiaba del todo.
Mentiría si dijera que la experiencia de dar clase a través del campus virtual es similar a dar clase en un aula física. En el campus de Berzosa veo las caras de sueño de los alumnos, capto si les estoy aburriendo o me estoy extendiendo demasiado en una explicación y siempre tienes la oportunidad de que los alumnos te cuenten sus dudas y problemas en los descansos entre clase y clase. Todo esto no se siente tan directamente, pero a cambio, estamos dando clase en diferentes lugares del mundo a diferentes tipos de personas que si no fuera a través del campus virtual no encontraríamos nunca. Esto nos lleva a conocer diferentes sensibilidades, lo que sin duda constituye una gran experiencia como docente.
El manejo del campus virtual como herramienta es sencillo e intuitivo, con lo cual esa primera y temida barrera a la que el profesor se enfrenta, pronto queda salvada. Pero una clase online sí exige esfuerzos de otro tipo para el docente. Uno de los que más nos obsesiona a los profesores es la preparación de materiales. Los hábitos de las nuevas generaciones de alumnos exigen que los materiales sean más amenos, más prácticos y más digeribles. En el profesorado hay un temor constante a aburrir, que en el campus virtual se agrava, ya que no se capta ese bostezo furtivo, esa desconexión de la explicación, esa mirada que de pronto refleja que el cuerpo está ahí pero la mente no. Por eso hay que desarrollar un instinto especial sobre lo que aburre y lo que no, ya que no tenemos acceso a un lenguaje corporal del alumno que nos permita medir en tiempo real el engagement (perdón por el anglicismo, es que soy publicista) que estamos generando durante la clase.
Por otro lado, la enseñanza de comunicación, en este caso de planificación estratégica de medios, requiere siempre de un extra de aplicación práctica, y esto se ha convertido en una herramienta absolutamente capital para las clases online. Los alumnos tienen que ver, quizás más que en otros campos, que la teoría tiene siempre una aplicación fuera del aula. Y en mi experiencia los casos prácticos se convierten en un eficaz aliado para mantener el interés del alumno. Y cuanto más extremo sea el caso, más curioso y más contenido audiovisual tenga, mayor garantía tendremos de que el estudiante está integrando los conceptos en su conocimiento.
La barrera del manejo del campus, de la preparación de materiales y de intentar ser lo más ameno posible estaba salvada. ¿Pero y la comunicación interpersonal? ¿Cómo sustituir el contacto alrededor del aula física? Ese momento en que ellos te cuentan sus trabajos para otras asignaturas, las prácticas en empresas que han encontrado, las preguntas que les surgen a raíz de una cuña de radio que escucharon ayer… Sigo trabajando para recortar esa distancia con los alumnos del campus virtual, haciéndoles preguntas para que participen lo máximo posible en clase y utilizando el correo electrónico de manera especialmente intensa como arma de comunicación fuera del tiempo de clase. Esta es quizá la única faceta de la clase física que todavía no he logrado suplir del todo desde la pantalla del ordenador.
Si mis amigos me volvieran a hacer todas las preguntas que me hacían sobre la enseñanza online, les diría que la experiencia es mucho menos fría de lo que se puede pensar en un principio. Porque al fin y al cabo, un alumno que se inscribe en un máster desde la otra punta del mundo, es un alumno generalmente muy interesado en la materia. Y como tal, es un alumno que, roto el hielo inicial, participa, hace preguntas a través del chat, transmite que está entendiendo lo que cuentas o te dice lo mucho que le ha gustado el último caso práctico. A la tercera clase, sientes su energía al otro lado de la pantalla.
Y aquí estoy, deseando arrancar el nuevo curso para conocer nuevos alumnos de cualquier parte del mundo. Como profetizó mi padre.
Guillermo Martín
Profesor de la Facultad de Ciencias de la Comunicación
Ojalá estuviera más implantado este método…