Autora: Pilar Bernat
“El problema real no es si las maquinas piensan, sino si lo hacen los hombres”
Burrhus Frederick Skinner
Me levanto de una mesa de profesionales de la comunicación; el debate ha sido intenso: ¡la Educación (con mayúsculas), en este país, necesita una reforma urgente! Fácil de decir, complicado enfrentarse a ello.
Cada año, en cada asignatura, cada vez que inicio un nuevo ciclo, explico a mis alumnos el sentido del término ‘brecha digital’ e incluso me atrevo a contrastarlo con el muy manido de ‘brecha generacional’ y muchas veces, entre bromas, acabo reconociéndoles que para que SU revolución culmine, deben ‘matarnos’; m a t a r a NOS y no se trata de un plural mayestático.
Lo cierto es que, mi generación sesentera y la cincuentera -e incluso posterior- somos un perfecto tapón para el desarrollo. Y no hablo de un caso o de otro, de un ejemplo o de otro; no hablo de individualidades, hablo de todos los que conocimos un mundo analógico y no podemos, no tenemos capacidad mental para asumir que en el digital que dejamos a nuestros herederos ‘vivirá’, ‘convivirá’ y ‘regirá’ la inteligencia artificial.
Ni R2-D2 ni C-3PO
La llamada AI (Artificial Inteligence) no va a tener formato de R2-D2; ni de C-3PO; ¡No! Eso son cosas de la robótica. Sencillamente va a ser un ente omnipresente que se va a instalar en todas y cada una de nuestras vidas y, entonces sí, entonces vendrá la pregunta fundamental que a cualquier profesor le debe producir escalofríos y escucharemos cosas del tipo: ¿para qué esforzarme en saber, si el conocimiento me viene dado? ¿Para qué memorizar, si llevo memoria anexa? ¿Para qué idiomas si tengo Babel en circuito impreso?
No cabe refutar, porque nuestros cerebros primitivos nunca podrán procesar a la velocidad que lo hace ‘ella’, no podrán comunicarse en la distancia sin ‘canal físico’ intermedio como lo hace ella, jamás llegarán a registrar los millones de Giga, Tera, Peta, Exa, Zetta y Yottabytes de datos que aloja en su memoria ella, la Inteligencia Artificial.
Y entonces ¿qué hace un profesor que tiene conciencia de ello? ¿Rendirse? ¿Adaptarse al medio? ¿Atrincherarse en el método de enseñanza medieval? ¿O mejor afrontarlo, enfrentarlo, prepararse y blandir las armas del conocimiento para procurar guiar y concienciar a sus pupilos sobre qué pueden esperar de SU revolución o cómo asumirla? La respuesta, aunque lo parezca, no es, ni mucho menos, evidente. Las dos opciones son lícitas y respetables; ninguna criticable y ambas necesarias. El antes y el después deben conjugarse, ya que no cabe soltar el puente e intentar cruzar tirándonos al vacío. Sería un suicidio.
La cuestión, por tanto, es el día a día. Los pequeños cambios. Tenemos que saber que a nadie impresiona ya el estrado; que togas y birretes se tiñen de unos y ceros y, sobre todo, que de nuestro yo ya no emana la sabiduría, porque la sabiduría habita en un ‘clic’. Hay que enseñar y aprender; hablar y escuchar; aportar y recoger, compartir, colaborar, liderar; porque ese mundo adaptativo en el que tan cómodamente se mueven nuestros alumnos y tan hostil nos resulta a nosotros, está por desarrollar y debemos iluminar el camino.
Los docentes del siglo XXI tendemos a modificar nuestros títulos, contenidos y programas con el vértigo de no llegar; de no tener la respuesta, de que ellos sepan más; sin considerar que no podemos adaptarnos a la velocidad de la I+D. Nuestros programas, por principio y definición, son estáticos y metódicos cuando tal vez debieran ser dinámicos e imaginativos; un lugar común y armonizado de aprendizaje donde impere la creatividad, tal vez el único concepto que nos diferencia de la capacidad de una máquina y donde nuestra experiencia sea, realmente, un grado.
El vértigo
El primer año que di clase, los estudiantes, en colegios y universidades, migraban de un Nokia a una BlackBerry; dejaban el Fotolog y MySpace para zambullirse en Tuenti. Les explicaba con harta dificultad cómo Twitter (un pajarito y 140 caracteres) sería una ingente herramienta de marketing y el término redes sociales no estaba ni acuñado. No hablo de prehistoria, hablo de ayer.
Hoy, preparo el nuevo curso y me invade como cada septiembre el vértigo. Me enfrento al reto de cómo explicar a primero de periodismo o publicidad qué son procesadores cognitivos, redes neuronales, cuarta revolución industrial, realidad aumentada o 5G. Muchos -tristemente más muchas que muchos- me dirán que no les gusta la tecnología, que sólo quieren tener un iPhone, saber de moda y ser bloggers; otros apostarán por el término ‘gamer’ o recurrirán al de ‘youtuber’. A lo peor muchos quieren ser ‘influencers’ y creerán que en los anglicismos reside la Arcadia y entonces, espada láser en mano, tendré que darles un baño de realidad.
Pero la cuestión en 2017 no es el qué, la materia es infinita, sino el cómo; cómo mantener su atención, despertar su interés, abrir y poner a funcionar esas mentes que deben entrenar para que no les pille ‘en paro’ la invasión Artificial. Utilizar la tecnología como medio y como fin; como herramienta y como sustancia; como elemento de juego, de aprendizaje, de comunicación, de defensa… de nuevo: de creación.
Entraré en clase y les propondré que desarrollen proyectos imaginativos que tal vez un día puedan materializarse, siempre a través de la tecnología vigente porque desde el primer día deben ser emprendedores. Les haré escribir cada mañana, previa búsqueda informática (sea cual sea el formato), sobre novedades móviles, coches conectados, hogar digital, moda tecnológica o realidad virtual porque desde el primer día deben ser periodistas. Debatiremos sobre las ‘Over the Top’ con el fin de que cuiden su integridad, su currículum y sus espaldas porque desde el primer día tomar conciencia de su carrera profesional. Quizá diseñemos un nuevo DNI (Digital News Initiative) o montemos una campaña de postureo en Instagram…
Un toma y daca, a medio camino entre lo real y lo virtual, para que asuman la evolución del canal de comunicación, del uso del espectro radiológico, del hardware o del software que hace factible que su vida, y más allá, que afronten y consoliden una revolución planetaria, pero con control sobre los hechos, conocimiento de causa y dominio sobre el entorno, ese entorno que si descuidamos claudicará ante la inteligencia artificial robándonos nuestra supuesta supremacía.
El ser humano es adaptativo, ha superado la hecatombe evolutiva y ha mantenido el liderazgo de la especie. Y así será. Pero educación, concienciación, control y toma de decisiones serán requisitos para navegar por un mundo tan nuevo como desconocido del que nadie sabe, a ciencia cierta, qué esperar.
¡Eduquemos pues! Y suerte…
Pilar Bernat
Periodista e Historiadora del Arte
Profesora de Nuevas Tecnologías y Sociedad de la Información
Me parece muy interesante la manera de enfocar la docencia que plasmas en la última parte del artículo. Debe de resultar complicado enseñar y educar de un modo dinámico e interesante para una generación que cada vez es más digital y tiene otra manera de pensar. Mucho ánimo.