Autora: Ana Heredero
A veces, por alguna razón, nos distanciamos de la escritura y no entendemos que las palabras están ahí para ayudarnos. Nos representan y podemos y debemos jugar con ellas, respetarlas y explorarlas. Una de las cosas que siempre digo a los autores que nos visitan es que una idea puede ser todo lo maravillosa que uno quiera, pero si no se hace llegar correctamente al receptor dicha idea morirá por el camino y no importará lo inteligente, creativo u original que hayas sido. Subrayar a los estudiantes que si no se expresan bien, su esfuerzo habrá sido en vano hace que comprendan la importancia de la comunicación y reciban una pequeña dosis de realidad: siempre hay un receptor y eres tú el que debe esforzarse para que te entienda porque si no es así, el que pierde la partida eres tú. Si no sabes venderte en una entrevista de trabajo, no te contratan; si no ordenas tus pensamientos, el profesor baja la nota; si no sabes llegar a tu público, no recaudas dinero para tu ONG; si no cuentas bien un chiste, la gente no se ríe… Trabajar en un Centro de Escritura es un placer porque conoces a personas muy distintas y aprendes de ellas, pero lo mejor es ver cómo alguien evoluciona convirtiéndose en un escritor seguro, responsable y analítico. Es entonces cuando el talento que esconde sale a la luz.
Son muchos los autores que maduran y se amistan con las palabras y las utilizan para llegar a su público. Dos ejemplos reales son Michael y Mary. El primero pasó horas en el Centro de Escritura explicándome lo que quería transmitir en sus trabajos de ciencias y escuchando por qué lo que me decía no era lo que había escrito. A él le apasionaba su campo y era muy trabajador, pero no sabía expresarse. Yo no entendía lo que leía y le pedí que guardara el papel y me aclarara de qué iba todo aquello de la energía, el diseño y la química. Recuerdo que permanecí sentada en mi silla, atenta y tomando notas, mientras él gesticulaba de pie, dibujaba en la pizarra y encendía y apagaba la luz de la habitación. Cuando por fin lo entendí, mis palabras fueron: “¡Aaaaah! Vale, eso no es ni por asomo lo que pone aquí”. Y volviendo a poner el texto que Michael había escrito sobre la mesa, fue mi turno para enseñar. Con bolígrafos y rotuladores de colores en mano, leímos otra vez sus deberes y tachamos, reescribimos, anotamos y dudamos juntos. Es difícil darse cuenta de que las ideas que dominas y fluyen claras en tu cabeza no están en lo que has escrito. ¿Cómo es posible? ¡Si lo has escrito tú! No siempre se es consciente de que lo que es obvio para ti quizá no lo es para los demás, pero cuando lo descubres ya tienes parte del camino hecho. Las notas de Michael pasaron de suficientes a sobresalientes y cuando lo volví a ver un par de años después me dio las gracias y me dijo que su éxito académico se debía a nuestras tutorías y a lo que en ellas había aprendido. Creo que hicimos un buen equipo porque los dos nos enseñamos y Michael, que sabía qué quería decir, solo necesitaba ayuda con el cómo. No tendría por qué haber sido así.
Hay alumnos que tampoco están seguros de lo que deben expresar y conviene hacerles preguntas para que reflexionen y vertebren sus pensamientos. Esto es lo que pasó con Mary, que vino al Centro con ojeras y frustrada porque no conseguía hacer prácticas en ninguna de las empresas que quería. Había escrito una carta de presentación plana que no la hacía destacar en nada. Conversando con ella, descubrí que hablaba dos idiomas con nivel C1 y que había trabajado un verano en un banco en China. Nada de esto estaba reflejado en la carta porque, según Mary, no era relevante para el puesto: Lo suyo eran las matemáticas, no los idiomas. Y en ese banco no había tenido un cargo de responsabilidad. Le contesté que yo no sabía nada de números ni de bancos, que eso me lo tendría que explicar ella, pero que me había fijado en que todas las empresas a las que quería mandar la carta eran internacionales y que a los veinte años lo normal es que te pongan a observar y a hacer fotocopias en vez de nombrarte CEO. Sus ojos cansados se iluminaron ante esta información y añadió lo de los idiomas y la experiencia en el banco chino a su carta y la contrataron. Tanto Mary como Michael eran personas con algo que ofrecer, pero hasta que no acudieron al Centro de Escritura no entendieron que las palabras debían estar de su parte para conseguir sus objetivos. El hecho de que este descubrimiento fuera el resultado de un trabajo en equipo es fantástico, ya que el mérito de la mejora les pertenece.
En una tutoría, se escarba en equipo hasta encontrar el tesoro. Sabes que el oro está allí, pero antes hay que mancharse las manos. Las palabras no son suficientes si están vacías, pero son las que transmiten el mensaje que tú quieres mandar y por eso son importantes. Michael y Mary aspiraban a algo y lo consiguieron porque habían trabajado duro y porque supieron transmitir sus ideas y su esfuerzo. Siempre hay un receptor, escribimos para ser leídos y no debemos permitir que nuestros mensajes se pierdan por el camino solo porque no hemos sabido enviarlos. En un Centro de Escritura se tiene la oportunidad de aprender y de crecer, pero no son solo los visitantes los que se benefician de una tutoría. También los tutores lo hacen gracias al contenido de los textos y a la profundidad de las personas. Escribimos para ser leídos y leemos para aprender.
Ana Heredero
Centro de Escritura Nebrija