Escribir junio 2022

Reflexiones de una «nebrijilla» online: escritura, viajes e introspección

Hace algún tiempo, alguien me preguntó: “¿Por qué escribes?” Sin duda es una pregunta que podría tener muchas respuestas, pero que en el momento en que surgió, me dejó sin ninguna de ellas.

Escribo (de forma consciente y con algo más de sentido) desde que tenía 12 años. A lo largo de ese tiempo, mi enfoque y mi escritura han ido cambiando. Antes escribía con esfuerzo, intentando que todo cuadrara perfectamente, que cada palabra y cada verso fueran hacia el mismo objetivo; sin embargo, actualmente no escribo así. Hoy, escribo poniendo en el folio todo lo que pasa por mi mente, sin importar si tiene sentido alguno, o si he cambiado de tema a mitad de la obra.

Debería ser al revés, claro está, pero creo que a medida que creces, te das cuenta de que gastas demasiada energía en tareas que no la necesitan, en oportunidades que surgen de forma natural, como lo es la escritura para mí. Escribo con el fin de dejar fluir todas esas ideas repentinas e inesperadas.

Curiosamente, la misma persona que me hizo aquella importante pregunta me incitó a escribir acerca de mi última gran experiencia, el viaje que le dio una vuelta a mi vida, esta nueva etapa en la que me encuentro, la universidad. Pero claramente nuestra conversación tenía un punto de reflexión; su propósito era averiguar si aquello que escribía me ayudaba a procesar todos los cambios que he estado viviendo.

Toda mi vida escuché historias acerca de lo que suponía ir a la universidad, de lo exigente y divertido que es. Del primer día de clases, los primeros amigos, etc. Lo que yo no había imaginado nunca era que, en mi caso, la universidad sería algo totalmente distinto. Comencé mis clases online, con una diferencia horaria de 6/7 horas, eso significaba estar despierta a las 00:30 o 1:00 am, encender mi cámara y hacer un gran esfuerzo por no quedarme dormida y prestar toda mi atención a la persona que se encontraba del otro lado de la pantalla. Por si fuera poco, el hecho de estar del otro lado del mundo no hacía las cosas más sencillas. Hacer amigos e interactuar con los que iban a clase presencial era todo un reto. Un año y medio después, logré venir a España, y otra vez tuve que adaptarme a las cosas nuevas que estaba viviendo, y que aún sigo experimentando.

Lo que más le llama la atención a la gente que conoce acerca de mi «pequeño talento» es que no he escrito nada sobre mi vida aquí. ¿Cómo es posible que yo, que poetizo mis relaciones en cada trayecto de metro y que escribo en un diario con el fin de reflexionar, no haya escrito nada sobre lo que ha significado mudarme de continente y empezar la universidad?

He estado pensando mucho en esto, porque sorprendentemente no lo había notado, pero por fin creo haber encontrado una respuesta, que a su vez me ayuda a contestar la pregunta inicial de todo este vaivén reflexivo.

Lo que sucede es que cuando escribo intento dejar salir lo que llevo dentro; lo exteriorizo, para que lo que me esté pasando se detenga o encuentre claridad en el proceso. Y en el caso de mi viaje, y de mi experiencia como alumna internacional, ocurre que me siento viviendo en un sueño… Motivo por el cual, me aterra que, al ponerlo en papel, se esfume.

¿Pero entonces, por qué cuando me enamoro escribo? ¿Acaso quiero que todo termine? Claramente no. Creo que la escritura real, pura y natural, no es algo que se piense, es algo que se plasma en las hojas, sin pensar mucho. Es el momento en que tus pensamientos atraviesan dimensiones y toman el control de tu mano, y simplemente traspasan la barrera intangible de lo imaginario, quedando atrapados allí, en unos cuantos versos.

Entonces, si tenemos todo eso en cuenta, ¿por qué escribo? ¿Y por qué no escribo sobre mi nueva vida en Madrid?

Escribo por lo mucho y por lo poco. Escribo porque guardo tanto en mi interior que me aterra que, si no lo pongo en papel y sale por sí solo, acabe con todo a su paso.

Escribo porque quiero conectar con la gente evitando charlas innecesarias que no tienen inicio ni final.

Escribo porque soy una over-thinker, y así le doy un break a mi cerebro.

Escribo para conocerme mejor, para aprender la importancia de los momentos que estoy viviendo y que he vivido.

Escribo para darle vuelo a mi imaginación. Escribo por los románticos empedernidos que vamos suspirando por la calle.

Escribo por aquellos que nos enfadamos sin sentido. Escribo por las anécdotas, por la familia y los amigos.

Escribo por mis alegrías y mis enfados.

Escribo por las rimas y los cuentos raros.

Escribo para las historias terminar. Escribo para encontrar paz.

Pero, sobre todo, escribo porque para mí escribir es otra forma de vivir.

Y aún en medio de estos versos, me parece imposible describir cómo es mi vida ahora en Madrid. Parece un poco tonto, teniendo en cuenta lo anterior, pero tal vez no quiero dejar ir el pasado ni afrontar la realidad de donde estoy.

Gabriela López Restrepo

Alumna de Lengua Modernas y tutora del Centro de Escritura Nebrija

CEN_abril 2020

¿Por qué escribir?

Escribir es pensar. Es canalizar miles de pensamientos en tu cabeza para que vayan de uno en uno. Es organizar, agrupar, tachar, concluir, aclarar… Escribir es una actividad solitaria porque tienes que procesar las ideas, madurarlas y encontrar tu voz para ponerlas sobre el papel. Y escribir puede ser en este tiempo de coronavirus una forma de calmar el torbellino de información, deseos e inquietudes que habita en nuestra cabeza. El Centro de Escritura Nebrija ayuda con el proceso escritor. Ofrecemos tutorías en español y en inglés para guiar con la expresión académica y creativa. Nos encanta nuestro trabajo porque leemos y porque conocemos a través de los textos y de su retórica, pero también nos entusiasma ver que cuando las piezas del puzle van encajando, esto se ve reflejado primero en la cabeza del escritor y luego sobre el papel. Y es esta última parte por lo que creo que escribir puede servir de ayuda a muchas personas en esta cuarentena. En una época de incertidumbre, de confinamiento y de preocupación por los tuyos, un papel y un bolígrafo pueden ayudar a tranquilizar, organizar el pensamiento o comprender.

          Una de las actividades que podemos hacer es escribir un diario que nos ayude a procesar todo lo que estamos viviendo. No tiene por qué ser un fiel reflejo de nuestra rutina casera en chándal, sino que podemos dejar fluir la consciencia si estamos nerviosos y permitir que nuestra mano vague por el folio para liberar el cerebro de inquietudes (aunque solo sea un placebo). O podemos reflexionar sobre las pequeñas cosas que vemos y oímos: la libertad del gato que dormita solo sobre un coche en la calle mientras las personas aplaudimos a las ocho en las ventanas o las voces de los niños que se despiden del vecino, el que es profesor de inglés, a través del ordenador con numerosos y alegres bye bye. Dejarnos llevar por las letras o reflejar la normalidad dentro de la anormalidad.  

          Siguiendo la idea del diario y de la escritura como medicina para aclarar la mente, otra posibilidad que tenemos es crear una lista de las cosas que queremos hacer cuando esto termine. Por ejemplo, cómo de largo va a ser ese paseo o cuánto va a durar ese abrazo.    También podemos hacer una lista de las cosas en las que podemos mejorar en el futuro y preguntarnos si no es raro que visitemos tan poco a nuestros abuelos cuando podemos o que ahora que estamos encerrados podamos oír a los pájaros. Podemos incluso hacer una lista de las cosas que sí estamos haciendo bien ahora como quedarnos en casa, hacer reír a alguien por teléfono, ofrecer ayuda a los vecinos o dar las gracias a los cajeros del supermercado. Hacer listas nos da la ilusión temporal de control y al mismo tiempo es una oportunidad para reflexionar sobre esta situación y sobre lo que aprendemos de ella.      

          Escribir sirve también para evadirse y qué mejor momento que ahora para dar rienda suelta a nuestra creatividad. Si preferimos empezar con algo más sencillo, la aplicación Leemur nos permite crear historias con forma de WhatsApp. Si nos atrevemos con un relato, en internet se encuentran fácilmente temas o writing prompts en caso de que necesitemos un empujón. Por ejemplo, “Son las cuatro de la mañana y te despiertas porque la televisión se enciende sola. Cuando te acercas a apagarla, se corta el programa y aparecen unas letras en la pantalla que dicen No mires directamente a la luna. Hay luna llena y la ventana está abierta”. Además de inventar relatos, podemos adelantar a nuestra cuarentena el NaNoWriMo o National Novel Writing Month, que es un proyecto de escritura creativa creado por Chris Baty en 1999 y que se realiza cada mes de noviembre. De una forma u otra, debemos tener en cuenta que podemos fallar. Los niños son más creativos porque no pretenden ser perfectos. Se limitan a escribir cuentos, dibujar o tocar instrumentos sin ningún temor y se divierten. Podemos planificar las tramas de nuestras historias y describir minuciosamente a nuestros personajes, pero tampoco es necesario porque es algo que hacemos por pura diversión.

          No solo tenemos por qué escribir para nosotros, sino que regalar palabras es una opción. Muchas personas están enviando cartas de apoyo a los aislados de los hospitales que solo reciben la visita de los sanitarios con buzos. Otras publican poemas y canciones en internet para conectar y aliviar. Los hay que creen fervientemente en la biblioterapia y recomiendan y reseñan libros en las redes sociales o en largos WhatsApps a sus seres queridos. Hay gente que cuelga mensajes de ánimo en el ascensor junto a los arcoíris de los niños. Todo esto porque la humana es una especie curiosa y paradójica.       

          En el Centro de Escritura nos gusta observar cómo los escritores construyen puentes y aprenden sobre ellos mismos. Por eso, el propósito de esta entrada es sencillamente animar a escribir. No pretendo descubrir el mundo a nadie con estas sugerencias porque sé que ya muchos las aplican. Solo quiero seguir pasando la pelota informativa porque escribir es muchas cosas, pero ante todo es una herramienta con la que podemos buscar distintos efectos. Si el papel ayuda a liberar tensión, gestionar las emociones, pensar, entretener, expandir los horizontes o hacer sonreír a alguien, pues bienvenido sea. Enfrentarse a la hoja en blanco es para muchos como el miedo del portero al penalti, sobre todo si no estás acostumbrado, pero vale la pena.

Ana Heredero

Centro de Escritura Nebrija (CEN)

Los Centros de Escritura y el poder de las palabras

Autora: Ana Heredero

 

A veces, por alguna razón, nos distanciamos de la escritura y no entendemos que las palabras están ahí para ayudarnos. Nos representan y podemos y debemos jugar con ellas, respetarlas y explorarlas. Una de las cosas que siempre digo a los autores que nos visitan es que una idea puede ser todo lo maravillosa que uno quiera, pero si no se hace llegar correctamente al receptor dicha idea morirá por el camino y no importará lo inteligente, creativo u original que hayas sido. Subrayar a los estudiantes que si no se expresan bien, su esfuerzo habrá sido en vano hace que comprendan la importancia de la comunicación y reciban una pequeña dosis de realidad: siempre hay un receptor y eres tú el que debe esforzarse para que te entienda porque si no es así, el que pierde la partida eres tú. Si no sabes venderte en una entrevista de trabajo, no te contratan; si no ordenas tus  pensamientos, el profesor baja la nota; si no sabes llegar a tu público, no recaudas dinero para tu ONG; si no cuentas bien un chiste, la gente no se ríe… Trabajar en un Centro de Escritura es un placer porque conoces a personas muy distintas y aprendes de ellas, pero lo mejor es ver cómo alguien evoluciona convirtiéndose en un escritor seguro, responsable y analítico. Es entonces cuando el talento que esconde sale a la luz.  

Son muchos los autores que maduran y se amistan con las palabras y las utilizan para llegar a su público. Dos ejemplos reales son Michael y Mary. El primero pasó horas en el Centro de Escritura explicándome lo que quería transmitir en sus trabajos de ciencias y escuchando por qué lo que me decía no era lo que había escrito. A él le apasionaba su campo y era muy trabajador, pero no sabía expresarse. Yo no entendía lo que leía y le pedí que guardara el papel y me aclarara de qué iba todo aquello de la energía, el diseño y la química. Recuerdo que permanecí sentada en mi silla, atenta y tomando notas, mientras él gesticulaba de pie, dibujaba en la pizarra y encendía y apagaba la luz de la habitación. Cuando por fin lo entendí, mis palabras fueron: “¡Aaaaah! Vale, eso no es ni por asomo lo que pone aquí”. Y volviendo a poner el texto que Michael había escrito sobre la mesa, fue mi turno para enseñar. Con bolígrafos y rotuladores de colores en mano, leímos otra vez sus deberes y tachamos, reescribimos, anotamos y dudamos juntos. Es difícil darse cuenta de que las ideas que dominas y fluyen claras en tu cabeza no están en lo que has escrito. ¿Cómo es posible? ¡Si lo has escrito tú! No siempre se es consciente de que lo que es obvio para ti quizá no lo es para los demás, pero cuando lo descubres ya tienes parte del camino hecho. Las notas de Michael pasaron de suficientes a sobresalientes y cuando lo volví a ver un par de años después me dio las gracias y me dijo que su éxito académico se debía a nuestras tutorías y a lo que en ellas había aprendido. Creo que hicimos un buen equipo porque los dos nos enseñamos y Michael, que sabía qué quería decir, solo necesitaba ayuda con el cómo. No tendría por qué haber sido así.

Hay alumnos que tampoco están seguros de lo que deben expresar y conviene hacerles preguntas para que reflexionen y vertebren sus pensamientos. Esto es lo que pasó con Mary, que vino al Centro con ojeras y frustrada porque no conseguía hacer prácticas en ninguna de las empresas que quería. Había escrito una carta de presentación plana que no la hacía destacar en nada. Conversando con ella, descubrí que hablaba dos idiomas con nivel C1 y que había trabajado un verano en un banco en China. Nada de esto estaba reflejado en la carta porque, según Mary, no era relevante para el puesto: Lo suyo eran las matemáticas, no los idiomas. Y en ese banco no había tenido un cargo de responsabilidad. Le contesté que yo no sabía nada de números ni de bancos, que eso me lo tendría que explicar ella, pero que me había fijado en que todas las empresas a las que quería mandar la carta eran internacionales y que a los veinte años lo normal es que te pongan a observar y a hacer fotocopias en vez de nombrarte CEO. Sus ojos cansados se iluminaron ante esta información y añadió lo de los idiomas y la experiencia en el banco chino a su carta y la contrataron. Tanto Mary como Michael eran personas con algo que ofrecer, pero hasta que no acudieron al Centro de Escritura no entendieron que las palabras debían estar de su parte para conseguir sus objetivos. El hecho de que este descubrimiento fuera el resultado de un trabajo en equipo es fantástico, ya que el mérito de la mejora les pertenece.       

En una tutoría, se escarba en equipo hasta encontrar el tesoro. Sabes que el oro está allí, pero antes hay que mancharse las manos. Las palabras no son suficientes si están vacías, pero son las que transmiten el mensaje que tú quieres mandar y por eso son importantes. Michael y Mary aspiraban a algo y lo consiguieron porque habían trabajado duro y porque supieron transmitir sus ideas y su esfuerzo. Siempre hay un receptor, escribimos para ser leídos y no debemos permitir que nuestros mensajes se pierdan por el camino solo porque no hemos sabido enviarlos. En un Centro de Escritura se tiene la oportunidad de aprender y de crecer, pero no son solo los visitantes los que se benefician de una tutoría. También los tutores lo hacen gracias al contenido de los textos y a la profundidad de las personas. Escribimos para ser leídos y leemos para aprender.  

 

Ana Heredero

Centro de Escritura Nebrija

Centro de Escritura Nebrija

Autora: Ana Heredero

 

Todos escribimos y todos necesitamos ayuda al escribir. No importa que se nos dé mejor o peor, no importa que seamos de letras o de ciencias y no importa la edad que tengamos. Siempre es bueno cuando otra persona nos lee y nos hace comentarios constructivos antes de entregar nuestro texto al público meta. De este modo, no solo mejora nuestro borrador y adquiere más posibilidades de tener éxito, sino que también nosotros aprendemos a ser mejores escritores. El Centro de Escritura Nebrija (CEN) es un servicio gratuito que pretende ayudar a sus visitantes con el proceso de escritura y a ser autores independientes y conscientes. Es el lugar donde ir cuando necesitamos que alguien nos lea.    

En el CEN, un tutor y un escritor trabajan en equipo para mejorar un texto (un trabajo para clase, un correo electrónico, una carta de motivación…) en una sesión de 45 minutos. El tutor no es un editor, es un lector y un guía. El escritor no es un agente pasivo, es el autor. Las dos personas se sientan con el texto en el medio y el escritor hace y el tutor ayuda a hacer. Su razón de ser se basa en la complejidad de escribir. Oscar Wilde dijo que para escribir solo hacen falta dos cosas: tener algo que decir y decirlo. Sin embargo, enfrentarse a la hoja en blanco y expresarse de una manera adecuada puede ser difícil. Podemos tener problemas con la introducción o la conclusión, la puntuación, la organización, la conexión de los párrafos, la validez de los ejemplos, la voz, las fuentes, la elección de sinónimos, la gramática, los títulos, el estilo, etc. También podemos ignorar que escribir es un proceso, perdernos en las palabras y olvidar nuestro propósito original, arriesgarnos a teclear mucho y no decir nada o a no saber cómo materializar nuestras ideas. Para escribir hace falta tener algo que decir y decirlo, pero debemos recordar que escribimos para ser leídos. Por tanto, el objetivo del CEN es hacer pensar, preguntar, criticar, sugerir y ofrecer fuentes para mejorar la escritura. Se trata de que el visitante aprenda qué hace bien y qué no a la vez que se convierte en un autor dueño de sus palabras. Una tutoría es un trabajo en equipo porque el escritor se ocupa del contenido y el tutor guía con el continente.

Expresarse correctamente es un requisito indispensable, especialmente en un mundo en el que cada vez se aboga más por la comunicación. No obstante, la realidad es que este mundo también es cada vez más competitivo y a veces tendemos a centrarnos en tantas materias que olvidamos lo elemental. El resultado es que en ocasiones los universitarios son incapaces de utilizar las palabras con propiedad. Aunque los centros de escritura nacieron en Estados Unidos a principios del S.XX, universidad y retórica han ido de la mano desde la época de Aristóteles. Escribir y tener guías que te ayuden en el proceso es algo natural. Aprender a desarrollar nuestros borradores y a ser autores es un requisito necesario. Hacerlo en una universidad cuyo nombre es el de uno de los mayores humanistas de la historia de nuestra Lengua es un deber. Es por todo esto por lo que el Centro de Escritura Nebrija llega a la universidad para ayudar a escribir lo que quieras decir.

 

Ana Heredero

Centro de Escritura Nebrija