La luz del primer día

Autor: Juan Lázaro Betancor

 

Estoy en casa y tengo clase. Dicho esto en otra época, se entendería que se trata de una clase particular o algo similar. No es así, sin embargo. Los tiempos han cambiado.

Enciendo el ordenador. La pantalla empieza a parpadear mientras va abriéndose el sistema operativo hasta que por fin todo queda en calma y el fondo de pantalla muestra la foto de un paisaje de un viaje reciente. Abro el navegador de internet. Pincho en una pestaña. El fogonazo no tarda en llegar y todo se llena de color en un instante. Hola, Blackboard.

Conozco los siguientes pasos perfectamente, así que no dudo en la ruta que debo seguir una vez que introduzca mi nombre de usuario y mi contraseña: seleccionar la asignatura, en el menú que me aparezca a la izquierda tendré que abrir ‘Videoconferencias’, y después, ‘Sesiones programadas’. Sí, tengo una dentro de media hora. Pero hoy yo seré el profesor. Y será la primera vez que eso me ocurra.

Los colegas que ya han pasado por la experiencia de impartir clase online coinciden en decirme que al principio resulta muy desasosegante dirigirse a una especie de túnel al final del cual, en teoría, hay vida esperándote, o que es como si estuvieras clamando en un desierto informático, una noche cerrada entre la cual ojos que no ves te observan. Pero ahora mismo lo que realmente me preocupa, lo que sin duda me aterra, son los aspectos técnicos de la cuestión. Por favor, hada protectora de la red de redes, haz que el PowerPoint se cargue correctamente y que la conexión funcione sin problemas durante las próximas dos horas. Me he asesorado todo lo posible, he tomado buena nota de los consejos de los compañeros de Sistemas informáticos y de la atención permanente de Global Campus, que incluso me han facilitado los datos de contacto del soporte de E-Learning Media por si sucediera algún imprevisto.

Allá vamos. Diapositivas subiéndose. Proceso finalizado con éxito. Las compruebo. ¡Horror! Me he equivocado de archivo. Vuelvo a empezar, a falta de pocos minutos. El pulso ya no es el que era; ahora percibo el bombeo de la sangre, un caballo galopa por mi interior. Empiezan a aparecer en el chat los primeros alumnos. Esto va a comenzar en breve y no hay marcha atrás posible. Reviso por enésima vez que el ángulo de la cámara es correcto y que la luminosidad es la adecuada. Un postit pegado a un lado del monitor me recuerda sin descanso que debo grabar la sesión. Sólo me queda esperar unos instantes, que dan para que me venga a la cabeza aquella famosa máxima de Julio César sobre la suerte y para una última conjura personal. No sé qué pasará cuando empiece la clase, pero, como oyente que he sido antes de clases online, dos cosas sí tengo clarísimas: pienso “mirar” a los alumnos —al ojo de la cámara, no a la pantalla con la teoría— y mostrar un entusiasmo parecido al que procuro poner en las aulas presenciales. Esos nombres que veo escritos en el chat son personas. Están ahí. No tengo la sensación de que estén tan lejos como me habían asegurado.

—Buenas tardes a todos. Bienvenidos a la primera videoconferencia de Desarrollo e Integración de Destrezas Comunicativas.

La clase ha comenzado.

Todo va transcurriendo con normalidad. Percibo que fluye la comunicación con los alumnos, o eso me parece. Les pregunto mucho a la par que explico, intentando que reflexionen y discurran, igual que hago en el aula, donde además suelo chocar los cinco con aquel que dé una respuesta relevante; de repente se me ocurre un choque de manos virtual: alzo la mano y la dirijo hacia la cámara como si fuera un choque de carne y hueso. Aparece en el chat el emoticono de una cara sonriente.

Lo que no había tenido en cuenta es que estamos a principios de noviembre y son las cinco y media de la tarde. Eso quiere decir que oscurece pronto por muy soleada que esté la tarde. Noto con estremecimiento que la habitación se está quedando a oscuras. Estaba sólo con luz natural, porque ni el flexo ni la lámpara del techo iluminaban bien. Ahora echo de menos la luz general, y el interruptor no está lo que se dice a mano precisamente; de hecho, me resulta tan imposible vencer la distancia que me separa de él que tengo la impresión de que si el interruptor estuviera en las Islas Feroe me sería más fácil pulsarlo. Así que es definitivo, estoy casi a oscuras en plena videoconferencia, aunque al menos se me distingue algo con la luz de la pantalla. Consigo abstraerme. Falta muy poco para concluir.

—Muchísimas gracias por vuestra atención. Sigo a vuestra disposición para cualquier cosa que necesitéis. Nos reunimos de nuevo aquí dentro de cinco días.

Parar grabación. Clic. Todo ha terminado.

Me echo para atrás en la silla y me recuesto, exhausto. Me brota una sonrisa de satisfacción. Me doy cuenta de que he disfrutado muchísimo.

 

Juan Lázaro Betancor

Profesor del Centro de Estudios Hispánicos y del Máster de Didáctica de ELE

Ir a clase desde casa y otras profecías

Autor: Guillermo Martín

 

Mi padre es un visionario. Le recuerdo paseándome de la mano cuando yo era niño y diciéndome: “Tus hijos llevarán móvil al colegio. Y cuando lleguen a la universidad podrán ir a clase desde casa”. No le faltaba razón aunque su previsión de plazos fue absolutamente desastrosa. Fui yo y no mis hijos quien llevó móvil al colegio en los últimos años y aunque yo sí me desplacé a la universidad para asistir a clases, mi primera experiencia como docente ha sido a través de un campus virtual.

“Un campus virtual… ¿Cómo es eso?” Me preguntaban mis amigos cuando les contaba mis nuevos proyectos. Y yo mismo sentía que al contarlo, la gente me compadecía. ¿Y si no se conecta  nadie? ¿Y si los alumnos no participan? ¿Cómo sabes si te están atendiendo? ¿Y si no te entienden? Desarrollé una gran capacidad para cambiar de asunto en las conversaciones, porque ni yo tenía respuesta a todas aquellas dudas. La visión de mí mismo hablándole a una cámara en una sala vacía durante hora y media me daba escalofríos. “No te preocupes”, me decía amablemente Begoña, la coordinadora del Máster en Planificación Estratégica de Medios Publicitarios de Nebrija y Carat. “Ya verás cómo es mucho más agradable de lo que parece en un principio”. Ahora, Begoña, puedo reconocer que no me fiaba del todo.

Mentiría si dijera que la experiencia de dar clase a través del campus virtual es similar a dar clase en un aula física. En el campus de Berzosa veo las caras de sueño de los alumnos, capto si les estoy aburriendo o me estoy extendiendo demasiado en una explicación y siempre tienes la oportunidad de que los alumnos te cuenten sus dudas y problemas en los descansos entre clase y clase.  Todo esto no se siente tan directamente, pero a cambio, estamos dando clase en diferentes lugares del mundo a diferentes tipos de personas que si no fuera a través del campus virtual no encontraríamos nunca. Esto nos lleva a conocer diferentes sensibilidades, lo que sin duda constituye una gran experiencia como docente.

El manejo del campus virtual como herramienta es sencillo e intuitivo, con lo cual esa primera y temida barrera a la que el profesor se enfrenta, pronto queda salvada. Pero una clase online sí exige esfuerzos de otro tipo para el docente. Uno de los que más nos obsesiona a los profesores es la preparación de materiales. Los hábitos de las nuevas generaciones de alumnos exigen que los materiales sean más amenos, más prácticos y más digeribles. En el profesorado hay un temor constante a aburrir, que en el campus virtual se agrava, ya que no se capta ese bostezo furtivo, esa desconexión de la explicación, esa mirada que de pronto refleja que el cuerpo está ahí pero la mente no. Por eso hay que desarrollar un instinto especial sobre lo que aburre y lo que no, ya que no tenemos acceso a un lenguaje corporal del alumno que nos permita medir en tiempo real el engagement (perdón por el anglicismo, es que soy publicista) que estamos generando durante la clase.

Por otro lado, la enseñanza de comunicación, en este caso de planificación estratégica de medios, requiere siempre de un extra de aplicación práctica, y esto se ha convertido en una herramienta absolutamente capital para las clases online. Los alumnos tienen que ver, quizás más que en otros campos, que la teoría tiene siempre una aplicación fuera del aula. Y en mi experiencia los casos prácticos se convierten en un eficaz aliado para mantener el interés del alumno. Y cuanto más extremo sea el caso, más curioso y más contenido audiovisual tenga, mayor garantía tendremos de que el estudiante está integrando los conceptos en su conocimiento.

La barrera del manejo del campus, de la preparación de materiales y de intentar ser lo más ameno posible estaba salvada. ¿Pero y la comunicación interpersonal? ¿Cómo sustituir el contacto alrededor del aula física? Ese momento en que ellos te cuentan sus trabajos para otras asignaturas, las prácticas en empresas que han encontrado, las preguntas que les surgen a raíz de una cuña de radio que escucharon ayer… Sigo trabajando para recortar esa distancia con los alumnos del campus virtual, haciéndoles preguntas para que participen lo máximo posible en clase y utilizando el correo electrónico de manera especialmente intensa como arma de comunicación fuera del tiempo de clase. Esta es quizá la única faceta de la clase física que todavía no he logrado suplir del todo desde la pantalla del ordenador.

Si mis amigos me volvieran a hacer todas las preguntas que me hacían sobre la enseñanza online, les diría que la experiencia es mucho menos fría de lo que se puede pensar en un principio. Porque al fin y al cabo, un alumno que se inscribe en un máster desde la otra punta del mundo, es un alumno generalmente muy interesado en la materia. Y como tal, es un alumno que, roto el hielo inicial, participa, hace preguntas a través del chat, transmite que está entendiendo lo que cuentas o te dice lo mucho que le ha gustado el último caso práctico. A la tercera clase, sientes su energía al otro lado de la pantalla.

Y aquí estoy, deseando arrancar el nuevo curso para conocer nuevos alumnos de cualquier parte del mundo. Como profetizó mi padre.

 

Guillermo Martín

Profesor de la Facultad de Ciencias de la Comunicación

 

La seguridad psicológica y el vínculo como motor del aula

Autora: Vanessa P. Moreno

 

Cuando alguien me conoce es frecuente que al preguntarme a qué me dedico, esboce una extraña mueca entre el desconcierto y la desconfianza ante mi habitual respuesta de ‘soy profesor en modalidad online’. A continuación, tras la sorpresa, suelen venir los ‘peros’. Frases del tipo ‘pero ¿cómo es eso?’ ‘pero no puedes ver a tus alumnos’ ‘pero ¿cómo sabes que atienden?’… Y la reina de todas: ‘Pero ¿Y cómo se controla una clase online?

Normalmente tengo una batería de respuestas asociadas que van desde la explicación de la comodidad del sistema para el alumnado adulto hasta explicar cómo realizo diversas preguntas para ‘testear’ la clase a lo largo de mis sesiones.

Cuando este año se me propuso escribir sobre un tema en el blog que me gustase, en un primer momento pensé en hacer un speech sobre la necesidad de aplicar la Teoría del Aprendizaje Significativo de David Ausubel al aula o cómo realizar una buena investigación orientada con una búsqueda en internet siguiendo a Bernie Dodge con sus webquest, pero tras una comida con un amigo de esas en las que tu trabajo sale a relucir, me puse a meditar durante un tiempo mis explicaciones sobre el desarrollo del mismo y me decidí a hablar sobre ‘mis maneras de entender la docencia’.

Este buen amigo, es un buen profesor en enseñanza pública, con más de 20 años de experiencia en las aulas y muy abierto a seguir aprendiendo e innovando cada día. Tras analizar nuestros modos de entender la docencia y en concreto, sobre mis ‘maneras’ de impartir docencia y el porqué de algunos comportamientos que me definen como docente, éste me respondió muy serio ‘Vanessa, tú es que no controlas la clase, tú conoces a tus alumnos y tus alumnos saben que tú te trabajas sus clases. Ahí radica tu modo de hacer como docente’.

Días después dando vueltas y meditando sobre ello, llegué a dos conclusiones que determinan esa labor docente: la vocación por estar al día y el establecimiento de un vínculo con el alumnado a mi cargo. Mi amigo tenía razón. De un lado, soy incapaz de dejar el temario exactamente igual de un año para otro (incluso un simple ppt cambia de estructura y orden en cada promoción) y de otro, soy incapaz de no saber quién está a mi cargo, sus circunstancias e inquietudes, su formación previa, su labor actual, sus circunstancias personales (siempre hasta que el alumnado quiera profundizar en ello, el tema de la privacidad y el respeto de la misma, es harto importante).

Y no son tema baladí estos dos pilares de los que hablo. Ya en el año 2007, de las conclusiones sacadas del Informe McKinsey se pudo extraer que el nivel educativo de un país depende de la formación, motivación y aprendizaje permanente de sus profesores. Esto es, sin motivación docente por el propio aprendizaje permanente, no se llega a nada. Según este informe, los países con mejores resultados educativos limitan las plazas en las escuelas de magisterio y seleccionan a aquellos alumnos que parecen mejor preparados para dar clase en escuelas superiores para la enseñanza en secundaria. Además, gastan mucho más en la formación de estos docentes de lo que pueden ingresar…

Dejando de lado el hecho de si esto se hace o no en las instituciones educativas españolas, se llega a una conclusión que parece simple pero que encierra una gran complejidad y es que parece, también según este informe, que no son los profesionales con más formación los mejores docentes, sino aquellos con más talento y comprometidos con la enseñanza (Informe McKinsey, 2010).

Ahora bien ¿quién se compromete con la enseñanza? Parece obvio, el que tiene vocación. ¿Y cómo se alimenta la vocación? Desde mi humilde punto de vista son dos los pilares: la motivación a raudales y el establecimiento de buenos grupos de trabajo.

Una de las investigaciones más impactantes llevadas a cabo en los últimos años respecto a comprender cuáles son las razones del éxito de unos grupos de trabajo frente al fracaso de otros fue la que realizó Google hace 5 años. Google decidió centrar sus esfuerzos en construir el equipo de trabajo perfecto y dio comienzo a un enorme estudio de los equipos de trabajo dentro de la empresa llamado Proyecto Aristóteles, liderado por la investigadora Julia Rozovsky (2012). El resultado fue que tras el seguimiento exhaustivo de más de un centenar de equipos en tiempo real, no encontraron rasgos comunes a los equipos de éxito en relación: ni a su estructura, ni a su forma de organización, horarios, jerarquías, talentos individuales, cultura, ni a la afinidad entre sus miembros o cualquier rasgo mesurable. Los resultados rindieron que había equipos que funcionaban jerárquicamente y fracasaban, y otros que también lo hacían jerárquicamente y tenían éxito. Había equipos con un nivel de exigencia individual muy alto que tenían éxito y otros equipos similares que fracasaban. Había equipos cuya forma de trabajo era anárquica y que fracasaban y otros equipos con esta misma forma de trabajo, tenían éxito.

Ya anteriormente, en el año 2008, un grupo de psicólogos del Carnegie Mellon, el MIT (Massachusetts Institute of Technology) y el Union College habían analizado las pautas de trabajo de distintos equipos. Para ello reunieron a 699 personas, las dividieron en grupos pequeños y le dieron a cada uno una serie de tareas que requerían formas de cooperación diferentes. Por ejemplo, en una de ellas se les pedía a los participantes que dijeran para qué podía usarse un ladrillo mientras a otros se les pedía que planearan un viaje de compras. En los distintos equipos se llegó a la conclusión de que aquellos que obtenían los mejores resultados eran los que practicaban la llamada ‘Igualdad en la distribución de turnos de conversación’ y un aspecto denominado ‘Sensibilidad social’.

En relación a la ‘Igualdad en la distribución de turnos de conversación’ cabe destacar que en algunos grupos todo el mundo hablaba de cada tarea mientras en otros el liderazgo pasaba de uno a otro miembro en función de la tarea pero que, en absolutamente todos los grupos, al final del día, todos los miembros del grupo habían hablado lo mismo en relación a la cantidad de tiempo hablado. Esto es, mientras todos tuvieran oportunidad de hablar, todo iba bien, pero si hablaba solo una persona o un grupo pequeño, la inteligencia colectiva se veía disminuida.

En relación a la ‘sensibilidad social alta’ se comprobó que los grupos que mejor funcionaban eran aquellos donde se les daba bien intuir cómo se sentían los demás en función de su tono de voz, de las expresiones usadas y otras señales no verbales. Incluso parecía que cuando alguien estaba triste o sentía que se le hacía de lado, los miembros de los equipos ofrecían peores resultados. (Duhigg, 2016)

En psicología, existe un término que engloba tanto esa “igualdad en la distribución de turnos de conversación” como “la sensibilidad social promedio”. Se trata de la Seguridad Psicológica. Amy Edmondson, profesora de la Harvard Business School la describe como la creencia compartida por parte de miembros de un grupo de que el grupo es seguro a la hora de la asunción de riesgos interpersonales. La seguridad psicológica sería entonces una sensación de confianza en que el equipo no hará sentir vergüenza, no rechazará y no castigará a nadie por decir en alto lo que piensa. (Edmondson, 2014)

Partiendo de mis propias premisas como modos de hacer docente en relación a la vocación por estar al día y el establecimiento de un vínculo con el alumnado a mi cargo, parece claro que en los casos en los que más ‘triunfo’ y entiéndase el triunfo como la consecución de un buen rendimiento del alumnado con una buena base de trato personal, son aquellos en los que consigo en el grupo esa seguridad psicológica o lo que a nivel personal llamo ‘establecer vínculo’.

¿Cómo establecer el vínculo en la enseñanza online? Es fácil hablar de vínculo en clases presenciales donde tienes físicamente al alumnado, le miras a los ojos, le sientes, le tocas, pero no parece tan sencillo cuando el alumnado está al otro lado de la pantalla y no sabes siquiera si está conectado o se ha ido a hacerse un café mientras estás hablando.

Para mí el vínculo ha de crearse desde el minuto cero de la clase, empezando por ofrecer una buena base para la misma en forma de Guía Didáctica completa donde el alumno pueda saber cómo y en qué tempos ocurrirá su proceso de enseñanza-aprendizaje. El vínculo continúa cuando el alumnado es consciente de que nuestro aprendizaje como docentes no finaliza nunca y que por ellos nuestras clases no serán iguales de un año para otro en giros y ejemplos.

El vínculo prosigue cuando el docente hace por dotar de ‘alma’ al alumnado, esto es, que el nombre de un alumno no se vea reducido a una dirección de correo electrónico donde enviar correcciones. Para conseguirlo, cada una de mis asignaturas empieza con una buena presentación de quién somos, qué hemos estudiado de base y a qué nos dedicamos actualmente, nuestra intencionalidad a la hora de hacer este máster y la disponibilidad de tiempo. Está claro que no será lo mismo un alumno de 50 años que estudió hace 25 la carrera y que no ha tenido más vinculación con la misma que un recién graduado que es monitor de tiempo libre y profesor de clases particulares.

Pero no queda ahí la cosa. El alumnado también tiene que entender que sus docentes no son robots anclados a una aula virtual sino seres»sintientes» para lo cual habrá que explicarles quiénes somos y por qué nos dedicamos a la docencia. Nuestro entramado profesional y nuestra motivación para con ellos.

Hay que remarcar al alumnado que incluso el mejor de los profesores puede no saber algo en un momento dado y que tampoco sus clases estarán exentas al 100% de errores. Tanto uno como otros deberán crear no un momento de crítica y reproche cuando eso ocurra sino que deberá aprovecharse el momento para iniciar un debate constructivo y una investigación asociada donde todos enriquezcan el proceso. Habrá diálogo y escucha activa por todas las partes y se favorecerá ese clima donde todo el mundo es escuchado. Seguridad psicológica bidireccional por tanto.

No quedará exento del proceso de creación de vínculo el hecho de corregir personalmente los trabajos, señalando errores pero también aciertos, de responder los emails a tiempo o incluso de preguntar al alumno que de repente baja de nota 3 puntos sobre su propia media si le ocurre algo, si simplemente no tuvo tiempo y que si entiende bien el concepto donde se falla.

Vínculo será hacer traslación de las clases de las asignaturas en los procesos de investigación para la realización del Trabajo Fin de Máster, para lo que habrá que conocer qué sabe el alumno y si sabe extrapolarlo al aula en su práctica docente. Saber cómo va en su etapa de practicum, si está entendiendo bien los contenidos del máster y si personalmente el proceso le está o no saturando ya que uno de los mayores riesgos de insatisfacción con este tipo de máster es la frustración.

Vínculo será recoger esa frustración (normal) en nuestros alumnos, tratarla, hablarla y comprenderla, y ayudar a ella incluso acoplando fechas de entrega para terminar promoviendo su cura a través del trabajo en grupo, la investigación y el diálogo fluido sobre ejercicios prácticos aplicables a su realidad educativa.

Vínculo es que sepan que se trabaja por y para ellos. Y vínculo es que aprendan a verlo y trabajen por y para nosotros, no por nosotros sino por su aprendizaje. Vínculo es que terminen nuestras asignaturas con un ‘he aprendido mucho contigo’ pero acompañado de un ‘y he estado muy a gusto haciéndolo’. Eso no tiene precio como docente.

Dejo abierto un camino de reflexión a este texto que no siempre resulta cómodo de transitar ¿puede hacerse esto en grupos de más de 25 alumnos tal y como demanda nuestro sistema educativo? ¿En qué posición deja al vínculo un aula de 40, 50 o 60 alumnos? ¿Qué tipo de éxito en relación al aprendizaje significativo tienen esas clases? ¿Sería muy descabellado pensar en situar dos docentes en un aula? Interesantes debates se abren a raíz de estas reflexiones.

 

Edmondson, A. (2014). Building a psychologically safe workplace: Amy Edmondson at TEDxHGSE. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=LhoLuui9gX8
Duhigg, C.H. (16 Marzo, 2016). La búsqueda de Google del equipo perfecto. New York Times. Recuperado de: https://www.nytimes.com/es/2016/03/16/la-busqueda-de-google-por-el-equipo-perfecto/
Barber, M. Y Mourshed, M. (2007). How the World’s Best-Performing School Systems Come Out On Top, McKinsey & Company, Social Sector Office. Recuperado de:http://www.mckinsey.com/clientservice/social_sector/our_practices/education/knowledge_highlights/best_performing_school.aspx
Mourshed, M., Chijioke, C.H. y Barber, M. (2010). How the world’s most improved school systems keep getting better. Recuperado de: http://ssomckinsey.darbyfilms.com/reports/schools/How-the-Worlds-Most-Improved-School-Systems-Keep-Getting-Better_Download-version_Final.pdf

 

Pfra. Dra. Vanessa P. Moreno Rodríguez

Docencia en línea, toda una experiencia

Autora: Pilar Jiménez Encinas

 

¿Habéis sentido en alguna ocasión la fascinante experiencia de sentir cómo fluye una clase presencial cuando las caras de los alumnos se iluminan porque tienen interés en algún tema, participan y se crea un ambiente de aprendizaje especial?

 

Si os ha ocurrido algo similar, seguro que estaréis de acuerdo en que es una de esas experiencias que no se olvida fácilmente, por muchas razones, como es la complicidad entre alumno-profesor, el fluir de las ideas, el captar lo que realmente es aprender y compartir, etc. etc.

 

Siempre me había preguntado si esta sensación se puede experimentar también en la docencia en línea. Y, precisamente, hace unos días, tuve la suerte de poder comprobarlo al impartir un taller totalmente online sobre citación, gestores de referencias y RefWorks.

El momento previo es impactante: uno se encuentra solo ante un ordenador, el campus virtual, un micrófono, la presentación y una pequeña cámara. Hasta aquí es una sensación paralela a la que se siente al sentarse ante una pizarra en una aula presencial, justo antes de que empiecen a llegar los alumnos. E igual de análogo resulta el instante en el que comienzas a ver cómo los alumnos van entrando virtualmente en la plataforma y se cruzan los saludos a través del chat.

 

La gran diferencia radica en el momento justo en el que empiezas a impartir la clase. En lugar de recurrir a la voz propagada, característica de cualquier espacio o aula amplios, hay que modular el tono y sobre todo pausar el ritmo para facilitar la llegada del mensaje a unos alumnos que están ausentes físicamente.

Al no poder verles las caras, no sabes si ese día tus alumnos están somnolientos o animosos, con ganas de aprender o sencillamente de superar el trámite del día. Para cualquier profesor defensor de la retroalimentación inmediata, la docencia en línea supone un reto al que quizás solo se pueda hacer frente con experiencia y aprovechando la interactividad que te permiten los foros y el chat y, en definitiva, la propia herramienta.

 

En mi caso, al ser esta experiencia una pequeña incursión en la docencia en línea consistente en una sesión única, mantuve a cierta distancia el chat y el foro durante la sesión y me centré en explicar los contenidos con la mayor claridad posible para, al finalizar, dedicarme a las dudas, preguntas y todo tipo de aportaciones de los alumnos, mientras tenía el gran e inestimable apoyo de una persona experta en el manejo del campus virtual.

 

Supongo que será una cuestión de práctica, pero me gustaría saber cómo los profesores avezados son capaces de contestar al chat al mismo tiempo que imparten los contenidos. Sobre todo porque cada mensaje aparece en la bandeja de entrada de forma sucesiva y resulta difícil visualizar, leer y ordenar mientras estás concentrado en la claridad expositiva.

Tal vez resulte más fácil impartir una asignatura durante todo un curso que impartir un taller de forma puntual porque, aunque sea virtualmente, en un curso tienes tiempo de ir conociendo a todos los alumnos —a diferencia de lo que ocurre en los talleres aislados— y, a través de los trabajos, aportaciones y actividades de seguimiento, evaluar su grado de aprendizaje y motivación.

 

En cualquier caso, más allá de los aspectos tecnológicos, que con el tiempo se terminan conociendo y dominando, la gran envergadura de la docencia online radica en hacer palpable la presencia de unos alumnos que solo están de forma virtual. ¿Cómo conseguir visualizar las caras de satisfacción, perplejidad o, tal vez, desgana de unos alumnos a los que no puedes ver durante la clase y una vez esta ha concluido? ¿Bastan los agradecimientos que recibimos y las preguntas y participación activa en los foros y chats?

Quizás sería una buena idea que las plataformas virtuales desarrollaran una opción para que los profesores visualizáramos en pequeñas pantallas a los alumnos asistentes, de la misma manera en que ellos nos pueden ver a nosotros mientras impartimos la clase. Tal vez es aquí donde radicaría el éxito que supone superar la barrera de la pantalla y conseguir un feedback inmediato y plenamente satisfactorio en la docencia no presencial.

 

Pilar Jiménez Encinas

Servicio de Biblioteca

 

P.S.: Post dedicado con cariño a Paloma de Cruz Lezana, sin cuyo inestimable apoyo el taller no hubiera podido tener el éxito que tuvo.

El coaching empático o cómo la felicidad también es un método de aprendizaje

Autora del post: Marta González Caballero 

 

Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias.

John Locke

 

Hace tiempo que quería escribir sobre la autoestima y felicidad en el aula. Puede que haya alguien a quien sorprenda el concepto de felicidad en un contexto educativo y más aún seguramente en un contexto laboral -prometo volver para hablar de eso en otro momento-, pero a mí me parece tan importante como el concepto mismo de competencia. Quizá porque acumulo ya bastantes años de experiencia docente y, porque he visto pasar por mis clases a alumnos con capacidades y ambiciones muy diversas y he tenido que lidiar con todos ellos, cada vez me he ido convenciendo más de la importancia de utilizar la empatía, lo que se conoce como el coaching emocional, en el aula. No quiero decir con esto que la exigencia en el estudio, la responsabilidad en el cumplimiento de las tareas o el conocimiento de las normas no sean importantes, lo son, pero todas esas cosas se van adquiriendo de forma procesal, a lo largo de la trayectoria académica. Sin embargo, la empatía, el sentimiento de satisfacción, la felicidad y el positivismo se ha quedado tradicionalmente fuera del aula, fuera de la competencia de un profesor.

Todos tenemos claro hoy día que el panorama educativo actual es muy distinto al de hace apenas una década. Los estudiantes que llegan ahora a la Universidad pertenecen a esa generación conocida como “nativos digitales”, jóvenes tecnófilos que consumen vorazmente una gran cantidad de información multimedia a la que acceden desde diferentes dispositivos. Son hiperactivos en redes sociales, viven rodeados de listas de reproducción de música, de galerías de imágenes, de youtubers y de videojuegos interactivos que muchas veces ellos mismos crean. Son reticentes al acceso de información no digital y son muy críticos con los usos tecnológicos en terceros, fundamentalmente con sus profesores. Como contrapartida, también son jóvenes que pierden muy pronto el interés, que se desconcentran y aburren con facilidad, tendiendo a trabajar de manera superficial las cosas. Por tanto, este perfil tiene ventajas e inconvenientes, hablé de ello en el I Congreso Internacional PIATCOM, organizado por la Facultad de Comunicación el pasado mes de mayo y, como dije entonces, los profesores tenemos que trabajar una metodología que permita potenciar lo beneficioso y reconducir los efectos menos deseables, para hacer de esos inconvenientes algo digno de ser aprovechado a nivel experiencial.

Yo me propuse hace ya unos cuantos años encauzar mis clases y la metodología aplicada en ellas hacia los modelos dinámicos de aprendizaje, aquellos que se basan en la flexibilidad y adecuación al alumno, los que abren la puerta a la experimentación y al proceso empático. Y, de pronto, llegó la felicidad. Si dijera aquí que mis alumnos son felices tras mis clases diría mucho y no quiero decir tanto; sin embargo, puedo decir que mis alumnos son felices en mis clases, en el tiempo que duran, lo cual es ya un punto de partida interesante.

Cuando me inicié en el proceso de trabajo empático, enseguida me di cuenta de un par de cosas muy importantes:

  • Que los alumnos no suelen tener conciencia clara de lo que valen o de para qué valen, de manera que entienden el éxito como algo lejano o inalcanzable.
  • Que los alumnos tienen menos conciencia aún de que valen para alguien, es decir, que no se suelen sentir reconocidos, lo que les conduce a la frustración.

Como llevo los últimos seis años dando clase a alumnos de cuarto curso y de posgrado, veo muy claramente en ellos estas carencias y los miedos asociados a ellas: no conseguir lo que quieren, no tener claro cómo enfocar su trayectoria, no saber hasta dónde son capaces de llegar… Son los síntomas de un mal muy común: la baja autoestima, que no se suele saber tratar o no se le otorga la suficiente importancia en el aula, porque claro, tenemos que impartir los contenidos previstos en la guía docente, corregir las actividades, realizar las prácticas, tutorizar trabajos… y el tiempo es el que es. Pero no tenemos porqué resignarnos a eso, yo al menos no lo hago, y por eso estoy hoy escribiendo esto, porque creo que puede ser bueno compartir mi felicidad, o lo que es lo mismo, mi experiencia de coaching educativo[1], que ha sido muy enriquecedora y gratificante, para que cada cual luego reflexione sobre ello y evalúe si puede serle útil.

Lo primero de todo es dejar claro que el coaching no es enseñar, es crear las condiciones necesarias para aprender y crecer, para abrir la mente y liberarla. Hoy día no nos basta con enseñar, con transmitir conocimientos, porque nuestros alumnos van a ir siendo capaces, cada vez más, de aprender por sí mismos. Esto significa que como docentes tenemos que buscar la manera de potenciar la autoestima en el alumno, algo que sólo puede partir de un contacto fluido con él, y que puede llevarse a cabo mediante el diálogo en el aula. El alumno que conversa en clase, que ofrece su punto de vista, que da su opinión sobre algo, es un alumno que nos ofrece una gran cantidad de información sobre sí mismo: sobre lo que es capaz de hacer, sobre lo que está dispuesto a hacer y sobre cómo le gustaría hacerlo. Si le escuchamos, podemos empezar a construir.

El otro gran caballo de batalla del alumno es la creencia en sus capacidades. Yo suelo plantear el primer día de clase las bases del trabajo final que tienen que realizar para superar la materia, y les llevo de ejemplo un trabajo realizado el año anterior por un compañero. Cuando lo ven siempre me dicen lo mismo: “es imposible que yo pueda hacer eso, no soy capaz, no tengo tantos conocimientos”. En ese momento es cuando respondo: “Pues entonces estás igual que el dueño de este trabajo cuando lo empezó”. Tener físicamente el trabajo en las manos les otorga seguridad y deseos de creer. Es en ese momento inicial cuando pongo la primera piedra de la autoestima: convierto la capacidad real de cada uno en una capacidad creída, ofreciéndoles la posibilidad de que crean que pueden hacerlo. Y lo mejor de todo es que lo hacen.

Está claro que para que realicen ese trabajo final de gran envergadura y no decaigan en el intento, hay que hacer otras muchas cosas, la siguiente en importancia es la adaptación de los objetivos del trabajo y de la dificultad de la tarea a sus propias posibilidades. No nos podemos engañar, no todos los alumnos tienen las mismas capacidades, ni pueden acceder al mismo nivel de complejidad en una tarea, pero eso no tiene que ser un problema si trabajamos con modelos dinámicos. Yo oriento a cada alumno a la hora de elegir la temática de su trabajo y el grado de profundidad con el que lo enfocarán, porque entiendo que cada alumno es diferente, a cada uno les motiva una cosa y cada uno tiene su propio ritmo de aprendizaje. Esta orientación sólo puedo hacerla si le conozco un poco, si soy consciente de lo que puede hacer y lo que no, de manera que, al personalizar su trabajo logro que se sienta seguro de su decisión y que se responsabilice de ella siendo optimista.

 

Imagen: Con los grupos de 1º y de 4º de Comunicación Audiovisual, en la exposición de la Fundación Telefónica sobre Alfred Hitchcock. Reunir en una misma actividad a dos grupos con diferencias tan notables fue un experimento muy interesante, en el que todos aprendimos de todos. Y nos lo pasamos genial. Fuente: Marta González

 

Cuando el proceso de elaboración del trabajo se inicia, recurro al método de simulación, es decir, que yo trabajo en clase los mismos pasos, ejercicios y pautas que ellos tendrán que realizar por su cuenta. De este modo, tienen una guía real de lo que tienen que hacer y participan activamente en ese proceso de aprendizaje en el aula, proceso tras el cual yo tendré mi propio trabajo final como profesora, pero ellos verán en ese trabajo el suyo, puesto que lo relacionan de forma directa con su proyecto personal. Dicho de otro modo: han trabajado muy duro para mí, pero pensando en lo que pueden llevarse para ellos, en lo que les puede servir. Por si este método no tuviera ya bastantes ventajas, resulta que suma otro aspecto fundamental: poder trabajar la técnica de ensayo y error sin dramas. Dialogar y opinar en clase, razonar, generar hipótesis, desarrollar ideas propias en un contexto en el que no se penaliza el error, sino que se entiende como una forma de aprendizaje muy valiosa, que permite avanzar en lugar de retroceder, es el método más óptimo que conozco para alcanzar el éxito, porque aceptando el error nos liberamos de la imposición de determinadas etiquetas o prejuicios, y nos hacemos más tolerantes ante el fracaso[2]. De este modo, la materia se va desarrollando ligada a un proyecto real en el que el alumno participa, construye y aporta cosas de manera progresiva, puesto que también ligo las actividades dirigidas a ese trabajo, como partes del mismo que debe realizar para alcanzar la gran meta. Así me aseguro de que terminen el maratón con fuerzas renovadas.

Esta es la dinámica de mis clases, aunque tengo un último “as” guardado en la manga: el sentido del humor. Quienes me conocen saben que suelo usar el humor en mi vida diaria, soy defensora acérrima del lenguaje positivo, de los refuerzos verbales de forma amena y distendida, de las conversaciones amigables, de los comentarios halagadores en el momento adecuado. Soy además una persona próxima, me gusta mantener el contacto visual, demostrar mi aprobación e interés hacia lo que me están contado con expresiones faciales acordes al contenido de la conversación, y me interesa mucho saber escuchar. Si todo eso lo pongo en marcha en clase, entonces es cuando puedo lograr el objetivo con el que iniciaba este artículo: la empatía y la felicidad, porque mis alumnos se ríen mucho en clase, es cierto, pero también aprenden mucho; se divierten, pero como proceso natural que nace del entendimiento de las cosas, de la asunción de su responsabilidad personal, de la seguridad en sí mismos. Y creedme si os digo que yo me divierto también mucho con ellos y, desde luego, aprendo mucho de ellos cada año.

 

Imagen: Con los alumnos del Máster en Dirección y Realización de series de ficción-Globomedia, durante el rodaje de uno de sus ejercicios prácticos. Estar con ellos en el rodaje pero sin intervenir, sólo escuchando y viendo, ayuda a conocerles mejor. Sí, hay que soportar frío y lluvia, pero merece la pena). Fuente: Marta González.

 

Sin embargo, y prometo que esta es la última reflexión que hago porque me he pasado un poco de rosca, este método empático no le parece bien a todo el mundo, es decir, soy consciente de que hay personas a las que les molesta la felicidad en los entornos docentes y más aún en los laborales. Siempre habrá alumnos a los que no pueda llegar, bien porque no se dejan alcanzar, bien porque no sabré hacerlo adecuadamente o incluso porque desconfiarán del método. Acepto esta circunstancia y trabajo cada año para evitar que se produzca o, en su defecto, para generar métodos alternativos para quienes no deseen ser más felices, porque como dijo mi querido Woody Allen, siempre habrá aquellos para los que “la única manera de ser feliz, sea sufriendo”.

 

Dra. Marta González Caballero

Coordinadora del Máster en Guion de ficción y entretenimiento

Profesora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación

 

[1] Recomiendo a quienes se quieran acercar un poco más a este concepto, el libro de Whitmore, J. (2003): Coaching: el método para mejorar el rendimiento de las personas. Barcelona, Paidós.

[2] Para quienes tengan interés por el tema del aprendizaje mediante la técnica del error, pueden consultar la entrada que le dediqué en mi blog en este enlace

 

Moleskine, la libreta digital

En el mundo digitalizado en el que vivimos, todos nosotros, en mayor o menor medida, hemos tenido que adaptar o cambiar nuestros hábitos básicos de trabajo, comunicación, interacción y búsqueda de información. En concreto, los docentes, también debemos “actualizarnos” y subirnos al tren de la digitalización, fundamentalmente para hacer que la escuela no quede rezagada y evolucione al mismo ritmo que las demás áreas de la sociedad.

Muchos profesores intentan que sus clases resulten modernas y atractivas para el estudiante, pero se limitan a hacer lo de siempre, aunque, eso sí, con un formato diferente. Evidentemente estos cambios no afectan al proceso de enseñanza-aprendizaje en absoluto y la gran mayoría de las clases siguen siendo iguales que hace años, pero, por ejemplo, en vez de utilizar una transparencia, ponen una PPT, o en vez de entregar una fotocopia con el típico ejercicio de huecos, lo proyectan y completan con una pizarra digital. Diríamos, desde el saber popular, que “es el mismo perro con distinto collar”.

Por otra parte, el docente muchas veces se siente abrumado por el exceso de programas, herramientas, software educativo, gadgets y aplicaciones que hay en el mercado para “facilitarle” la labor del día a día en el aula y le resulta imposible aprender lo que cada vez llega más y más rápidamente, produciendo, en muchas ocasiones, una ansiedad y complejo de inferioridad considerables.

En mi caso, creo que intento con más o menos éxito, diferenciar “lo que está de moda” de “lo que me conviene”. Me explico:

Soy una persona al corriente de los avances del mundo tecnológico y las TIC forman parte de mi vida diaria. Sin embargo, sigo utilizando la pizarra de rotulador, cuadernos de papel y las tarjetitas de siempre, al lado de herramientas de autor como Constructor o Cuadernia, software como Camtasia o Aumentaty Author, programas como Powtoon o Adobe Presenter, cuadernos digitales como Moleskine Smart Writing Set. La cuestión principal es que no debemos usar estos medios sin una justificación real y auténtica, sin que aporten realmente algo distinto al aula, al alumno y, por supuesto, a su aprendizaje.

Por eso hoy voy a hablar brevemente de la Moleskine Smart Writing Set, un conjunto de elementos que, según podemos leer en la página de Moleskine:

«…is a system made up of three objects – the special Paper Tablet notebook, the smart Pen+ and a companion App – that enable you to digitally edit and share what you create on paper in real-time without taking a photo, uploading files, or scanning documents».

Y el video explicativo lo podemos ver aquí.

“¡Parece cosa de brujería!”, que diría María Barranco en la famosa película de Almodóvar, ¿no es cierto?

Pues aquí tengo mi set de Moleskine, que ya he utilizado para realizar una actividad sobre las frases hechas relacionadas con el cuerpo humano:

Moleskine

El paquete se compone de una libreta digital y una pluma que se carga con un cable de móvil:

Libreta digital y pluma_Moleskine

¿Y cómo funciona?

En primer lugar, hay que descargar en el móvil la app que necesitas para sincronizarlo con la pluma y la libreta mediante bluetooth. La app se llama Neo notes y la puedes descargar para Apple o para Android.

Después debemos sincronizar la pluma y la app, con lo cual mientras vamos escribiendo o dibujando en la libreta, esos trazos se ven en el teléfono (o tablet) al mismo tiempo:

Moleskine 01

Libreta y móvil, respectivamente.

Puedes cambiar el color de los trazos, moverlos, etc. y después enviarlo por email o compartirlo en redes sociales o con tu propio ordenador:

Moleskine 03
Opción de compartir: teléfono y libreta, respectivamente.

¿Y cómo podríamos utilizar la Moleskine en nuestras clases? Aquí van algunas ideas:

  • Hacer cuadros o esquemas.
  • Tomar notas a mano, que digitalizaremos después.
  • Crear imágenes propias, sin el consabido miedo a los derechos de autor.
  • Formar grupos de trabajo y enviarnos documentos al instante.
  • Enviar tareas a los estudiantes.
  • Compartir trabajos o imágenes en redes sociales.
  • Diseñar y dejar volar la imaginación.

En próximas entradas os contaré mis experiencias con la Moleskine…¡el futuro está aquí!

Paz Barlomé

Paz Bartolomé

Profesora del Centro de Estudios Hispánicos

Viajar sin desplazarte

Cuántas veces escuchamos frases como: “Vivimos en la era de la globalización” o “ahora todo queda más cerca”, probablemente sin entender su pleno significado y los muchísimos matices que esta revolución cultural puede esconder.

En mi caso, por ejemplo, vivir en la era de Internet, de las caídas de las barreras, ha significado llevar a cabo mi proceso formativo en tres países distintos, de dos continentes diversos.

Si tienes la idea de cursar un máster, una carrera, o cualquier otro tipo de programa a distancia y crees que será más sencillo, se nota que no lo has probado nunca en tu propia piel.

Las materias no se hacen más sencillas por el solo hecho de poder escuchar una clase en un bus, o por la noche en tu casa. Los profesores no te perdonarán los errores por el simple hecho de encontrarse muy lejos de ti. Estudiar a distancia es un reto. Un reto con uno mismo. Tendrás que encontrar siempre el tiempo y la manera de asistir a las clases, de estudiar, y serás tu quien armará el programa y los horarios de estudio durante la semana. Pero no quiero asustarte, puede costar, pero merece la pena.

El Máster Nebrija está pensado para que también quien trabaja y se encuentra a muchos kilómetros de distancia pueda participar a las clases e interactuar con profesores como si estuviera a dos cuadras del campus. Los profesores y todo el staff de la universidad te ayudarán a encontrar la mejor forma de poder conciliar y organizar las clases, los exámenes y las tareas de cada asignatura.

No te esperes encontrar gente que haga el trabajo por ti, pero siempre tendrás a personas de una disponibilidad y cortesía fuera de lo común dispuestas a ayudarte y apoyarte para hacer más cómodo todo el proceso formativo.

Confieso que madrugar para estudiar o quedarse los fin de semana a preparar exámenes en casa después de una semana de trabajo, no ha sido fácil. Pero ahora que estoy llegando al término de mi Máster, me siento muy enriquecido, y no hay mejor sensación que ver los frutos por los que has trabajado duro durante meses, acercarse a tu alcance.

Gracias Nebrija por darme la posibilidad de poder estudiar y profundizar mis conocimientos, sin tener que dejar mi trabajo y el país que me acogió hace tres años.

Gracias por darme la posibilidad de hacer viajar mi mente, todo este tiempo, hasta el otro lado del charco, sin tener que someter mi cuerpo a extenuantes viajes en avión de 14 horas.

Ha costado. Pero lo volvería a hacer (en un rato más… ahora llegó el momento de un merecido descanso).

Stefano de Cristofaro

Stefano De Cristofaro

Estudiante Máster de Acceso a la Abogacía
Italiano residente en Chile