Fintech Hub, nuevas startups en el mundo digital

La Globalización se viene caracterizando por un cambio permanente y acelerado, a todos los niveles: en el ámbito de la empresa y de los negocios, en las reglas de juego, a la hora de tomar decisiones, en la forma de entender y afrontar la competitividad, en el modo de trabajar…

Sin embargo, la llamada Globalización 3.0, cambia la esencia de la competitividad.  El driver de la globalización 3.0 son las personas, es el individuo. Las relaciones y las operaciones son inmediatas… están a un clic.  La clave es el yo… el cómo ser más competitivo. La empresa, ahora, es «Yo S.A.» o «Yo S.L.».

En este contexto, las nuevas empresas son las startups en el mundo digital, con un entorno internacional muy competitivo, marcado e influido por la innovación, cada vez más globalizado, tanto en las economías desarrolladas como en las emergentes.

Ahora, las ideas innovadoras tienen orígenes muy diferentes: nuevos clientes, nuevos consumidores, inventores, académicos, científicos… Son grupos que conforman un gran potencial creativo para la innovación.

Los grupos son el cerebro global en este nuevo contexto de la innovación: croudsourcing, open innovation, redes de colaboración… Es una innovación exterior, solucionadora de problemas, de nuevas necesidades y de necesidades no cubiertas.

Las startups, actualmente, se caracterizan por la innovación continua en su sentido más amplio, basada en tres aspectos esenciales: think big,  start small  y scale fast.

La situación actual de crisis y/o recesión está incidiendo en una drástica reducción en los tiempos de ejecución de las ideas innovadoras.  Hay presión por el corto plazo.  Importa la rapidez y el time to value.

¿Qué hacen otros países / otras ciudades para potenciar más el emprendimiento y la innovación de nuevas startups en un entorno digital?

Hay un ejemplo muy interesante: son los Fintech Hub.

Un Fintech Hub es un ecosistema relacionado con financiación de servicios tecnológicos (fintech) para la Banca. Se dedica, exclusivamente, a invertir, financiar y desarrollar proyectos de innovación, para banca, a través de startups, en un entorno digital.

Están creciendo rápidamente en otras ciudades, como Nueva York o Londres (y, más recientemente, Tel Aviv), atrayendo muchas inversiones de bancos, firmas capital markets y empresas aseguradoras.

Fintech es, evidentemente, tecnología… pero no únicamente tecnología.

Es un modelo de negocio para los servicios financieros, basado en la colaboración abierta.

Es un planteamiento, puramente startup, para entidades y empresas financieras, que implica un nuevo e importante enfoque estratégico en, prácticamente, todas las áreas:

  • IoT solutions for banking
  • Blockchain
  • Big Data analytics
  • Digital Banking
  • Compliance / KYC
  • Anti-Fraud
  • Artificial Intelligence
  • Authentication
  • Digital Payments
  • Capital Markets

A título de ejemplo, sobre la importancia y la rapidez de los cambios que se están produciendo, el pasado 28 agosto 2016, aparecía la siguiente noticia en la prensa española:

“USC (Utility Settlement Coin), la nueva moneda virtual que prepara la Banca. Banco Santander, UBS, BNY Mellon, Deutsche Bank, junto al operador de mercado ICAP y la startup Clearmatics, se unen para traer la moneda digital al mundo financiero”.

En resumen, la perspectiva del nuevo entorno fintech es real, retadora e innovadora. Su efecto también.

 

David Cohén

Dr. David Cohén Wahnón

Coordinador del Área de Estrategia y Profesor de Dirección Estratégica en la Nebrija Business School

Sobre narrativa digital o por qué se aburre nuestra audiencia

La nueva palabra sagrada es hoy la inglesa storytelling, que se ha unido a otras muchas que cumplen una función efímera pero altamente narcotizante: pareciera que, adoptando una jerga “profesional”, nos apropiásemos de un conocimiento prestigioso, de las llaves (por así decirlo) del mágico cofre de los iniciados. Los ejemplos son multitud y seguro que los conocen (spin doctors, networking, storyline, timing, blearning, framing…) y han llegado, me temo, para quedarse. Así que hablaremos aquí de storytelling, una palabra vetusta en realidad, pero que señala con cirujana precisión la naturaleza de cualquier mensaje, incluido el docente o académico, y más aún en las esferas concéntricas del elearning, otro afamado concepto de autoridad.

Si recurrimos a nuestro viejo castellano (español, le dicen ahora), todos sabemos que hablamos en realidad de una de las actividades más antiguas del mundo: narrar, contar cuentos, estremecer a una audiencia detenida entre la hoguera y las palabras del juglar. Y de eso se trata porque de eso se trató siempre: de contar una historia, y a ser posible una buena.

Las infinitas formas del relato

Si hacemos caso a los que saben, hábito harto recomendable, las infinitas formas del relato han estado presentes siempre, en todo lugar y compañía, aunque es ahora cuando, un poco pomposamente, se habla ya de una “era del relato”, incluso de un “nuevo orden narrativo” [1].  Sea cierto o no, este auge de la narratividad nos permite regresar a lecciones que no por viejas resultan menos aprovechables, y que se aúpan ahora por encima de nuestras cabezas impulsadas por lo digital, ese lugar imaginario donde se cumple, por fin, el Aleph borjiano, pues es en lo digital (en la Red) donde se concreta ese “lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos” [2].

La oportunidad aparece ahora bajo el poderoso mantra de la novedad, categoría que tiene al menos la virtud de atraer la atención y que debemos aprovechar para hacernos esas preguntas que zumban a menudo por debajo de los debates sobre enseñanza, pero que tardan en posarse. ¿Qué hacer, entonces, con el storytelling? ¿Cómo emplearlo para enseñar mejor? Y más aún: ¿cómo hacer que nuestros escritos, apuntes o clases cuenten de veras una buena historia?

El transmedia storytelling o la inevitable levedad de los formatos

Ya sabemos que las plataformas de enseñanza digitales hace tiempo que nos ofrecen posibilidades, si no infinitas, si lo suficientemente diversas como para zambullirnos con alborozo en su potencial didáctico. Pero quizá convenga recordar qué diablos significan esos conceptos que manoseamos todos sin ton ni son y que pretenden definir caminos nuevos y lozanos, por ejemplo transmedia storytelling. Desde que Henry Jenkins la utilizara allá por 1991 en una conferencia de la Universidad del Sur de California, la palabra “transmedia” ha servido para referirse a las novedosas experiencias narrativas que han venido a luchar, con notable éxito, contra la rutina de la narración y de nuestros usos de ocio, académicos o cotidianos, lo que implica por supuesto crear hábitos nuevos. Así que no hay, aquí, velo de Isis alguno, ni arcano misterio detrás de tan florida y sonora construcción: al hablar de transmedia storytelling, simplemente nos referimos al modo de contar una historia, o más exactamente a los diversos soportes y formatos que empleamos para ello en el océano de las nuevas tecnologías. Si lo traducimos al específico campo de la enseñanza electrónica, se trataría de crear contenidos docentes o educativos mediante el uso de herramientas que los alumnos emplean ya con profusión en su vida cotidiana.

Afortunadamente, este uso intensivo y compulsivo en los entornos digitales de los malllamados “nativos” nos ahorra la tarea de normalizar la experiencia de aprendizaje en el sistema hipertextual o multiformato de los entornos internéticos. Nuestra labor deberá, por el contrario, centrarse en entender los entresijos de la narración (de cualquier narración) para poder plantearles un verdadero trayecto narrativo, es decir, aportarles las claves de la historia que queremos que recorra y en la que él (y he aquí la clave) debe ser el héroe del recorrido o la aventura.

Surge aquí, por supuesto, un nuevo interrogante, pues son muchas las formas narrativas practicadas desde el albor de los tiempos: ¿cuál elegir? ¿Cómo narrar? Así que nuestro primer esfuerzo deberá estar en la puesta a punto, como lectores, de nuestros conocimientos y experiencias sobre la narración digital y del control (hasta donde sea posible) de los fascinantes entornos tecnológicos, de los que el bueno de Arthur C. Clark decía que eran “indistinguibles de la magia” [3].

De lo analógico a lo digital: ¿ruptura o continuidad?

En nuestro empeño por conocer las herramientas necesarias para una narrativa digital eficaz, los profesionales de lo digital, y más aún los profesores o docentes de entornos online, nos enfrentamos a una bonita paradoja: ¿es todo lo nuevo una ruptura? O, lo que es lo mismo: ¿implica lo digital una ruptura con las anteriores formas narrativas? En torno a esta pregunta de mayor complejidad de lo que aparenta, se han vertido ya ríos de tinta (digital, por supuesto), pero conviene quizá recordar que, al hablar de narrativa, son varias las cartas que el cuentista o tahúr puede poner sobre el tapete. Por un lado, parece obvio que la narración aristotélica, fundamentalmente lineal y tripartita, no es un camino que los entornos digitales puedan o deban transitar mediante el recurso de la pura emulación, pues son ya muchas las experiencias que transgreden o trascienden los conceptos de cohesión o linealidad narrativa, y ha sido precisamente el terreno digital el que, por medio de sus creaciones artísticas específicas (software art, media art, net art, digital art, etc.), ha conseguido abrir espacios que el mantra aristotélico no podía contener.

Superada hace tiempo la tensión entre texto e imagen por contextos de simultaneidad o multidisciplinariedad [4], los nuevos espacios digitales generan una aproximación diferente al conocimiento, una en la que la presencia de elementos visuales exige una doble interpretación, a la vez temporal y espacial. Pero no hay aquí, me temo, primicia o descubrimiento, pues los elementos de la narrativa digital o del transmedia storytelling son, de hecho, herederos de experiencias creativas bien longevas, que van desde la antiquísima combinación entre imagen, texto y número del I Ching hasta Rayuela, pasando por el Tristan Sandy de Sterne o incluso el Vonneguth de Matadero 5. En todas estas obras, así como en otras muchas, la escritura, el texto, presentan una naturaleza fragmentada y combinatoria donde la ruptura de la cronología rompe la tríada del relato clásico (introducción, nudo y desenlace) para abrirse a un abanico de posibilidades e interpretaciones infinito.

Lo interesante está en que los espacios digitales o, más puramente, informáticos, se ajustan con perfecta simetría a esta ruptura de los relatos clásicos de conocimiento, y se definen de hecho con aquellas categorías que encarnan las experiencias creativas de narración disonante ya mencionadas, junto a otras muchas: fragmentación, necesaria interacción con el sistema, disposición aparentemente aleatoria de la información… Hay pues, dos elementos destacables en las narrativas digitales: manipulación de la estructura temporal o secuencial y supeditación del relato al espacio de navegación.

¿Y la enseñanza? O de como por fin el Rey está desnudo

Como suele ocurrir, el secreto está en que… no hay secreto. O al menos nada que no se sepa y se haya dicho con anterioridad. Sí hay, creo, una verdad manifiesta: narrar de una manera diferente implica necesariamente apostar por otro tipo de mensaje, lo que nos lleva rápidamente a la siguiente y más relevante cuestión: ¿cuál puede o debe ser este mensaje?

Mi propuesta es heredera, necesariamente, del barthiano contexto de no autoría [5] trasladado al ecosistema educativo en general, y en especial al elearning o enseñanza digital. ¿Y qué implica exactamente? Fundamentalmente, desprenderse de dos instituciones o tics ampliamente extendidos entre la comunidad académica docente: la suposición a priori de la auctoritas y el afán de linealidad de cualquier programa académico.

A pesar de sus imperfecciones discursivas, vivimos ya en la era de la “democratización tecnológica” [6] donde, nos guste o no, la propia pragmática de la Red deshace poco a poco la antigua polaridad entre un centro emisor activo y la pasividad de los receptores. La Universidad es, de hecho, especialmente sensible a esta circunstancia, tanto desde la perspectiva del propio cuestionamiento de su función real como centro prestigioso de interpretación del mundo como desde el punto de vista de la propia actividad docente, que cada vez tiene más difícil justificarse a sí misma por los solos usos de la inercia académica. Mal que pese a muchos, en lo digital no existen tarimas desde las que hablar a una audiencia acongojada por su propia situación de inferioridad espacial, y la multiplicidad de espacios críticos de conocimientos expone nuestra labor docente (no hablo aquí de la investigadora) a un escrutinio múltiple y en realidad más severo y desenmascarador: por fin, y afortunadamente, existen las condiciones para que el Rey se contemple a sí mismo en su propia y desasosegante desnudez.

Al mismo tiempo, hemos de ver la tecnología como una oportunidad para cuestionarnos nuestra propia habilidad para establecer relatos didácticos eficaces, y abandonar las ridículas visiones pesimistas sobre nuestros alumnos. A pesar de los pesares, los datos (la experiencia) indican que la recurrente queja sobre la falta de compromiso de aquellos con su formación, así como sobre su pobre nivel educativo y discursivo, no son más que cantos de sirena de una clase, la de los profesores, vestida con hábitos polvorientos y que repite los dogmas de todos nuestros mayores. A nadie escapa que es propio de quien abandona la juventud quejarse de la generación que lo persigue y que inevitablemente acabará por arrebatarle “su sitio” a la derecha del Padre Redentor. En este sentido, hace mucho que la excelencia académica aparenta ser poco más que un baldío y narcisista ejercicio de autoencumbramiento.

Pero no es así, absortos en la contemplación de nuestro propio currículum académico, como convertiremos nuestros cursos o talleres en aquello que los alumnos demandan y necesitan. Será, en cambio, desde el abandono del dogma docente como lograremos implicar al alumno en su propio recorrido de aprendizaje. Para ello, para aprovechar en su extraordinaria potencialidad los espacios internéticos, debemos invertir tiempo y dinero en aumentar, profundizar o expandir nuestras competencias digitales, y entender y profundizar en el trayecto que las ideas, y la narración, han recorrido desde sus lejanos inicios en alguna cueva del Pleistoceno. Porque sólo narrando (ensayando cuentos, reportajes, artículos, piezas de narración audiovisual…) se aprende a narrar, y a nadie escapa que, al igual que no es lo mismo leer que aprender leyendo, no puede ser lo mismo escribir (o narrar), que enseñar escribiendo.

Los profesores tenemos también otra segunda tarea, mucho más difícil de acometer, pero sin duda provechosa: debemos entender que los currículum académicos, plagados de trayectos, bibliografías, requisitos y otras miserias, son solo un punto de partida, un marco en el que estructurar las distintas posibilidades del mucho más amplio recorrido del aprendizaje, un mínimo necesario pero nunca un máximo evaluativo que haga las veces de una suerte de techo de cristal que nos protege, sí, pero que traiciona el más honorable propósito de la enseñanza y de nuestra actividad como docentes, que aparece escondido en las sabias palabras de Benjamin Franklin con las que cierro este incómodo alegato: “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”. Porque narrar, señoras y señores, es involucrarse.

Rubén Sáez

Rubén Sáez Carrasco

Profesor de narrativa digital

[1] Salmon, C. (2008): “Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes”. Editorial Península. ISBN 9788483078358.
[2] Borjes, J. L. (2006): “Ficciones”. Alianza Editorial. ISBN 9788420666563.
[3] C. Clarke, Arthur (2000): “Profiles s of the Future: An Inquiry into the Limits of the Possible”. Phoenix (an Imprint of The Orion Publishing Group Ltd). ISBN: 9781898801214.
[4] Mitchell, W. J. T. (1995). “Picture Theory. Essays on Verbal and Visual Representation”. Chicago: U of Chicago P. ISBN: 9780226532325,
[5] Barthes, Roland (1987): «La muerte del autor», Paidós, Barcelona.
[6] González Dïaz, Paloma (2013): “Prácticas artísticas digitales y tecnologías de control y vigilancia (2001-2010)”. Tesis doctoral. http://www.tdx.cat/handle/10803/130965

Construcción de confianza en entornos online

El proceso enseñanza-aprendizaje representa un desafío poliédrico para los docentes. Uno de los aspectos clave radica en la interpretación por parte del enseñante de las características particulares de cada grupo de clase. Esto le permitirá adaptar las estrategias y actividades que se adapten mejor a cada caso, y también encontrar las formas más adecuadas para relacionarse con los estudiantes de cada grupo de clases. Aunque el grado de desconocimiento sobre cada grupo de clase se puede minimizar mediante una prospectiva previa, esta labor no suele ser sencilla. La falta de comunicación entre docentes, la falta de tiempo, apoyo o, incluso, de formación para esta tarea, dificultan disponer de un diagnóstico con tiempo suficiente para incorporar esta información al diseño de cada curso. Por lo tanto, el proceso de conocimiento de un grupo se suele concretar a lo largo del propio desarrollo del curso.

Gran parte del éxito de un curso –medido tanto por sus resultados como por la satisfacción expresada por los alumnos– depende de la capacidad para establecer un vínculo de confianza entre docentes y alumnos. Cuando en una relación interdependiente existe riesgo de que alguna de las partes dificulte o haga imposible alcanzar los objetivos perseguidos, aparecen dudas sobre las intenciones o comportamientos de la otra persona. Cuando ésta es la persona de quien se depende, se genera desconfianza. Por el contrario, se establece confianza cuando quien detenta el poder en una relación no ejerce un control exhaustivo sobre las acciones y decisiones de quien es más vulnerable. La confianza, según Abarca (2004), es un estado sicológico, y representa una disposición positiva respecto de las actitudes del otro. Es producto del conocimiento previo, pero se proyecta dinámicamente al futuro: la confianza cambia según avance la relación (Conejeros, 2010). Las relaciones estructuradas en base a la confianza permiten simplificar las relaciones sociales y generar redes para el desarrollo personal y social.

La confianza es, por lo tanto, un pilar fundamental es para una actividad educativa democrática basada en el respeto y la tolerancia, y se lleva mal con sistemas educativos autoritarios y paternalistas. Una comunicación deficiente puede ser causa de pérdida de confianza. El establecimiento de la confianza se puede enseñar, aprender y desarrollar, aunque lamentablemente los sistemas educativos suelen carecer de modelos que incluyan la gestión de la confianza. Este pilar fundamental no suele recibir la atención que tienen otros aspectos de la actividad educativa.

Por otra parte, los conocimientos actuales en neurosicología y en inteligencia emocional han permitido reconocer la importancia de percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y la de los demás (Goleman, 2001). El manejo adecuado de esta inteligencia tiene implicaciones beneficiosas en la salud física y mental (Martínez, 2011), y directas implicaciones en el establecimiento de una relación de confianza educando-educador. La memoria emocional guarda registro en la amígdala cerebral de los recuerdos con alto impacto emocional, tanto traumas o momentos felices, quedando el recuerdo del clima emocional en el que se produce el hecho (Ressler, 2003). Por esta causa un «mal comienzo» de un curso suele tener consecuencias desastrosas para todo su desarrollo. La primera impresión, puede determinar el devenir, el éxito o el fracaso, de un curso y de la relación entre docentes y estudiantes.

En una clase presencial, en el aula, existen múltiples oportunidades de comunicación entre profesores y alumnos. El contacto visual y el lenguaje corporal pueden facilitar la comunicación y el establecimiento de confianza mutua. El docente puede verificar de primera mano la participación activa de los miembros del grupo en las actividades, dándole información sobre la repercusión del trabajo en cada uno. Existen, por lo tanto, muchas oportunidades para que el docente tome medidas para reorientar el enfoque de las clases o para determinar las necesidades especiales de apoyo de cada alumno. Las clases no presenciales, en cambio, presentan desafíos particulares para los docentes, adicionales a los demás aspectos de la actividad. El formato online requiere una adaptación completa de la estructura, materiales, actividades, etc., involucradas, pero, además, impone formas diferentes de comunicación. Un grupo de cierto tamaño de personas situadas en contextos geográficos dispersos, incluso con diferencias horarias, con formación y culturas heterogéneos, representan un desafío para el desarrollo productivo de una clase de estas características. Pese a lo esperable, muchos alumnos no disponen de webcam, y hasta de micrófono. Por lo tanto, la mayoría de los alumnos de la clase resulta invisible para el docente. La comunicación escrita ‒el chat‒ es lenta y poco interactiva… en fin, no es un panorama sencillo ni tranquilizador, sobre todo cuando se afrontan las primeras clases.

¿Cómo se puede gestionar una clase de estas características, despertar motivación y generar confianza? En primer lugar, debemos ser conscientes de que las clases no presenciales se utilizan básicamente para cursos de posgrado, con grupos de alumnos mayores. Estos presentan, normalmente, una capacidad de automotivación suficiente como para afrontar estos estudios, que suelen realizar simultáneamente con sus responsabilidades laborales, familiares, etc. y tienen una gran capacidad de trabajo autónomo. La clave estará, como ya se ha dicho, en establecer múltiples oportunidades de comunicación, lo más fluida y bidireccional posible ‒o más bien multidireccional, facilitando también el diálogo entre los miembros del grupo, dado el déficit de presencialidad entre ellos‒.

Por otra parte, en muchos casos se trata de personas que están desempeñando su actividad profesional en el ámbito del posgrado que están realizando. Esto suele transformarlos en estudiantes exigentes con los docentes, pero también perfila oportunidades para establecer relaciones de confianza y colaboración, con aquellos que estén dispuestos. Proponerles debates o preparar una presentación sobre un tema que en los que sean especialistas, darles oportunidades de expresarse como profesionales en su ambiente de aprendizaje, son buenas estrategias para establecer y fortalecer relaciones de confianza. Los debates permiten expresarse y opinar, pero también son un medio idóneo para que docente observe, evalúe y proporcione oportunidades de mejora a los estudiantes.

Dadas las características del formato, esto no es sencillo ni exacto, ya que algunos estudiantes muy capaces carecen de vocación o de solvencia técnica para la participación activa en estos grupos. Sin embargo, siendo frecuente en muchos cursos establecer entre sus objetivos el desarrollo de competencias tales como trabajo en equipos o comunicación, es imprescindible definir estrategias para que los alumnos desarrollen estas capacidades, pese a las dificultades del formato. Tampoco es infrecuente que surjan conflictos entre miembros de grupos. Esta situación, particularmente sensible por el formato, brinda oportunidades al docente para conocer mejor a sus alumnos y darles oportunidades de aprendizaje.

Toda situación que les permita constatar que los intereses del docente se alinean con los suyos, genera confianza. Cuando éste es percibido como alguien comprometido en el aprendizaje del grupo y no en aplicar mecánicamente una receta, y que manifiesta capacidad de diálogo ‒escuchar, preguntar y mostrar interés frente a las necesidades y sensibilidades del grupo‒, contribuye a reforzar la confianza en la labor del docente. En este formato se hace evidente, más aún si cabe, la necesidad de que el docente aplique un criterio basado en la observación y la capacidad de investigar a partir de los datos que recibe.

GuillermoFilippone

Guillermo Filippone

Profesor del Máster Universitario en Formación del Profesorado de ESO y Bachillerato, FP y Enseñanza de Idiomas