Escribir

Escribe: lo llevas dentro

Uno de los significados que el diccionario de la Real Academia Española le atribuye a la palabra escritor es: “Persona que escribe”. Esta acepción del término es la más afín a mi punto de vista ya que reconoce a cada persona como escritora en potencia. Considero que todos podemos hacernos escritores y que, para ello, lo único que hace falta es sentarse y comenzar a escribir.

Tal y como señala Dahl (2008): “[…] prácticamente todos los escritores que han acabado por alcanzar el éxito en el mundo de la ficción han empezado en otro oficio: maestro, quizás, o médico o periodista o abogado”. Esta verdad universal nos hace pensar de inmediato en que independientemente de en qué estás ocupando tu tiempo, a qué dedicas tu empeño académico o profesional, todos tenemos un escritor dentro que puede eventual y óptimamente salir y brillar.

Sin duda, aquello que diferencia a un escritor de alguien que no lo es, es la motivación. Para desarrollar el hábito de escribir y, por lo tanto, “ser escritor”, resulta fundamental sentir necesidad por decir algo, incluso de gritarlo. Aquel que no tenga nada que reclamar, ningún sentimiento que expresar, un desahogo pendiente u otro motivo que lo empuje a escribir, es muy probable que no lo haga y que mantenga inéditos los textos de su escritor interno.

Lo cierto es que la vida misma nos expone a infinitas experiencias y, por ello, a múltiples sentimientos. Me atrevería a afirmar que quien diga que no encuentra fuentes de motivación o inspiración para escribir, miente. Además, hoy en día, gracias a la tecnología y a la globalización, no es necesario publicar libros para compartir producciones literarias o académicas con el resto de personas. Esto hace mucho más sencilla y diversa la difusión de lo que escribimos. En todo caso, lo que sí aleja a las personas de convertirse en escritores es la falta de interés.

Pedro Suárez-Vértiz, el máximo exponente del Rock en Perú, es el ejemplo vivo, tanto de la ya mencionada inquietud de expresión, como de que nunca es tarde para hallar en la escritura un hábito e incluso una profesión. Siendo de los músicos peruanos más populares de la historia, fue diagnosticado con disartria, una enfermedad que ataca al sistema nervioso y produce dificultades al hablar que se agravan con los años. Como es lógico, esto lo alejó de los escenarios para siempre. Desde entonces, fue poco a poco adentrándose en la escritura, impulsado por la misma llama que lo condujo a una carrera musical exitosa. Ya ha publicado un libro titulado “Yo, Pedro” y trabaja escribiendo columnas para El Comercio, el periódico más importante del país. Si bien como escritor tiene ciertos detractores, nadie puede decir que no lo sea. Es un claro ejemplo de que todos podemos escribir y nos ha dado la lección de que cuando tienes algo que contar, puedes encontrar la manera de hacerlo.

Para terminar, quiero destacar que estamos acostumbrados a ver a los escritores como personas tocadas por una varita mágica. Quizás lo sean aquellos que logran cautivar a millones de personas y vivir de ello; sin embargo, todos podemos ser escritores si nos lanzamos a la aventura de lo desconocido, nos lo proponemos y damos el paso de materializar por la vía de la escritura nuestras ideas, experiencias, historias, sueños, reflexiones, conocimientos, entre otros. Nadie nos obliga a ser genios literarios, pero tampoco nos impiden escribir y, por ende, ser escritores. Por lo tanto, si realmente tienes algo que decir y ganas de escribirlo, hazlo. Las únicas barreras que te separan de convertirte en un escritor serán aquellas que tú te impongas.

Salvador Galdós Moreno

Estudiante de 2º curso de CADE

Referencias bibliográficas: Dahl, R. (2008). Historias extraordinarias. Anagrama.

La seguridad psicológica y el vínculo como motor del aula

Autora: Vanessa P. Moreno

 

Cuando alguien me conoce es frecuente que al preguntarme a qué me dedico, esboce una extraña mueca entre el desconcierto y la desconfianza ante mi habitual respuesta de ‘soy profesor en modalidad online’. A continuación, tras la sorpresa, suelen venir los ‘peros’. Frases del tipo ‘pero ¿cómo es eso?’ ‘pero no puedes ver a tus alumnos’ ‘pero ¿cómo sabes que atienden?’… Y la reina de todas: ‘Pero ¿Y cómo se controla una clase online?

Normalmente tengo una batería de respuestas asociadas que van desde la explicación de la comodidad del sistema para el alumnado adulto hasta explicar cómo realizo diversas preguntas para ‘testear’ la clase a lo largo de mis sesiones.

Cuando este año se me propuso escribir sobre un tema en el blog que me gustase, en un primer momento pensé en hacer un speech sobre la necesidad de aplicar la Teoría del Aprendizaje Significativo de David Ausubel al aula o cómo realizar una buena investigación orientada con una búsqueda en internet siguiendo a Bernie Dodge con sus webquest, pero tras una comida con un amigo de esas en las que tu trabajo sale a relucir, me puse a meditar durante un tiempo mis explicaciones sobre el desarrollo del mismo y me decidí a hablar sobre ‘mis maneras de entender la docencia’.

Este buen amigo, es un buen profesor en enseñanza pública, con más de 20 años de experiencia en las aulas y muy abierto a seguir aprendiendo e innovando cada día. Tras analizar nuestros modos de entender la docencia y en concreto, sobre mis ‘maneras’ de impartir docencia y el porqué de algunos comportamientos que me definen como docente, éste me respondió muy serio ‘Vanessa, tú es que no controlas la clase, tú conoces a tus alumnos y tus alumnos saben que tú te trabajas sus clases. Ahí radica tu modo de hacer como docente’.

Días después dando vueltas y meditando sobre ello, llegué a dos conclusiones que determinan esa labor docente: la vocación por estar al día y el establecimiento de un vínculo con el alumnado a mi cargo. Mi amigo tenía razón. De un lado, soy incapaz de dejar el temario exactamente igual de un año para otro (incluso un simple ppt cambia de estructura y orden en cada promoción) y de otro, soy incapaz de no saber quién está a mi cargo, sus circunstancias e inquietudes, su formación previa, su labor actual, sus circunstancias personales (siempre hasta que el alumnado quiera profundizar en ello, el tema de la privacidad y el respeto de la misma, es harto importante).

Y no son tema baladí estos dos pilares de los que hablo. Ya en el año 2007, de las conclusiones sacadas del Informe McKinsey se pudo extraer que el nivel educativo de un país depende de la formación, motivación y aprendizaje permanente de sus profesores. Esto es, sin motivación docente por el propio aprendizaje permanente, no se llega a nada. Según este informe, los países con mejores resultados educativos limitan las plazas en las escuelas de magisterio y seleccionan a aquellos alumnos que parecen mejor preparados para dar clase en escuelas superiores para la enseñanza en secundaria. Además, gastan mucho más en la formación de estos docentes de lo que pueden ingresar…

Dejando de lado el hecho de si esto se hace o no en las instituciones educativas españolas, se llega a una conclusión que parece simple pero que encierra una gran complejidad y es que parece, también según este informe, que no son los profesionales con más formación los mejores docentes, sino aquellos con más talento y comprometidos con la enseñanza (Informe McKinsey, 2010).

Ahora bien ¿quién se compromete con la enseñanza? Parece obvio, el que tiene vocación. ¿Y cómo se alimenta la vocación? Desde mi humilde punto de vista son dos los pilares: la motivación a raudales y el establecimiento de buenos grupos de trabajo.

Una de las investigaciones más impactantes llevadas a cabo en los últimos años respecto a comprender cuáles son las razones del éxito de unos grupos de trabajo frente al fracaso de otros fue la que realizó Google hace 5 años. Google decidió centrar sus esfuerzos en construir el equipo de trabajo perfecto y dio comienzo a un enorme estudio de los equipos de trabajo dentro de la empresa llamado Proyecto Aristóteles, liderado por la investigadora Julia Rozovsky (2012). El resultado fue que tras el seguimiento exhaustivo de más de un centenar de equipos en tiempo real, no encontraron rasgos comunes a los equipos de éxito en relación: ni a su estructura, ni a su forma de organización, horarios, jerarquías, talentos individuales, cultura, ni a la afinidad entre sus miembros o cualquier rasgo mesurable. Los resultados rindieron que había equipos que funcionaban jerárquicamente y fracasaban, y otros que también lo hacían jerárquicamente y tenían éxito. Había equipos con un nivel de exigencia individual muy alto que tenían éxito y otros equipos similares que fracasaban. Había equipos cuya forma de trabajo era anárquica y que fracasaban y otros equipos con esta misma forma de trabajo, tenían éxito.

Ya anteriormente, en el año 2008, un grupo de psicólogos del Carnegie Mellon, el MIT (Massachusetts Institute of Technology) y el Union College habían analizado las pautas de trabajo de distintos equipos. Para ello reunieron a 699 personas, las dividieron en grupos pequeños y le dieron a cada uno una serie de tareas que requerían formas de cooperación diferentes. Por ejemplo, en una de ellas se les pedía a los participantes que dijeran para qué podía usarse un ladrillo mientras a otros se les pedía que planearan un viaje de compras. En los distintos equipos se llegó a la conclusión de que aquellos que obtenían los mejores resultados eran los que practicaban la llamada ‘Igualdad en la distribución de turnos de conversación’ y un aspecto denominado ‘Sensibilidad social’.

En relación a la ‘Igualdad en la distribución de turnos de conversación’ cabe destacar que en algunos grupos todo el mundo hablaba de cada tarea mientras en otros el liderazgo pasaba de uno a otro miembro en función de la tarea pero que, en absolutamente todos los grupos, al final del día, todos los miembros del grupo habían hablado lo mismo en relación a la cantidad de tiempo hablado. Esto es, mientras todos tuvieran oportunidad de hablar, todo iba bien, pero si hablaba solo una persona o un grupo pequeño, la inteligencia colectiva se veía disminuida.

En relación a la ‘sensibilidad social alta’ se comprobó que los grupos que mejor funcionaban eran aquellos donde se les daba bien intuir cómo se sentían los demás en función de su tono de voz, de las expresiones usadas y otras señales no verbales. Incluso parecía que cuando alguien estaba triste o sentía que se le hacía de lado, los miembros de los equipos ofrecían peores resultados. (Duhigg, 2016)

En psicología, existe un término que engloba tanto esa “igualdad en la distribución de turnos de conversación” como “la sensibilidad social promedio”. Se trata de la Seguridad Psicológica. Amy Edmondson, profesora de la Harvard Business School la describe como la creencia compartida por parte de miembros de un grupo de que el grupo es seguro a la hora de la asunción de riesgos interpersonales. La seguridad psicológica sería entonces una sensación de confianza en que el equipo no hará sentir vergüenza, no rechazará y no castigará a nadie por decir en alto lo que piensa. (Edmondson, 2014)

Partiendo de mis propias premisas como modos de hacer docente en relación a la vocación por estar al día y el establecimiento de un vínculo con el alumnado a mi cargo, parece claro que en los casos en los que más ‘triunfo’ y entiéndase el triunfo como la consecución de un buen rendimiento del alumnado con una buena base de trato personal, son aquellos en los que consigo en el grupo esa seguridad psicológica o lo que a nivel personal llamo ‘establecer vínculo’.

¿Cómo establecer el vínculo en la enseñanza online? Es fácil hablar de vínculo en clases presenciales donde tienes físicamente al alumnado, le miras a los ojos, le sientes, le tocas, pero no parece tan sencillo cuando el alumnado está al otro lado de la pantalla y no sabes siquiera si está conectado o se ha ido a hacerse un café mientras estás hablando.

Para mí el vínculo ha de crearse desde el minuto cero de la clase, empezando por ofrecer una buena base para la misma en forma de Guía Didáctica completa donde el alumno pueda saber cómo y en qué tempos ocurrirá su proceso de enseñanza-aprendizaje. El vínculo continúa cuando el alumnado es consciente de que nuestro aprendizaje como docentes no finaliza nunca y que por ellos nuestras clases no serán iguales de un año para otro en giros y ejemplos.

El vínculo prosigue cuando el docente hace por dotar de ‘alma’ al alumnado, esto es, que el nombre de un alumno no se vea reducido a una dirección de correo electrónico donde enviar correcciones. Para conseguirlo, cada una de mis asignaturas empieza con una buena presentación de quién somos, qué hemos estudiado de base y a qué nos dedicamos actualmente, nuestra intencionalidad a la hora de hacer este máster y la disponibilidad de tiempo. Está claro que no será lo mismo un alumno de 50 años que estudió hace 25 la carrera y que no ha tenido más vinculación con la misma que un recién graduado que es monitor de tiempo libre y profesor de clases particulares.

Pero no queda ahí la cosa. El alumnado también tiene que entender que sus docentes no son robots anclados a una aula virtual sino seres»sintientes» para lo cual habrá que explicarles quiénes somos y por qué nos dedicamos a la docencia. Nuestro entramado profesional y nuestra motivación para con ellos.

Hay que remarcar al alumnado que incluso el mejor de los profesores puede no saber algo en un momento dado y que tampoco sus clases estarán exentas al 100% de errores. Tanto uno como otros deberán crear no un momento de crítica y reproche cuando eso ocurra sino que deberá aprovecharse el momento para iniciar un debate constructivo y una investigación asociada donde todos enriquezcan el proceso. Habrá diálogo y escucha activa por todas las partes y se favorecerá ese clima donde todo el mundo es escuchado. Seguridad psicológica bidireccional por tanto.

No quedará exento del proceso de creación de vínculo el hecho de corregir personalmente los trabajos, señalando errores pero también aciertos, de responder los emails a tiempo o incluso de preguntar al alumno que de repente baja de nota 3 puntos sobre su propia media si le ocurre algo, si simplemente no tuvo tiempo y que si entiende bien el concepto donde se falla.

Vínculo será hacer traslación de las clases de las asignaturas en los procesos de investigación para la realización del Trabajo Fin de Máster, para lo que habrá que conocer qué sabe el alumno y si sabe extrapolarlo al aula en su práctica docente. Saber cómo va en su etapa de practicum, si está entendiendo bien los contenidos del máster y si personalmente el proceso le está o no saturando ya que uno de los mayores riesgos de insatisfacción con este tipo de máster es la frustración.

Vínculo será recoger esa frustración (normal) en nuestros alumnos, tratarla, hablarla y comprenderla, y ayudar a ella incluso acoplando fechas de entrega para terminar promoviendo su cura a través del trabajo en grupo, la investigación y el diálogo fluido sobre ejercicios prácticos aplicables a su realidad educativa.

Vínculo es que sepan que se trabaja por y para ellos. Y vínculo es que aprendan a verlo y trabajen por y para nosotros, no por nosotros sino por su aprendizaje. Vínculo es que terminen nuestras asignaturas con un ‘he aprendido mucho contigo’ pero acompañado de un ‘y he estado muy a gusto haciéndolo’. Eso no tiene precio como docente.

Dejo abierto un camino de reflexión a este texto que no siempre resulta cómodo de transitar ¿puede hacerse esto en grupos de más de 25 alumnos tal y como demanda nuestro sistema educativo? ¿En qué posición deja al vínculo un aula de 40, 50 o 60 alumnos? ¿Qué tipo de éxito en relación al aprendizaje significativo tienen esas clases? ¿Sería muy descabellado pensar en situar dos docentes en un aula? Interesantes debates se abren a raíz de estas reflexiones.

 

Edmondson, A. (2014). Building a psychologically safe workplace: Amy Edmondson at TEDxHGSE. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=LhoLuui9gX8
Duhigg, C.H. (16 Marzo, 2016). La búsqueda de Google del equipo perfecto. New York Times. Recuperado de: https://www.nytimes.com/es/2016/03/16/la-busqueda-de-google-por-el-equipo-perfecto/
Barber, M. Y Mourshed, M. (2007). How the World’s Best-Performing School Systems Come Out On Top, McKinsey & Company, Social Sector Office. Recuperado de:http://www.mckinsey.com/clientservice/social_sector/our_practices/education/knowledge_highlights/best_performing_school.aspx
Mourshed, M., Chijioke, C.H. y Barber, M. (2010). How the world’s most improved school systems keep getting better. Recuperado de: http://ssomckinsey.darbyfilms.com/reports/schools/How-the-Worlds-Most-Improved-School-Systems-Keep-Getting-Better_Download-version_Final.pdf

 

Pfra. Dra. Vanessa P. Moreno Rodríguez

El coaching empático o cómo la felicidad también es un método de aprendizaje

Autora del post: Marta González Caballero 

 

Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias.

John Locke

 

Hace tiempo que quería escribir sobre la autoestima y felicidad en el aula. Puede que haya alguien a quien sorprenda el concepto de felicidad en un contexto educativo y más aún seguramente en un contexto laboral -prometo volver para hablar de eso en otro momento-, pero a mí me parece tan importante como el concepto mismo de competencia. Quizá porque acumulo ya bastantes años de experiencia docente y, porque he visto pasar por mis clases a alumnos con capacidades y ambiciones muy diversas y he tenido que lidiar con todos ellos, cada vez me he ido convenciendo más de la importancia de utilizar la empatía, lo que se conoce como el coaching emocional, en el aula. No quiero decir con esto que la exigencia en el estudio, la responsabilidad en el cumplimiento de las tareas o el conocimiento de las normas no sean importantes, lo son, pero todas esas cosas se van adquiriendo de forma procesal, a lo largo de la trayectoria académica. Sin embargo, la empatía, el sentimiento de satisfacción, la felicidad y el positivismo se ha quedado tradicionalmente fuera del aula, fuera de la competencia de un profesor.

Todos tenemos claro hoy día que el panorama educativo actual es muy distinto al de hace apenas una década. Los estudiantes que llegan ahora a la Universidad pertenecen a esa generación conocida como “nativos digitales”, jóvenes tecnófilos que consumen vorazmente una gran cantidad de información multimedia a la que acceden desde diferentes dispositivos. Son hiperactivos en redes sociales, viven rodeados de listas de reproducción de música, de galerías de imágenes, de youtubers y de videojuegos interactivos que muchas veces ellos mismos crean. Son reticentes al acceso de información no digital y son muy críticos con los usos tecnológicos en terceros, fundamentalmente con sus profesores. Como contrapartida, también son jóvenes que pierden muy pronto el interés, que se desconcentran y aburren con facilidad, tendiendo a trabajar de manera superficial las cosas. Por tanto, este perfil tiene ventajas e inconvenientes, hablé de ello en el I Congreso Internacional PIATCOM, organizado por la Facultad de Comunicación el pasado mes de mayo y, como dije entonces, los profesores tenemos que trabajar una metodología que permita potenciar lo beneficioso y reconducir los efectos menos deseables, para hacer de esos inconvenientes algo digno de ser aprovechado a nivel experiencial.

Yo me propuse hace ya unos cuantos años encauzar mis clases y la metodología aplicada en ellas hacia los modelos dinámicos de aprendizaje, aquellos que se basan en la flexibilidad y adecuación al alumno, los que abren la puerta a la experimentación y al proceso empático. Y, de pronto, llegó la felicidad. Si dijera aquí que mis alumnos son felices tras mis clases diría mucho y no quiero decir tanto; sin embargo, puedo decir que mis alumnos son felices en mis clases, en el tiempo que duran, lo cual es ya un punto de partida interesante.

Cuando me inicié en el proceso de trabajo empático, enseguida me di cuenta de un par de cosas muy importantes:

  • Que los alumnos no suelen tener conciencia clara de lo que valen o de para qué valen, de manera que entienden el éxito como algo lejano o inalcanzable.
  • Que los alumnos tienen menos conciencia aún de que valen para alguien, es decir, que no se suelen sentir reconocidos, lo que les conduce a la frustración.

Como llevo los últimos seis años dando clase a alumnos de cuarto curso y de posgrado, veo muy claramente en ellos estas carencias y los miedos asociados a ellas: no conseguir lo que quieren, no tener claro cómo enfocar su trayectoria, no saber hasta dónde son capaces de llegar… Son los síntomas de un mal muy común: la baja autoestima, que no se suele saber tratar o no se le otorga la suficiente importancia en el aula, porque claro, tenemos que impartir los contenidos previstos en la guía docente, corregir las actividades, realizar las prácticas, tutorizar trabajos… y el tiempo es el que es. Pero no tenemos porqué resignarnos a eso, yo al menos no lo hago, y por eso estoy hoy escribiendo esto, porque creo que puede ser bueno compartir mi felicidad, o lo que es lo mismo, mi experiencia de coaching educativo[1], que ha sido muy enriquecedora y gratificante, para que cada cual luego reflexione sobre ello y evalúe si puede serle útil.

Lo primero de todo es dejar claro que el coaching no es enseñar, es crear las condiciones necesarias para aprender y crecer, para abrir la mente y liberarla. Hoy día no nos basta con enseñar, con transmitir conocimientos, porque nuestros alumnos van a ir siendo capaces, cada vez más, de aprender por sí mismos. Esto significa que como docentes tenemos que buscar la manera de potenciar la autoestima en el alumno, algo que sólo puede partir de un contacto fluido con él, y que puede llevarse a cabo mediante el diálogo en el aula. El alumno que conversa en clase, que ofrece su punto de vista, que da su opinión sobre algo, es un alumno que nos ofrece una gran cantidad de información sobre sí mismo: sobre lo que es capaz de hacer, sobre lo que está dispuesto a hacer y sobre cómo le gustaría hacerlo. Si le escuchamos, podemos empezar a construir.

El otro gran caballo de batalla del alumno es la creencia en sus capacidades. Yo suelo plantear el primer día de clase las bases del trabajo final que tienen que realizar para superar la materia, y les llevo de ejemplo un trabajo realizado el año anterior por un compañero. Cuando lo ven siempre me dicen lo mismo: “es imposible que yo pueda hacer eso, no soy capaz, no tengo tantos conocimientos”. En ese momento es cuando respondo: “Pues entonces estás igual que el dueño de este trabajo cuando lo empezó”. Tener físicamente el trabajo en las manos les otorga seguridad y deseos de creer. Es en ese momento inicial cuando pongo la primera piedra de la autoestima: convierto la capacidad real de cada uno en una capacidad creída, ofreciéndoles la posibilidad de que crean que pueden hacerlo. Y lo mejor de todo es que lo hacen.

Está claro que para que realicen ese trabajo final de gran envergadura y no decaigan en el intento, hay que hacer otras muchas cosas, la siguiente en importancia es la adaptación de los objetivos del trabajo y de la dificultad de la tarea a sus propias posibilidades. No nos podemos engañar, no todos los alumnos tienen las mismas capacidades, ni pueden acceder al mismo nivel de complejidad en una tarea, pero eso no tiene que ser un problema si trabajamos con modelos dinámicos. Yo oriento a cada alumno a la hora de elegir la temática de su trabajo y el grado de profundidad con el que lo enfocarán, porque entiendo que cada alumno es diferente, a cada uno les motiva una cosa y cada uno tiene su propio ritmo de aprendizaje. Esta orientación sólo puedo hacerla si le conozco un poco, si soy consciente de lo que puede hacer y lo que no, de manera que, al personalizar su trabajo logro que se sienta seguro de su decisión y que se responsabilice de ella siendo optimista.

 

Imagen: Con los grupos de 1º y de 4º de Comunicación Audiovisual, en la exposición de la Fundación Telefónica sobre Alfred Hitchcock. Reunir en una misma actividad a dos grupos con diferencias tan notables fue un experimento muy interesante, en el que todos aprendimos de todos. Y nos lo pasamos genial. Fuente: Marta González

 

Cuando el proceso de elaboración del trabajo se inicia, recurro al método de simulación, es decir, que yo trabajo en clase los mismos pasos, ejercicios y pautas que ellos tendrán que realizar por su cuenta. De este modo, tienen una guía real de lo que tienen que hacer y participan activamente en ese proceso de aprendizaje en el aula, proceso tras el cual yo tendré mi propio trabajo final como profesora, pero ellos verán en ese trabajo el suyo, puesto que lo relacionan de forma directa con su proyecto personal. Dicho de otro modo: han trabajado muy duro para mí, pero pensando en lo que pueden llevarse para ellos, en lo que les puede servir. Por si este método no tuviera ya bastantes ventajas, resulta que suma otro aspecto fundamental: poder trabajar la técnica de ensayo y error sin dramas. Dialogar y opinar en clase, razonar, generar hipótesis, desarrollar ideas propias en un contexto en el que no se penaliza el error, sino que se entiende como una forma de aprendizaje muy valiosa, que permite avanzar en lugar de retroceder, es el método más óptimo que conozco para alcanzar el éxito, porque aceptando el error nos liberamos de la imposición de determinadas etiquetas o prejuicios, y nos hacemos más tolerantes ante el fracaso[2]. De este modo, la materia se va desarrollando ligada a un proyecto real en el que el alumno participa, construye y aporta cosas de manera progresiva, puesto que también ligo las actividades dirigidas a ese trabajo, como partes del mismo que debe realizar para alcanzar la gran meta. Así me aseguro de que terminen el maratón con fuerzas renovadas.

Esta es la dinámica de mis clases, aunque tengo un último “as” guardado en la manga: el sentido del humor. Quienes me conocen saben que suelo usar el humor en mi vida diaria, soy defensora acérrima del lenguaje positivo, de los refuerzos verbales de forma amena y distendida, de las conversaciones amigables, de los comentarios halagadores en el momento adecuado. Soy además una persona próxima, me gusta mantener el contacto visual, demostrar mi aprobación e interés hacia lo que me están contado con expresiones faciales acordes al contenido de la conversación, y me interesa mucho saber escuchar. Si todo eso lo pongo en marcha en clase, entonces es cuando puedo lograr el objetivo con el que iniciaba este artículo: la empatía y la felicidad, porque mis alumnos se ríen mucho en clase, es cierto, pero también aprenden mucho; se divierten, pero como proceso natural que nace del entendimiento de las cosas, de la asunción de su responsabilidad personal, de la seguridad en sí mismos. Y creedme si os digo que yo me divierto también mucho con ellos y, desde luego, aprendo mucho de ellos cada año.

 

Imagen: Con los alumnos del Máster en Dirección y Realización de series de ficción-Globomedia, durante el rodaje de uno de sus ejercicios prácticos. Estar con ellos en el rodaje pero sin intervenir, sólo escuchando y viendo, ayuda a conocerles mejor. Sí, hay que soportar frío y lluvia, pero merece la pena). Fuente: Marta González.

 

Sin embargo, y prometo que esta es la última reflexión que hago porque me he pasado un poco de rosca, este método empático no le parece bien a todo el mundo, es decir, soy consciente de que hay personas a las que les molesta la felicidad en los entornos docentes y más aún en los laborales. Siempre habrá alumnos a los que no pueda llegar, bien porque no se dejan alcanzar, bien porque no sabré hacerlo adecuadamente o incluso porque desconfiarán del método. Acepto esta circunstancia y trabajo cada año para evitar que se produzca o, en su defecto, para generar métodos alternativos para quienes no deseen ser más felices, porque como dijo mi querido Woody Allen, siempre habrá aquellos para los que “la única manera de ser feliz, sea sufriendo”.

 

Dra. Marta González Caballero

Coordinadora del Máster en Guion de ficción y entretenimiento

Profesora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación

 

[1] Recomiendo a quienes se quieran acercar un poco más a este concepto, el libro de Whitmore, J. (2003): Coaching: el método para mejorar el rendimiento de las personas. Barcelona, Paidós.

[2] Para quienes tengan interés por el tema del aprendizaje mediante la técnica del error, pueden consultar la entrada que le dediqué en mi blog en este enlace

 

Construcción de confianza en entornos online

El proceso enseñanza-aprendizaje representa un desafío poliédrico para los docentes. Uno de los aspectos clave radica en la interpretación por parte del enseñante de las características particulares de cada grupo de clase. Esto le permitirá adaptar las estrategias y actividades que se adapten mejor a cada caso, y también encontrar las formas más adecuadas para relacionarse con los estudiantes de cada grupo de clases. Aunque el grado de desconocimiento sobre cada grupo de clase se puede minimizar mediante una prospectiva previa, esta labor no suele ser sencilla. La falta de comunicación entre docentes, la falta de tiempo, apoyo o, incluso, de formación para esta tarea, dificultan disponer de un diagnóstico con tiempo suficiente para incorporar esta información al diseño de cada curso. Por lo tanto, el proceso de conocimiento de un grupo se suele concretar a lo largo del propio desarrollo del curso.

Gran parte del éxito de un curso –medido tanto por sus resultados como por la satisfacción expresada por los alumnos– depende de la capacidad para establecer un vínculo de confianza entre docentes y alumnos. Cuando en una relación interdependiente existe riesgo de que alguna de las partes dificulte o haga imposible alcanzar los objetivos perseguidos, aparecen dudas sobre las intenciones o comportamientos de la otra persona. Cuando ésta es la persona de quien se depende, se genera desconfianza. Por el contrario, se establece confianza cuando quien detenta el poder en una relación no ejerce un control exhaustivo sobre las acciones y decisiones de quien es más vulnerable. La confianza, según Abarca (2004), es un estado sicológico, y representa una disposición positiva respecto de las actitudes del otro. Es producto del conocimiento previo, pero se proyecta dinámicamente al futuro: la confianza cambia según avance la relación (Conejeros, 2010). Las relaciones estructuradas en base a la confianza permiten simplificar las relaciones sociales y generar redes para el desarrollo personal y social.

La confianza es, por lo tanto, un pilar fundamental es para una actividad educativa democrática basada en el respeto y la tolerancia, y se lleva mal con sistemas educativos autoritarios y paternalistas. Una comunicación deficiente puede ser causa de pérdida de confianza. El establecimiento de la confianza se puede enseñar, aprender y desarrollar, aunque lamentablemente los sistemas educativos suelen carecer de modelos que incluyan la gestión de la confianza. Este pilar fundamental no suele recibir la atención que tienen otros aspectos de la actividad educativa.

Por otra parte, los conocimientos actuales en neurosicología y en inteligencia emocional han permitido reconocer la importancia de percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y la de los demás (Goleman, 2001). El manejo adecuado de esta inteligencia tiene implicaciones beneficiosas en la salud física y mental (Martínez, 2011), y directas implicaciones en el establecimiento de una relación de confianza educando-educador. La memoria emocional guarda registro en la amígdala cerebral de los recuerdos con alto impacto emocional, tanto traumas o momentos felices, quedando el recuerdo del clima emocional en el que se produce el hecho (Ressler, 2003). Por esta causa un «mal comienzo» de un curso suele tener consecuencias desastrosas para todo su desarrollo. La primera impresión, puede determinar el devenir, el éxito o el fracaso, de un curso y de la relación entre docentes y estudiantes.

En una clase presencial, en el aula, existen múltiples oportunidades de comunicación entre profesores y alumnos. El contacto visual y el lenguaje corporal pueden facilitar la comunicación y el establecimiento de confianza mutua. El docente puede verificar de primera mano la participación activa de los miembros del grupo en las actividades, dándole información sobre la repercusión del trabajo en cada uno. Existen, por lo tanto, muchas oportunidades para que el docente tome medidas para reorientar el enfoque de las clases o para determinar las necesidades especiales de apoyo de cada alumno. Las clases no presenciales, en cambio, presentan desafíos particulares para los docentes, adicionales a los demás aspectos de la actividad. El formato online requiere una adaptación completa de la estructura, materiales, actividades, etc., involucradas, pero, además, impone formas diferentes de comunicación. Un grupo de cierto tamaño de personas situadas en contextos geográficos dispersos, incluso con diferencias horarias, con formación y culturas heterogéneos, representan un desafío para el desarrollo productivo de una clase de estas características. Pese a lo esperable, muchos alumnos no disponen de webcam, y hasta de micrófono. Por lo tanto, la mayoría de los alumnos de la clase resulta invisible para el docente. La comunicación escrita ‒el chat‒ es lenta y poco interactiva… en fin, no es un panorama sencillo ni tranquilizador, sobre todo cuando se afrontan las primeras clases.

¿Cómo se puede gestionar una clase de estas características, despertar motivación y generar confianza? En primer lugar, debemos ser conscientes de que las clases no presenciales se utilizan básicamente para cursos de posgrado, con grupos de alumnos mayores. Estos presentan, normalmente, una capacidad de automotivación suficiente como para afrontar estos estudios, que suelen realizar simultáneamente con sus responsabilidades laborales, familiares, etc. y tienen una gran capacidad de trabajo autónomo. La clave estará, como ya se ha dicho, en establecer múltiples oportunidades de comunicación, lo más fluida y bidireccional posible ‒o más bien multidireccional, facilitando también el diálogo entre los miembros del grupo, dado el déficit de presencialidad entre ellos‒.

Por otra parte, en muchos casos se trata de personas que están desempeñando su actividad profesional en el ámbito del posgrado que están realizando. Esto suele transformarlos en estudiantes exigentes con los docentes, pero también perfila oportunidades para establecer relaciones de confianza y colaboración, con aquellos que estén dispuestos. Proponerles debates o preparar una presentación sobre un tema que en los que sean especialistas, darles oportunidades de expresarse como profesionales en su ambiente de aprendizaje, son buenas estrategias para establecer y fortalecer relaciones de confianza. Los debates permiten expresarse y opinar, pero también son un medio idóneo para que docente observe, evalúe y proporcione oportunidades de mejora a los estudiantes.

Dadas las características del formato, esto no es sencillo ni exacto, ya que algunos estudiantes muy capaces carecen de vocación o de solvencia técnica para la participación activa en estos grupos. Sin embargo, siendo frecuente en muchos cursos establecer entre sus objetivos el desarrollo de competencias tales como trabajo en equipos o comunicación, es imprescindible definir estrategias para que los alumnos desarrollen estas capacidades, pese a las dificultades del formato. Tampoco es infrecuente que surjan conflictos entre miembros de grupos. Esta situación, particularmente sensible por el formato, brinda oportunidades al docente para conocer mejor a sus alumnos y darles oportunidades de aprendizaje.

Toda situación que les permita constatar que los intereses del docente se alinean con los suyos, genera confianza. Cuando éste es percibido como alguien comprometido en el aprendizaje del grupo y no en aplicar mecánicamente una receta, y que manifiesta capacidad de diálogo ‒escuchar, preguntar y mostrar interés frente a las necesidades y sensibilidades del grupo‒, contribuye a reforzar la confianza en la labor del docente. En este formato se hace evidente, más aún si cabe, la necesidad de que el docente aplique un criterio basado en la observación y la capacidad de investigar a partir de los datos que recibe.

GuillermoFilippone

Guillermo Filippone

Profesor del Máster Universitario en Formación del Profesorado de ESO y Bachillerato, FP y Enseñanza de Idiomas

Mi llegada a Global Campus: innovación, reto, formación

Cuando empiezas a trabajar en un lugar nuevo, al principio todo son miedos e inseguridades, quieres saber si podrás adaptarte rápido al ritmo de trabajo, congeniar con tus compañeros y si realmente podrás desarrollarte profesionalmente haciendo lo que realmente te gusta. También, para los que entendemos la innovación y buscamos la mejora de la educación, te planteas si el trabajo te permitirá dar rienda suelta a esa motivación de mejora, que tanto se busca también como aptitud en las entrevistas de trabajo, pero que luego, tristemente se queda en el papel.

Mis miedos se esfumaron mi primer día de trabajo en Global Campus Nebrija. Un equipo joven, con personas preparadas, innovadoras, comprometidas y responsables, con clara vocación al trabajo en equipo y lo más importante, con una motivación por aprender y mejorar en todos los ámbitos en los que están inmersos. En poco tiempo, han logrado mejorar y dotar de calidad a la enseñanza y aprendizaje universitario, con una metodología propia sobre cómo se entiende la enseñanza online y blended en la Universidad de Nebrija, que les llevó hace poco menos de un año a tener un reconocimiento de la Cátedra Unesco.

Y con todo esto, para una profesional de la educación como yo, empezar a trabajar aquí es un lujo. Porque lo principal es innovar, adaptarse a las novedades tecnológicas y metodológicas, buscar una mejora en la enseñanza-aprendizaje centrándose en el alumno, buscar la mayor calidad en el profesorado, trabajar contra los obstáculos y aprender de los errores. Y todo con un ambiente de trabajo inmejorable, también clave del éxito.

Queda muchísimo camino por delante y muchísimo trabajo, pero es una gran motivación saber que todo lo que falta por hacer se hará con la mayor calidad posible, y soy feliz por poder aportar mi pequeño grano de arena a este gran proyecto… Porque como decía el gran poeta Antonio Machado:

 

Caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.”

 

Lorena

Lorena Delgado

Gestora de programas