La luz del primer día

Autor: Juan Lázaro Betancor

 

Estoy en casa y tengo clase. Dicho esto en otra época, se entendería que se trata de una clase particular o algo similar. No es así, sin embargo. Los tiempos han cambiado.

Enciendo el ordenador. La pantalla empieza a parpadear mientras va abriéndose el sistema operativo hasta que por fin todo queda en calma y el fondo de pantalla muestra la foto de un paisaje de un viaje reciente. Abro el navegador de internet. Pincho en una pestaña. El fogonazo no tarda en llegar y todo se llena de color en un instante. Hola, Blackboard.

Conozco los siguientes pasos perfectamente, así que no dudo en la ruta que debo seguir una vez que introduzca mi nombre de usuario y mi contraseña: seleccionar la asignatura, en el menú que me aparezca a la izquierda tendré que abrir ‘Videoconferencias’, y después, ‘Sesiones programadas’. Sí, tengo una dentro de media hora. Pero hoy yo seré el profesor. Y será la primera vez que eso me ocurra.

Los colegas que ya han pasado por la experiencia de impartir clase online coinciden en decirme que al principio resulta muy desasosegante dirigirse a una especie de túnel al final del cual, en teoría, hay vida esperándote, o que es como si estuvieras clamando en un desierto informático, una noche cerrada entre la cual ojos que no ves te observan. Pero ahora mismo lo que realmente me preocupa, lo que sin duda me aterra, son los aspectos técnicos de la cuestión. Por favor, hada protectora de la red de redes, haz que el PowerPoint se cargue correctamente y que la conexión funcione sin problemas durante las próximas dos horas. Me he asesorado todo lo posible, he tomado buena nota de los consejos de los compañeros de Sistemas informáticos y de la atención permanente de Global Campus, que incluso me han facilitado los datos de contacto del soporte de E-Learning Media por si sucediera algún imprevisto.

Allá vamos. Diapositivas subiéndose. Proceso finalizado con éxito. Las compruebo. ¡Horror! Me he equivocado de archivo. Vuelvo a empezar, a falta de pocos minutos. El pulso ya no es el que era; ahora percibo el bombeo de la sangre, un caballo galopa por mi interior. Empiezan a aparecer en el chat los primeros alumnos. Esto va a comenzar en breve y no hay marcha atrás posible. Reviso por enésima vez que el ángulo de la cámara es correcto y que la luminosidad es la adecuada. Un postit pegado a un lado del monitor me recuerda sin descanso que debo grabar la sesión. Sólo me queda esperar unos instantes, que dan para que me venga a la cabeza aquella famosa máxima de Julio César sobre la suerte y para una última conjura personal. No sé qué pasará cuando empiece la clase, pero, como oyente que he sido antes de clases online, dos cosas sí tengo clarísimas: pienso “mirar” a los alumnos —al ojo de la cámara, no a la pantalla con la teoría— y mostrar un entusiasmo parecido al que procuro poner en las aulas presenciales. Esos nombres que veo escritos en el chat son personas. Están ahí. No tengo la sensación de que estén tan lejos como me habían asegurado.

—Buenas tardes a todos. Bienvenidos a la primera videoconferencia de Desarrollo e Integración de Destrezas Comunicativas.

La clase ha comenzado.

Todo va transcurriendo con normalidad. Percibo que fluye la comunicación con los alumnos, o eso me parece. Les pregunto mucho a la par que explico, intentando que reflexionen y discurran, igual que hago en el aula, donde además suelo chocar los cinco con aquel que dé una respuesta relevante; de repente se me ocurre un choque de manos virtual: alzo la mano y la dirijo hacia la cámara como si fuera un choque de carne y hueso. Aparece en el chat el emoticono de una cara sonriente.

Lo que no había tenido en cuenta es que estamos a principios de noviembre y son las cinco y media de la tarde. Eso quiere decir que oscurece pronto por muy soleada que esté la tarde. Noto con estremecimiento que la habitación se está quedando a oscuras. Estaba sólo con luz natural, porque ni el flexo ni la lámpara del techo iluminaban bien. Ahora echo de menos la luz general, y el interruptor no está lo que se dice a mano precisamente; de hecho, me resulta tan imposible vencer la distancia que me separa de él que tengo la impresión de que si el interruptor estuviera en las Islas Feroe me sería más fácil pulsarlo. Así que es definitivo, estoy casi a oscuras en plena videoconferencia, aunque al menos se me distingue algo con la luz de la pantalla. Consigo abstraerme. Falta muy poco para concluir.

—Muchísimas gracias por vuestra atención. Sigo a vuestra disposición para cualquier cosa que necesitéis. Nos reunimos de nuevo aquí dentro de cinco días.

Parar grabación. Clic. Todo ha terminado.

Me echo para atrás en la silla y me recuesto, exhausto. Me brota una sonrisa de satisfacción. Me doy cuenta de que he disfrutado muchísimo.

 

Juan Lázaro Betancor

Profesor del Centro de Estudios Hispánicos y del Máster de Didáctica de ELE

Hoy toca videoconferencia

Dedico este post a mis alumnos del Máster en Formación de Profesorado

de Educación Secundaria de Especialidad de Matemáticas,

a los que he trasmitido mi pasión por las matemáticas y por la docencia

y de los que he aprendido algo todos los días.

Pilar

 

Hoy toca videoconferencia. Son las 17:30. Todo tiene que estar preparado y funcionando a las 18:00. La webcam, los cascos y los altavoces tienen que estar conectados al ordenador. El navegador y sus applets tienen que estar actualizados. Blackboard y Collaborate deben de haber sido programados para la sesión. La conexión a internet es lo más importante, tiene que ser por cable.

Entro en Blackboard y lanzo Collaborate. En ese momento, cruzo los dedos para que todo funcione correctamente, pues todos vosotros, mis alumnos, estáis conectándoos también. Unos estáis en vuestra casa y acabáis de llegar del trabajo con el tiempo pegado a los talones o habéis dejado a vuestros hijos durmiendo o haciendo los deberes con la esperanza de que aguanten toda la clase. Otros estáis todavía en vuestro trabajo y buscáis un lugar tranquilo donde conectaros, incluso desde el móvil. Alguno está todavía de camino, apurado por llegar a tiempo a la clase; sabe que llegará con retraso y que cuando se conecte pedirá disculpas, pues ha entrado tarde en el aula.

Collaborate se abre, cargo el contenido para la clase y compruebo el video y el audio. Se ha obrado el milagro, estáis entrando en clase. Luis suele ser siempre de los primeros…

– Buenas tardes.

– Hola Pilar.

– ¿Qué tal?

– Hola a todos.

– ¡Uf! Creí que no llegaba.

– Buenas tardes….

 

Estamos en clase esa es la sensación común. Alguno entra y sale y pide disculpas, aunque está disculpado de antemano, la conexión a veces juega malas pasadas.

Me sorprenden los vínculos que habéis establecido, cuando la gran mayoría no os conocéis en persona. Bromeáis e incluso os tomáis el pelo con las fortalezas y debilidades de cada uno. El listillo, el despistado, el rápido, el que siempre responde y el que siempre bromea. Sois un verdadero grupo de clase.

Comienza la clase y activo la grabación, así aquellos que no pueden asistir la pueden seguir en asíncrono. Comentamos dudas sobre la última sesión y sobre la actividad en que estáis trabajando. Para los despistados y los atareados comento los últimos anuncios en el campus y también la actividad en los foros.

Comienza la lección de hoy. Voy exponiendo los contenidos, mientras que vosotros, además de escuchar, vais respondiendo a las cuestiones se van planteando e incluso participáis con vuestras reflexiones y experiencias. Siempre usan el micrófono los mismos, por ejemplo Antonio y Miguel. El miedo escénico lo evitáis escribiendo en el chat. Os recuerdo, «chicos usad el micrófono que no me da tiempo a leer cuando participáis todos a la vez». En una ocasión Ana se decidió a encender el micrófono y… comenzó a llorar su niño de pocos meses.

Toca actividad de grupo. Para ello, creamos salas de trabajo en las que realizáis la actividad en grupo de cuatro. Ahora sí que habláis por el micrófono, sólo estáis los cuatro, no os escucha toda la clase, pero yo puedo seguir vuestro diálogo aula por aula. Intercambiáis ideas e información, para ir resolviendo todos juntos la actividad planteada. Luego regresamos todos a la sala principal y un portavoz de cada grupo expone los resultados.

Os acordáis de las pruebas para una gymkhana matemática que preparasteis entre todos. Hubo premio a los más rápidos, pero también a la prueba más original. Esta última incluía su propia historia fruto de increíble ingenio de Andrea.

La clase va llegando a su fin y nos gusta tener unos minutos de debate. Si hay tiempo vemos un video que hable de la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas, de nuevas experiencias y nuevas propuestas curriculares y metodológicas. Compartimos una preocupación, somos docentes del siglo XX ante alumnos del siglo XXI.

¿Cómo motivar?, ¿cómo llegar a ellos?, ¿cómo vencer sus dificultades y bloqueos?, ¿cómo integrar las nuevas tecnologías?,…, en definitiva ¿cómo hacer sentir a la vez la belleza y la utilidad de la Matemáticas?

Siempre surge algún escéptico con malas experiencias docentes que alude a la falta de implicación de los alumnos, a la escasez de medios en los centros, a las reticencias de los compañeros a la innovación, etc. Mi respuesta es siempre la misma: “todo ello existe, pero si ni siquiera nos planteamos hacer las cosas de otra forma, cómo vamos a transformar a nuestros estudiantes en esos ciudadanos que cambien el mundo”.

 

Pilar Vélez

Pilar Vélez

Profesora de Didáctica de la Aritmética y el Álgebra

Universidad Nebrija

Moleskine, la libreta digital

En el mundo digitalizado en el que vivimos, todos nosotros, en mayor o menor medida, hemos tenido que adaptar o cambiar nuestros hábitos básicos de trabajo, comunicación, interacción y búsqueda de información. En concreto, los docentes, también debemos “actualizarnos” y subirnos al tren de la digitalización, fundamentalmente para hacer que la escuela no quede rezagada y evolucione al mismo ritmo que las demás áreas de la sociedad.

Muchos profesores intentan que sus clases resulten modernas y atractivas para el estudiante, pero se limitan a hacer lo de siempre, aunque, eso sí, con un formato diferente. Evidentemente estos cambios no afectan al proceso de enseñanza-aprendizaje en absoluto y la gran mayoría de las clases siguen siendo iguales que hace años, pero, por ejemplo, en vez de utilizar una transparencia, ponen una PPT, o en vez de entregar una fotocopia con el típico ejercicio de huecos, lo proyectan y completan con una pizarra digital. Diríamos, desde el saber popular, que “es el mismo perro con distinto collar”.

Por otra parte, el docente muchas veces se siente abrumado por el exceso de programas, herramientas, software educativo, gadgets y aplicaciones que hay en el mercado para “facilitarle” la labor del día a día en el aula y le resulta imposible aprender lo que cada vez llega más y más rápidamente, produciendo, en muchas ocasiones, una ansiedad y complejo de inferioridad considerables.

En mi caso, creo que intento con más o menos éxito, diferenciar “lo que está de moda” de “lo que me conviene”. Me explico:

Soy una persona al corriente de los avances del mundo tecnológico y las TIC forman parte de mi vida diaria. Sin embargo, sigo utilizando la pizarra de rotulador, cuadernos de papel y las tarjetitas de siempre, al lado de herramientas de autor como Constructor o Cuadernia, software como Camtasia o Aumentaty Author, programas como Powtoon o Adobe Presenter, cuadernos digitales como Moleskine Smart Writing Set. La cuestión principal es que no debemos usar estos medios sin una justificación real y auténtica, sin que aporten realmente algo distinto al aula, al alumno y, por supuesto, a su aprendizaje.

Por eso hoy voy a hablar brevemente de la Moleskine Smart Writing Set, un conjunto de elementos que, según podemos leer en la página de Moleskine:

«…is a system made up of three objects – the special Paper Tablet notebook, the smart Pen+ and a companion App – that enable you to digitally edit and share what you create on paper in real-time without taking a photo, uploading files, or scanning documents».

Y el video explicativo lo podemos ver aquí.

“¡Parece cosa de brujería!”, que diría María Barranco en la famosa película de Almodóvar, ¿no es cierto?

Pues aquí tengo mi set de Moleskine, que ya he utilizado para realizar una actividad sobre las frases hechas relacionadas con el cuerpo humano:

Moleskine

El paquete se compone de una libreta digital y una pluma que se carga con un cable de móvil:

Libreta digital y pluma_Moleskine

¿Y cómo funciona?

En primer lugar, hay que descargar en el móvil la app que necesitas para sincronizarlo con la pluma y la libreta mediante bluetooth. La app se llama Neo notes y la puedes descargar para Apple o para Android.

Después debemos sincronizar la pluma y la app, con lo cual mientras vamos escribiendo o dibujando en la libreta, esos trazos se ven en el teléfono (o tablet) al mismo tiempo:

Moleskine 01

Libreta y móvil, respectivamente.

Puedes cambiar el color de los trazos, moverlos, etc. y después enviarlo por email o compartirlo en redes sociales o con tu propio ordenador:

Moleskine 03
Opción de compartir: teléfono y libreta, respectivamente.

¿Y cómo podríamos utilizar la Moleskine en nuestras clases? Aquí van algunas ideas:

  • Hacer cuadros o esquemas.
  • Tomar notas a mano, que digitalizaremos después.
  • Crear imágenes propias, sin el consabido miedo a los derechos de autor.
  • Formar grupos de trabajo y enviarnos documentos al instante.
  • Enviar tareas a los estudiantes.
  • Compartir trabajos o imágenes en redes sociales.
  • Diseñar y dejar volar la imaginación.

En próximas entradas os contaré mis experiencias con la Moleskine…¡el futuro está aquí!

Paz Barlomé

Paz Bartolomé

Profesora del Centro de Estudios Hispánicos