Exposición 2018: Estado liminal

43 “Los hombres que llegan a la isla la ocupan realmente y la pueblan, pero en realidad si han llegado a estar lo suficientemente separados y a ser lo suficientemente creadores, no harán otra cosa más que otorgar a la isla una imagen dinámica de sí misma, una conciencia del movimiento que la produce, hasta el punto de que a través del hombre la isla tomará finalmente conciencia de sí misma como isla desierta y sin hombres” Gilles Deleuze En las (mal) llamadas culturas primitivas, los estados liminales no suponían un tránsito o un desplazamiento subjetivo sin más. Entrañaba, más bien, una llega- da traumática aunque celebrada por la comunidad, como un triunfo del orden social. Un punto y aparte en la vida personal del sujeto, victorioso tras un exi- gente camino de privaciones y formalidades, siempre con un objetivo claro, un origen y un punto final. Esto es, la superación de un rito de paso, de acuerdo a las enseñanzas de la antropología cultural. Por ejemplo: el tránsito de la infancia al mundo adulto, cuando no quedaba más remedio que dejar atrás lo que uno había sido hasta entonces, junto con sueños, ilusiones y jovialidad. Pienso en la película Walkabout (1971) de Nicolas Roeg, en la que una chica y su hermano pequeño se pierden en el desierto australiano tras un turbio incidente familiar y allí, en medio de peligros y soledades, se encuentran con un joven aborigen que les enseña las claves de cómo sobrevivir por sí mismos. Otro ejemplo podría ser el salto que media entre razón y locura, que en las culturas no-occidentales no era perseguido ni medicalizado, como lo es ahora, sino respetado desde la creencia en otras formas de saber de naturaleza mágica o espiritual. Un último ejemplo serían los procesos de hermandad y las distintas ceremonias iniciáticas de sectas o grupos ocultistas, con toda su parafernalia estética y hermética. Lo liminal como condición. Resistencia y afecciones en la era de lo inestable

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