Nuestra NEBRIJA 27 - Octubre 2018

37 nar determinados excesos, una práctica sana que incrementó nuestra capacidad de ahorro y, por tanto, de inversión, pero también nos abocó a otras re- nuncias no tan voluntarias, que han evidenciado una pérdida de bienestar y, sobre todo, una merma en la capacidad de compra de nuestros sueldos. El desempleo sigue golpeando nuestras conciencias diez años después. Ni se ha recuperado a nivel europeo, ni a nivel nacional, superando el 15%. No solo se- guimos mostrando cifras exce- sivas en la tasa de desemplea- dos, sino que el nuevo empleo generado en la última década es un empleo de menor valor, peor pagado, más inseguro y con menores visos de durabili- dad. Nos hemos visto obligados a decidir entre dos escenarios: que trabajen solo unos pocos para mantener los sueldos de antes con un paro insostenible o que trabajen de nuevo casi todos, pero bajándonos los salarios y empobreciendo las condiciones laborales. Hemos elegido esta última opción, aun- que nos tapemos los ojos para no verlo. Además, con esta re- colocación del mercado laboral, percibimos un incremento de la injusticia de la concentración salarial. Los que ganaban más antes de la crisis obtienen ahora sueldos aún mayores, mientras que un porcentaje significativo de trabajadores ganan menos tras la crisis. Los servicios públicos se han degradado. En estos días se restaura la universalidad sani- taria, pero ni ocupa portadas, ni nos acaba de convencer a todos. Las calles de muchas ciudades y pueblos están más sucias y las carreteras peor cuidadas que hace diez años. Las universidades públicas no pasan por su mejor momento, ni presupuestariamente, ni en recursos para la investigación, ni en visibilidad dentro de la so- ciedad. Y hemos visto cómo se cerraban aeropuertos, ambula- torios y dependencias de ser- vicios públicos bajo la justifica- ción de los necesarios recortes. Pero esas cicatrices, que tiran de la piel de la sociedad cuan- do trata de estirarse, no han logrado quitarnos nuestras ganas de progresar. Incansa- blemente buscamos nuevas reformas y evaluamos las que aparentemente se han pro- ducido, como la bancaria o la de la construcción. Apelamos a la crisis y a los excesos, es- grimiéndolos como espada, cuando alguien nos propone un proyecto faraónico frenan- do el irrefrenable ímpetu del consumismo que aporrea de nuevo la puerta de nuestra economía. Nos hemos recon- vertido en pequeños econo- mistas amateurs que conocen nuevos términos que señalizan alarmas, como la prima de ries- go, que controlan los principa- les índices bursátiles, como el boxeador que ve venir el golpe y se prepara para el impacto, y consideramos más y mejor de- terminados gastos, mostrando sin pudor que somos austeros. Hemos alumbrado una nueva tendencia outlet y low cost , que sobrevuela nuestra coti- dianeidad. Buscamos ahorros, revisamos las cuentas, pres- cindimos de lujos innecesarios y medimos el gasto en todas o casi todas las partidas de nuestro consumo. Somos más responsables, más conscien- tes de la necesidad de aho- rrar y aplicamos un concepto como el de la sostenibilidad, que en 2008 nos sonaba extra- ño y ahora lo impregna todo. Diez años después, la crisis nos ha dejado mella, nos ha restado comodidades que re- cuperamos lentamente o que nunca volverán, nos ha endure- cido como sociedad, pero nos ha convertido en consumidores más racionales, más cuidado- sos y ha desarrollado en noso- tros una nueva capacidad de resistencia a las dificultades, probablemente olvidada desde mitad del siglo XX. Ojalá haya- mos aprendido la lección y no volvamos a tropezar de nuevo en la misma piedra. L os salarios no se han recuperado y hemos aceptado vivir en una economía más austera Artículo publicado en Cinco Días el 14 de septiembre de 2018

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