Nuestra NEBRIJA 28 - Enero 2019
71 de alta dirección, al permitir el cese sin necesidad de alegar causa alguna. Elegido el tema, solo quedaba dedicar tiempo a su estudio y a escribir la tesis. Como me decía mi director (navarro de nacimiento), mi tesis se hacía a “raticos”. Y así fue. Durante 5 años tuve que cambiar mis há- bitos. El sábado y el domingo mi despertador sonaba a las 5.30 de la mañana y trabajaba hasta bien entrada la tarde y, a veces, incluso la noche. En cuanto a las vacaciones, al me- nos la mitad de ellas las invertía en avanzar con la tesis. Hubo momentos muy bajos en mi ánimo. Varias veces pensé que no iba a poder llegar al final, pero había una idea que me comía por dentro. Mis dos hijos, entonces adolescentes, podían interpretar mi abandono como una contradicción con el mensaje que yo siempre les he dado: hay que acabar lo que se empieza. Afortunadamente, la aventura llegó a buen puerto: el 20 de abril de 2017 defendí mi tesis en el Campus Madrid-Princesa de la Universidad Nebrija. Lo hice con un tribunal de lujo, presidido por Antonio Sempe- re, magistrado de la Sala Cuar- ta del Tribunal Supremo. No faltó nadie, a excepción de mis padres que, por razones de sa- lud, no pudieron desplazarse a Madrid. Todo salió bien, incluso podría decirse que muy bien. El tribunal me concedió por una- nimidad la máxima calificación, sobresaliente cum laude . Siempre digo que la tesis me ha dado mucho más de lo que esperaba. Realmente mis ex- pectativas se limitaban a poder terminarla, pero lo que me dio superó con creces esas ex- pectativas. Semanas después de la defensa, me propusieron publicar una monografía sobre el asunto acerca del que versa- ba la tesis y acepté encantada, aunque eso siguió suponiendo más madrugones durante los fines de semana. El libro, final- mente, salió a la venta en octu- bre de 2017. Pero todavía quedaba una últi- ma satisfacción, quizá la mayor. El pasado mes enero de 2018, coincidiendo con la festividad de Santo Tomás de Aquino, el rector de la Universidad Nebri- ja, Juan Cayón Peña, me en- tregó la medalla de doctora en un precioso y emotivo acto ce- lebrado en el salón de Grados de la Universidad. Ese día afor- tunadamente sí estaban mis padres. Definitivamente, ese fue el mejor regalo. Desgra- ciadamente, mi madre falleció pocos meses después, pero la vida me había permitido tenerla junto a mí en ese momento tan importante y ver su cara de or- gullo y satisfacción. L a vida me permitió tener a mi madre a mi lado en el momento de recibir la medalla de doctora y ver su cara de orgullo y satisfacción
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