Antonio de Nebrija (c. 1441-1522) fue el primer humanista hispánico. Célebre por su Gramática castellana (1492), primera gramática en una lengua europea moderna, fue el principal introductor del Renacimiento italiano en la Península Ibérica, a partir de 1470.
Como humanista y polímata, trabajador incansable y hombre superdotado, sus campos de actividad no se limitaron a la filología de la lengua castellana y las lenguas clásicas (latín, griego y hebreo) sino que abarcaron amplias áreas culturales: fue lingüista, gramático, lexicógrafo, traductor, exégeta bíblico, docente, catedrático, escritor, poeta, historiador, cronista real, pedagogo, impresor y editor. Sus textos versan sobre áreas tan diversas como el derecho, la medicina, la astronomía, la historia o la educación de los niños. El rigor de su trabajo era siempre científico, nunca especulativo. Su legado es de enorme influencia no sólo en España sino también en Europa y América: las gramáticas europeas y la preservación de las lenguas indígenas precolombinas gracias a las gramáticas amerindias, deben mucho a Nebrija. Nebrija fue nuestro Erasmo antes de Erasmo. Su actividad profesional se extendió durante más de medio siglo –de 1470 a 1522– unos años decisivos en la conformación de la Historia de España, con la unión dinástica de las Coronas de Castilla y Aragón, y la incorporación posterior de los reinos de Granada y Navarra. Cuando Nebrija nace la Península vive en la Edad Media, cuando fallece sus coetáneos se hallan ya en la Edad Moderna. La introducción del Renacimiento en Castilla por parte de Nebrija coincide con la llegada de la imprenta de Gutenberg (Aguilafuente, Segovia, 1472) y él mismo se hace impresor y editor, colaborando con la primera imprenta universitaria peninsular, la de Salamanca, de donde saldrá su primer libro, Introducciones latinas (1481), un auténtico best-seller en media Europa.
La absoluta modernidad de Nebrija es sorprendente: en la transición del siglo XV al XVI, Nebrija valoraba objetivamente el conocimiento independientemente de su procedencia, lengua o cualquier otro condicionante cultural, étnico, nacional, religioso o sexual. Así, cuando por su mermada salud y avanzada edad, pese a que tenía hijos varones, puso a su hija Francisca como su sustituta para impartir clases en la Cátedra de Retórica de la Universidad de Alcalá, convirtiéndola en una de las primeras mujeres del mundo en ser una docente universitaria. Nebrija no tenía prejuicios. Nebrija fue el segundo escritor del mundo (y el primero en España) en reclamar derechos de autor para sus obras, más de dos siglos antes de que se inventase el copyright anglosajón (Estatuto de la Reina Ana, 1709).
Antonio de Nebrija fue acusado de herejía y procesado por la Inquisición en su tribunal de Salamanca en 1506. Se salvó de esa acusación gracias al cardenal Cisneros, lo que propició su traslado de Salamanca a Alcalá de Henares, donde fallecería. Lejos de amilanarse, tras ser absuelto publicó un libro Apología(1507), valiente y desafiante, intolerante frente a la mentira y la ignorancia, el primer gran alegato contra la censura y a favor de la libertad de expresión.
Este es su fragmento más memorable, válido para las democracias liberales actuales, y que cualquier periodista debería conocer.
“Pero si el propósito del legislador debe ser recompensar a los hombres buenos y sabios; y en cambio a los malos y a los que se apartan del camino de la verdad refrenarlos con castigos, ¿qué puedes hacer en esta república donde se ofrecen premios a los que corrompen las Sagradas Escrituras; y por el contrario a quienes restituyen lo alterado, a quienes recomponen lo dañado, a quienes depuran lo que está lleno de errores se les impone tacha de infamia, soportan la censura de excomunión; o donde, si te empeñas en defender tu postura, te puedes ver obligado a afrontar una muerte indigna? ¿Acaso no me bastaría con encerrar el intelecto para servicio de Cristo dentro de lo que la religión me propone que debo creer, si no me viera forzado también a ignorar lo que sé en estas materias que tengo examinadas, descubiertas, conocidas, manifiestas y más claras que la propia luz, más verdaderas que la propia verdad? Yo, que no imagino desvaríos, que no hago suposiciones, que no interpreto por conjeturas, sino que deduzco con razones muy firmes, con argumentos irrefutables, con demostraciones apodícticas. ¿Qué diablos de servidumbre es esta, o qué dominación tan injusta y tiránica, que no se permita, respetando la piedad, decir libremente lo que pienses? ¿Qué digo decirlo? Ni siquiera escribirlo escondiéndose dentro de los muros de tu casa, o excavar un hoyo y susurrarlo dentro, o al menos meditarlo dándole vueltas en tu interior.”
Lebrijano, andaluz, castellano, español, europeo, Nebrija fue y es un genio universal y su legado humanista es válido en este siglo XXI porque la esencia de su pensamiento y el centro de su saber eran uno: comprender el ser humano.
Hoy es de plena actualidad el principal valor que Nebrija defendió: la búsqueda de la verdad a través del conocimiento, del saber, con el objetivo de construirse intelectual y profesionalmente en la Universidad.
El ilustre humanista luchó, a lo largo de toda su vida, por recuperar el latín culto que hablaban Cicerón y Quintiliano y que se estaba perdiendo en favor del habla vulgar. Para ello, se basó en el método natural, que partía de un buen conocimiento de la lengua romance -la lengua del pueblo-, como el mejor medio para evitar que se perdiera aquel latín culto.