Revista NUESTRA NEBRIJA 16 - Febrero 2016 - page 32

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N
Crónicas madrileñas
de un alumno internacional
Rodolfo Báez
Alumno de postgrado
de Nebrija
Llegar a Madrid fue como tra-
garme un litro de vino de un sor-
bo. Aquí las horas tienen alas. El
día apenas dura para comerse
unos churros con chocolate.
¿Lo primero? Asombro. Imagí-
nate que de repente estás ante
una pantalla de cine, donde tam-
bién eres parte de la acción. ¿La
película? Extraña. Las primeras
secuencias daban la impresión
de que todos fumaban (en mi
país casi nadie fuma). Así que
de pronto parecía que la ciudad
inhalaba un espeso cigarro. Se-
manas después, cuando una
compañera comentó en clases
que una nube de contaminación
cubría Madrid, perfeccioné la
imagen de la rubia fumadora.
Otra cosa que seguía sin en-
tender y que se lo comentaba
a mis compañeros muchas ve-
ces, era el frío en los huesos de
los madrileños. “Se supone que
han vivido aquí toda la vida, que
sus cuerpos están acostumbra-
dos a este clima, entonces ¿por
qué todos andan con abrigos
y bufandas, como si el frío les
fuera extraño?” Una mañana no
aguanté más y le "disparé" al
profesor del Taller de Guión para
Directores, Jaime Bauza Cotillas
(dispara era su frase favorita). Él
apaciguó mi espíritu. “Mira, no
te creas que por ser madrileño
se está acostumbrado al clima
loco, pues aquí los choque at-
mosféricos son muy bruscos.
En verano la temperatura sube
del infierno, ahora es lo contra-
rio. ¿Crees que puedes acostum-
brarte a eso aunque tengas toda
la vida para ello?” Así acabaron,
por el momento, las cuestiones
sobre el frío sin que esto pudiera
librarme del catarro que me es-
tremeció el pecho por semanas.
Olvidado el asunto climático,
empecé a acariciar el pecho
cultural de la gigante desnuda.
Releí
España contemporánea
, de
Rubén Darío,
Pedro Páramo
y
El
llano en llamas
, de Juan Rulfo.
De alguna manera me negaba
a perder mi identidad caribeña.
Una tarde casi muero cuando,
caminando por Moncloa, encon-
tré la librería Juan Rulfo. En éx-
tasis empujé la puerta y me dejé
arrastrar de unos pies que se ha-
bían vuelto ojos. Días después le
enviaba una propuesta sobre un
taller literario que de aprobarse
llevaría el nombre del gran crea-
dor mexicano.
Las semanas antes de empezar
las clases fueron un solo asom-
bro. ¿Cómo eran las aulas? Lo
mismo. Me fascinaban algunas
materias, otras eran un desas-
tre, no por el tema en sí o por
quiénes las impartían, sino por
mi bloqueo mental.
Disfrutaba hasta no querer ter-
minar las cuatro horas de Guión
de Series de Ficción: Géneros
y Estructuras Narrativas, del
"Releí a Rubén Darío y a Juan Rulfo.
De alguna manera me negaba
a perder mi identidad caribeña".
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