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augurada por la Biblioteca Na-
cional; de menciones y noticias
en los medios que, en torno a
la fecha clave del 23 de abril,
Día del Libro, han recordado a
Cervantes y a nuestro
don Quijote, o de las tra-
dicionales lecturas de la
obra que se suceden por
esta época, auspiciadas
por organismos com-
prometidos con la cultu-
ra del libro y la lectura, y
a las que este año se ha
sumado la Universidad
Nebrija en su propia y
tradicional celebración
del Día del Libro. Y es
que el compromiso es y ha de
ser, en efecto, con el libro y la
lectura, en general, y con don
Quijote y Cervantes, en particu-
lar, más que con cualesquiera
otros compromisos de natura-
leza nada literaria o cultural.
Debiéramos, así, celebrar la
evidencia de que ambos per-
manezcan vivos a través de la
lectura, del conocimiento real
de un libro y un autor únicos
cuya presencia en nuestras
bibliotecas se hace impres-
cindible. Un libro y un autor de
los que se hable no sólo a tra-
vés de los medios y los actos
de homenaje, sino a través de
nuestras propias impresiones
como lectores: impresiones de
primera mano, que superen a
las que tenemos por referen-
cias ajenas y a las obtenidas
mediante el estudio académi-
co parcial que todos hemos
realizado sobre un autor que,
como tantos otros, no merece
menos de ser plenamente co-
nocido a través de su obra.
He venido revisando en estas
últimas semanas mis viejas
lecturas sobre el libro de Cer-
vantes –pues yo también hago
del autor el libro, y del libro el
autor– y ciertamente, como
mi buena amiga Dolores Ló-
pez, profunda conocedora del
mismo y profesora de nuestra
universidad, me ha indicado en
no pocas ocasiones, ahí está
todo: todo lo que la literatura
y el conocimiento habían de
decir de una vez, condensado
en palabras y pensamientos
en los que nada sobra y en los
que nada parece faltar. Una
revisión a propósito, una de-
dicada lectura, mostrará cuan
universal y contemporánea
resulta esta obra, más allá de
los escenarios espaciales y
temporales por los que transi-
tan sus personajes, para aque-
llos que recelan de una lectura
sospechosa de trasladarles a
un mundo antiguo, caduco y
desconectado de la idiosincra-
sia de nuestro propio tiempo
presente: nada más lejos de la
realidad.
No hace más de un año se re-
movió el subsuelo de la iglesia
de San Ildefonso, en el con-
vento de las Trinitarias de Ma-
drid, buscando los restos de
Cervantes con denuedo, en el
empeño de recuperar la mate-
rialidad de unos huesos desti-
nados a la veneración y cuya
pista se fue perdiendo a lo
largo de estos últimos cuatro-
cientos años. El hallazgo supu-
so la conformidad de quienes
no aspiraban sino al anhelo
de evidenciar la identificación
material de los restos del es-
critor, o de quienes con-
fiaban en el espaldarazo
que con ellos se le daría
al turismo de la capital.
Una loada expedición
en busca de sagradas
reliquias de literato, sin
mayores objeciones que
disponer, aun cuando
las mejores reliquias a
venerar, vivas e inextin-
guibles, se encuentran
sin embargo –como
también se ha mencionado en
estos tiempos de cervantina
celebración– en la obra cono-
cida de Cervantes: en su Quijo-
te, en sus novelas ejemplares,
en sus entremeses, en su poe-
sía. Reliquias que vivirán sólo a
través de su lectura continuada
e ininterrumpida durante otros
cuatrocientos años, y aún mu-
chos más.
Empeñémonos a conciencia
en el logro de que la siguiente
celebración centenaria, a ma-
yor gloria de don Miguel de
Cervantes, lo sea en el seno
de un verdadero y mayor co-
nocimiento de su obra, o al
menos de aquella que ha he-
cho universal a su autor y a sí
misma, para que la efeméride
no se quede sólo en el festejo
impostado de un título, de un
nombre propio o de las miles
de ediciones que renuevan el
estudio, el análisis y el conoci-
miento de una figura capital de
la literatura universal sin que su
propósito quede a veces, entre
el ciudadano y el lector medio,
más que como la celebración
de una anécdota o la anécdota
de una celebración.
Las mejores reliquias a
venerar se encuentran en la
obra conocida de Cervantes:
en su Quijote, en sus
novelas ejemplares, en sus
entremeses, en su poesía.